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Columna
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El reality de verdad es ‘El puente’ y no ‘Gran Hermano’

El programa de #0 confirma en su segunda entrega que se pueden hacer concursos elegantes y adictivos

Uno de los participantes de la segunda temporada de 'El puente'. En vídeo, promo de la primera temporada en Movistar+.
Álvaro P. Ruiz de Elvira

¿Cómo explicar que el mejor reality show de la televisión española actual lo hace la misma gente que el horroroso Gran Hermano VIP? No es cuestión de comparar ambos productos de Zeppelin TV, son totalmente diferentes, que buscan a público muy dispar y en cadenas de perfiles opuestos. Gran Hermano va a lo que va, con toda la personalidad y la fauna reciclada de Telecinco bien mezclada y agitada y con el respaldo mayoritario del público cada vez que hay gala. Chapó por el programa, pero el reality bueno bueno, el que mantiene el espíritu de lo que debería de ser un reality, en el que se ve cómo un grupo de desconocidos luchan por un premio, con sus asuntos personales, sus enfrentamientos y sus esfuerzos, ese es El puente (#0 de Movistar).

El puente es elegante, en su propuesta y en su resultado. En el concurso, un grupo de desconocidos debe construir una pasarela, esta temporada en la bahía de Halong (Vietnam), para llegar en un tiempo determinado a una isla donde aguarda un premio de 100.000 euros. Deben colaborar entre ellos, no hay expulsiones, y al final, si llegan, entre todos eligen a un ganador que tiene que decidir si se queda todo el premio o si lo reparte con los demás y en qué cantidades.

Al finalizar la excelente primera temporada, quedaba la duda de si, viéndola, los concursantes de la segunda iban a saber por donde tirar para al final conseguir ser elegidos por sus compañeros. Y quedaba la duda de si iba a ser un éxito fugaz por lo complicado de volver a sorprender. Pero en esta segunda entrega, las reglas han cambiado y hay sorpresas. Y funciona muy bien (excepto el momento de la apuesta con los dados, que no tiene sentido). Igual flojea en que hay menos enfrentamientos entre concursantes, pero todo queda compensado con la preciosa fotografía, las localizaciones, la banda sonora y la narración.

El programa se puede ver al completo bajo demanda. Son ocho episodios de una hora que enganchan, no hay directo, todo está ya cerrado y montado —¡y qué maravilla de edición!—. No se depende de las redes sociales ni se guardan secretos que se usarán según convenga. Se ve a la carta, cuando se quiera, sin interrupciones, sin gritos, sin Jorge Javier y sin Pantojas.

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