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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Camacho, Sálvame y viva “Eppaña”

Las transmisiones de Mediaset degeneran en una tertulia de bar y de fervor patriótico. El exseleccionador se niega a debatir con Kiko Matamoros y el conde Lequio

José Antonio Camacho, en la presentación de la cobertura de Mediaset para el Mundial de Rusia.
José Antonio Camacho, en la presentación de la cobertura de Mediaset para el Mundial de Rusia.

Hay que agradecer a las transmisiones futboleras de Mediaset la labor con la que incentivan encender los transistores. La radio es la mejor solución para reaccionar al jaleo televisivo de los partidos de España en el Mundial de Rusia. Y no hay que apagar la tele, sino cambiar la banda sonora con soluciones domésticas. O bajar el volumen como remedio al estruendo patriótico que arrastran los partidos al terreno de los instintos y de los calentones. Más que jugar España, juega "Eppaña".

No se le va a pedir a los comentaristas de un Mundial que se resignen a un ejercicio de asepsia, ni que fichen a Siri, pero bien se les podría agradecer que las transmisiones eludieran las pasiones de una tertulia de bar. Y que las obligaciones patrióticas no lleguen al extremo de alojarse en el fanatismo, tanto para la definición caricaturizada del rival -“estos iraníes son la vergüenza del fútbol”- como para el principio de conspiración con que los árbitros nos persiguen o tratan de sabotearemos.

La expresión más evidente de semejante hooliganismo la representa el propio José Antonio Camacho, cuyas nociones técnicas y balompédicas, que debe tenerlas, sucumben a un estado de posesión y de alienación que le impiden observar con clarividencia y sosiego los partidos. Se sufre por él. Le asfixia la bufanda. Cuesta comprender lo que dice. Y no por la dicción, sino porque las interjecciones, los tópicos y los exabruptos malogran la ecuanimidad y hasta la deontología que requiere un acontecimiento informativo.

Vamos con España, de acuerdo. Y queremos ganar la final en el estadio de Moscú, pero las transmisiones de Mediaset cuando juega el equipo nacional precipitan unos vaivenes de adrenalina que los comentaristas no parecen controlar en su propio ensimismamiento. Pongámonos en la piel del profesor Juan Carlos Monedero, constreñido a escuchar una velada que degrada los méritos de su verdadero equipo, la república islámica de Irán, y que encubre los defectos de España.

Es verdad que la defensa de los iraníes solo podía vulnerarla el Mossad y que hizo falta un carambola para extasiar a Camacho en su proceso de afonía, pero la euforia de una victoria tan angustiosa no contradice airear la incompetencia de nuestro equipo durante larguísimas fases del partido. No se es menos patriota ni menos español ni menos insolidario en la causa común por someter a la selección a un diagnóstico más severo de cuanto disimulan las transmisiones sensacionalistas de Mediaset en la obligación de apoyar a España.

Apoyarla y luego destruirla, es verdad, pues el programa que sucede a las transmisiones, Ahora... la mundial, es un indescriptible espacio de reyerta dialéctica y de tertulia enfangada que se abastece de los criterios y hasta de los invitados de Sálvame. Joaquín Prat presenta el engendro mediático con todos los recursos de la piromanía. Y agita las apasionantes diatribas del conde Lecquio y de Kiko Matamoros, abnegados polemistas en la montonera dialéctica (¿?) e iconográfica que representa la mezcla de "Eppaña", el "fúrbol" y el tambor arcaico de Manolo.

Hizo bien Camacho en abstenerse de participar en la tertulia. Se lo ofrecieron a distancia, pero el rechazo gestual que acreditan las imágenes expone que el míster y comentarista no tiene límites a su patriotismo o patrioterismo balompédico, pero sí los tienes a su dignidad.

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