Lánguidos como los ojos de Marlene Dietrich
Juan Jiménez Estepa crea una atmósfera sugestiva en una comedia dramática sobre la soledad no deseada
Sergio y su hermana Silvia son dos números primos gemelos: se tienen mucho cariño, pero algo los mantiene separados desde antiguo. También Laura siente cerca a Sergio, su vecino de enfrente, a pesar de no haber cruzado una sola palabra con él jamás: le encanta imaginárselo haciéndole el amor en el ascensor.
Los hombres tristes es una comedia dramática sobre la soledad no deseada, la dificultad para gestionar la vida propia y la dilución de los vínculos familiares en el excipiente de los proyectos personales. Cocinero antes que fraile, Juan Jiménez Estepa, su joven artífice, la ha escrito a demanda de sus tres intérpretes, teniendo en mente la personalidad y el temperamento de cada uno de ellos.
LOS HOMBRES TRISTES
Autor y director: Juan Jiménez Estepa. Intérpretes: Carlos Algaba, Elisa Berriozabal, Julia Olivares. Vestuario: La Teatra. Escenografía e iluminación: Javier Ruiz de Alegría. Madrid. Teatro Lagrada, hasta el 28 de octubre.
El autor, director y actor andaluz crea una atmósfera sugestiva y la sostiene con buen pulso, matiza el drama familiar con certeras pinceladas humorísticas y contrapuntea el aliento poético del relato y el verismo de las actuaciones con fogonazos repentinos de realismo mágico, un poco a la manera del Sam Shepard de Amor de loco (otra historia de desencuentros fraternos, bien diferente de esta). Como los personajes del dramaturgo estadounidense, los de Jiménez Estepa andan por la vida a contracorriente, a riesgo de ser orillados.
Una obra bien escrita, sobrecargada de monólogos interiores, el lirismo de alguno de los cuales se acentúa en extremo por el sentimiento con que lo dicen sus intérpretes, quizá porque la dirección se lo marque así. Julia Olivares le imprime encanto, fluidez, frescura, misterio y acción curvilínea a la jovencísima vecina de naturaleza angélica. Suyo es el papel bombón, pero más íntimamente suyo es el licor que le añade, para darle sabor. Elisa Berriozabal, nervio y figura, le da a la hermana preocupada hondamente por el futuro de su padre una imprimación perfecta, sobre la cual cabe ir coloreando. Carlos Algaba tiende a dar una definición nítida, de hechuras exactas, de un personaje cuyo perfil genuino es complejo, volátil y de límites difusos.
En la piel de Laura, Julia Olivares interpreta algunas canciones en inglés con calidez grata, como si las susurrase ex profeso al oído de cada espectador: pertenece a una generación el grueso de cuya cultura musical está en dicha lengua.
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