_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Telebrexit

La sociedad británica de hoy se mira constantemente en un espejo antañón y enmohecido y suspira por la gloria perdida

Sergio del Molino

Al tiempo que el gobierno británico se convertía en un pub irlandés en San Patricio, con puñetazos que van y vienen, se viralizó la llamada de un oyente a una radio de Londres llorando arrepentido por haber votado a favor del Brexit. El locutor le consolaba y le decía que la culpa era de los políticos y de los millonarios que azuzaron tal irresponsabilidad desde sus tribunas. Me extraña que no mencionase también la tele. ¿Cómo pudo olvidar todos estos años de machaque nostálgico? No hablo de telebasura populista ni de propaganda, sino de la que seguramente es la mejor televisión del mundo. Hablo de series sobre reinas, monarquías y Winston Churchills, de documentales como Empire o de los mil programas que rebuscan en las esencias de Britannia, desde viajes por senderos de la costa a cocineros que rescatan tradiciones culinarias de Yorkshire o realities de urbanitas londinenses que se van a vivir a una granja. La sociedad británica de hoy, que se parece a la victoriana lo mismo que las paellas con chorizo de Jamie Olivier a la paella valenciana, se mira constantemente en ese espejo antañón y enmohecido y suspira por la gloria perdida.

No quiere esto decir que la tele haya idiotizado a toda una sociedad, pero ha halagado la vanidad de la parte más perezosa y menos crítica de ella. Unos meses antes del Brexit viajé por Gales y dormí en una casa rural muy coqueta. El salón estaba presidido por el retrato de un general del siglo XIX muy condecorado, y le pregunté a la dueña si era un antepasado suyo. “Qué va”, me contestó, “lo compré en un anticuario y luego descubrí que fue un hombre malísimo responsable de una matanza en la India, le llamaban El Carnicero. Pensé en quitarlo, me horrorizó, pero la verdad es que queda muy bien, le da un aire muy distinguido al salón”. Es decir: entre la verdad y la estética, escogió la estética. Eso es, a fin de cuentas, el nacionalismo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_