Excesivo
'Mi vida con 300 kilos' es fundamentalmente espectacular y sensacionalista
Los gordos y gordas incapaces de soltar la manteca sobrante antes del destape estival debieran desayunarse en los chiringuitos playeros viendo cada mañana un capítulo de la espeluznante serie Mi vida con 300 kilos. La mala conciencia desaparecerá porque ninguna lorza o barriga cervecera del gordo español es comparable con la acumulación de tocino en Estados Unidos. Excluyo de la irreverencia terminológica a las persona obesas por una causa genética, por naturaleza, que aunque se cuidan engordan.
La serie emitida por DKISS lleva varias temporadas en pantalla puesto que la gordura mórbida es un problemón en la sociedad norteamericana, acostumbrada a la comida rápida y a las guarradas adictivas, todas en la antípoda de la acelga mediterránea. Muchos centros comerciales disponen de sillas de ruedas para que puedan desplazarse. Mi vida con 300 kilos es fundamentalmente espectacular, sensacionalista, porque no puede calificarse de otra manera la filmación de una joven desnuda, maldiciendo su cuerpo, baldada por el sobrepeso, mientras es higienizada en el porche de casa con una manguera de riego.
El programa se anuncia como una sucesión de historias de superación de gentes abocadas al bypass gástrico para salvar la vida. Alguno de los pacientes estuvo a punto de perderla durante el tratamiento de un especialista en la eliminación de mondongo. La serie atrapa al convertir a la audiencia en voyeur del obeso devorando hamburguesas y perrito calientes con pisos de mostaza y kétchup, montañas de patatas fritas y garrafones de bebida azucaradas; antes de poder ser operados deben adelgazar, al menos 30 kilos.
El espacio atrapa porque incorpora datos sociológicos y psicológicos sobre el origen de irresponsabilidades y fracasos. Una tal Laura perdió 150 kilos y guapeó. Su marido la quería gorda y fea, y se hundió en una crisis de celos. Las escenas de quirófano son excesivas, como las toneladas de piel sobrante, aprovechada por los productores para sumar nuevos capítulos eliminando los colgajos. Amarillismo indigesto en plena canícula.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.