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Ni duele ni maravilla

El último disco de Jason Pierce en Spiritualized convierte en acogedoras sus orquestaciones rock

Jason Pierce, en una fotografía promocional de 'And Nothing Hurt'.
Jason Pierce, en una fotografía promocional de 'And Nothing Hurt'.BELLA UNION

Hay unanimidad crítica ante el nuevo y quizás postrero disco de Jason Pierce al frente de Spiritualized. Dada la indulgencia de la crítica actual, no extraña que And Nothing Hurt sea alabado como obra maestra cuando en principio más parece un suntuoso placebo que la expresión válida de sinceras emociones. Se habla de meticuloso perfeccionismo, envolventes arreglos, excepciones ruidistas y gravedad temática al tratar, en estas canciones, asuntos como “el sexo, la muerte, la desesperanza y la divinidad’’. Una portada interestelar, con Pierce de extraviado astronauta, nos devuelve al totémico Ladies and Gen­­tlemen We’re Floating in Space, mejor álbum del año 1997, según la prensa especializada. También entonces hubo un incomprensible consenso: lo decorativo y lírico siempre obtiene mayor acogida que la crudeza esencial. Y nada fascina más al joven aficionado que un artista utilizando su adicción a los estupefacientes para esbozar odiseas espaciales y astrales excursiones. Las comparaciones con Syd Barrett o Brian Wilson, sin embargo, no pueden sino motivar perplejidad.

Jason Pierce, alias J. Spaceman, fundó a los nunca bien ponderados y muy influyentes Spacemen 3 junto a Peter Kember, alias Sonic Boom, en Derby, Reino Unido. Desde 1982 representaron la simbiosis entre sustancias psicotrópicas y sonido electrificado, cifrando su canon con el álbum The Perfect Prescription en 1987. La visión lisérgica que predicaban cortejaba la catarsis de 13th Floor Elevators más que la eufonía de Grateful Dead; su búsqueda del trance se fundamentaba en el minimalismo de Bo Diddley o Stooges. Parecían anhelar una espiritualidad, inducida por la química, que se concretó al asimilar el góspel. Tras el divorcio, Pierce reaparecía con Spiritualized transformando aquel goloso y recurrente estruendo —el lema original había sido “tomar drogas para hacer música para tomar drogas’’— en un sonido espacioso e hipnótico que complacía al mercado posmoderno. And Nothing Hurt es la serena, ocasionalmente estridente, última estación en una trayectoria que ha fidelizado a su audiencia seguramente porque, en estos tiempos irracionales, se demandan ansiolíticos más que estimulantes.

Portada de 'And Nothing Hurt'.
Portada de 'And Nothing Hurt'.

Dicho esto, hay aspectos apreciables en estos nueve temas que a un joven y azorado crítico le han hecho sentirse “elevado, arrastrado, emocionado, un poco más vivo’’. En primer lugar, la ambigüedad de un artista que se sabe irresponsable en lo personal y se esfuerza para que su obra se manifieste honesta, verdadera y formal. Esto aporta franqueza a un estilo vacuo, pero propio, cuyo principal truco es hacer íntimas y acogedoras sus opulentas orquestaciones rock, y al tiempo sintetizar reflexiones sobre la levedad del ser en destellos de dolida humanidad. De ahí, tal vez, la acogida dispensada a esta grabación de elaborado detallismo y congénito eclecticismo. Los ingredientes proceden del soul y el dream pop, la psicodelia y el space rock, pero se conjuntan en una virtuosa mezcolanza, una solemnidad que sabe urdir inocencia con afán de trascendencia. Que esta nueva receta, hermosa, pero imperfecta, consiga su objetivo —en temas como ‘The Perfect Miracle’, ‘Let’s Dance’ o ‘The Morning After’ así es—, o se quede a medio camino, dependerá de la credulidad estética del oyente. No duele, cierto, pero tampoco maravilla.

Spiritualized. And Nothing Hurt. Bella Union-PIAS.

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