Culto a lo oculto
Varias exposiciones sitúan lo esotérico como uno de los lugares centrales en el trabajo de artistas, que responden así a la sensación de tragedia ecológica y económica del siglo XXI
Generalmente identificamos lo oculto con algo misterioso e inaccesible, sólo revelable mediante códigos secretos. Según la mentalidad popular, significa satanismo, magia negra, brujería, demonios, fantasmas y ritos, aunque los iniciados lo estiran hasta el plano astral, la telepatía, la alquimia, la mística y lo cósmico. Eso que en plano creativo está más allá del arte o, mejor dicho, que está escondido en el arte, o bajo el arte: algo invisible y raro que se encuentra fuera del conocimiento en el sentido más estricto de la palabra: no es de nadie y es de todos. Es lo que se encuentra fuera de los límites del cuerpo, lo que, culturalmente hablando, se encuentra fuera de lugar. Desde ahí, su acceso es infinito y su alimentación retroactiva.
La fascinación por lo secreto no es nueva. Ha ido yendo y viniendo a lo largo del tiempo, siempre provista de la capacidad de renovarse a sí misma. El Renacimiento la hizo florecer, el siglo XIX la puso en boga, la contracultura de los sesenta en práctica y la actualidad en urgencia. Desde las primeras linternas mágicas hasta los espectáculos cinematográficos, desde las sesiones de espiritismo hasta los ilusionistas, desde los cubos danzantes de Malévich a la espiritualidad en el arte de Kandinski, desde las novelas góticas hasta las revistas de formato pulp y desde los beats al jazz cósmico, el arte elevado ha tenido siempre su paralelo en el relacionado anhelo por crear mundos virtuales sobrenaturales, entre la cábala y el tributo a la magia. El trance, de hecho, fue uno de los temas favoritos de poetas y escritores románticos como Balzac, Baudelaire y Poe. Aunque pronto el establishment del arte moderno trazó una gruesa línea para mantenerlo fuera de sus dominios. Tenía motivo para ignorar las fuentes místicas de su propia vanguardia (el espiritismo nada tenía que ver con ella, decían) aunque algunas hubieran sido tan obvias como el bulto de grasa chamánica de Joseph Beuys fundiéndose en el suelo de una galería. Hubo más escapes. El surrealismo lo llevó al subconsciente y la Internacional Letrista se desmarcó del todo rozando, sin decirlo, las sociedades secretas que empezaron a proliferar en la época, entre ellas, la de Aleister Crowley, que funcionó como oráculo para escritores como Aldous Huxley, Burroughs, Hesse, cineastas como Kenneth Anger, músicos como Bowie y artistas como Joachim Koester. Justo al entrar en la era de posguerra, lo oculto volvió a explosionar ante las pobres expectativas sobre el porvenir. Fue un caldo de cultivo para crear mundos místicos y buscar estilos de vida alternativos, lo que todos conocemos como la época de los hippies. Ahí lo raro se multiplicó: películas de monstruos, cómics de sello EC y otras avanzadillas de terror, de fantasía macabra y de ciencia ficción. Muchas drogas psicodélicas, rituales mágicos y música folk.
En todo ese viaje se detiene La luz negra, la muestra pensada por Enrique Juncosa para el CCCB que hace un extenso repaso por todas estas maravillas herméticas y tradiciones secretas. La exposición aglutina unas 350 obras, de los años cincuenta hasta hoy, pero lo cierto es que se hace corta. El comisario no sólo se detiene en diferentes momentos, sino en numerosos contextos. Lo hace mirando al arte, a la música, al cine, la literatura y el cómic, con un recorrido cronológico lleno de correspondencias. La propia estructura de la visita la genera un guiño: empieza con las películas animadas de Harry Smith y Jordan Belson, precursoras del psicodelia, y cierra con Bruce Conner, amigo y colaborador de ambos y otro de los pioneros del cine experimental. En medio, hay rescates como el de Joan Ponç, que vivió en la sombra mediática de Tàpies, de Zush que desde 2001 se llama Evru, de Sun Ra como paradigma del jazz o de Genesis P-Orridge en la sombra del acid house. También hay grandes nombres como el de Joan Jonas, Goshka Macuga, Gusmâo & Paiva o Carlos Amorales, todos con grandes exposiciones en curso, algún descubrimiento como el trabajo de la joven Louise Despont, y algún revival, como Los metabarones y Los tecnopadres de Alejandro Jodorowsky.
No es la única exposición sobre el arte de lo oculto. Ya en 1986 hubo una gran revisión del tema en The Spiritual in Art, en el Museo de Los Ángeles, un hito de la comisaria Maurice Tuchman al releer la pintura abstracta desde 1890 a 1985. Aunque desde hace una década el tema se ha disparado. En 2008, El Pompidou incluía los lienzos siniestros de Aleister Crowley en Traces du sacré mientras el MARCO de Vigo hablaba de La gran transformación por boca de Chus Martínez, y del uso político de la magia. Poco después, hubo una gran exposición sobre sociedades secretas en el Schirn Kunsthalle de Fráncfort y el CAPC de Burdeos y la Bienal de Venecia de 2013 dio luz a las obras de Lady Frieda Harris basadas en el tarot, El libro rojo de Jung y las pinturas espiritistas de la artista sueca Hilma of Klint. Hubo ahí un repunte de interés que CaixaForum canalizó con Maestros del caos, con artistas y chamanes. Aunque para chamanismo el de Ernesto Neto para su proyecto en TBA21 hace tres años. Llevó a Austria todo un ejército. Un 2015 en que Madame Blavatsky y Annie Besant se colaron, también, en la base de la Bienal de Estambul.
A partir de ahí, la cadena de artistas trabajando sobre lo oculto se multiplica, de Paulina Olowska a Maria Loboda, de Mariana Castillo Deball a Orphan Drift. Ahí está también el trabajo de Tai Shani con el oráculo, Raisa Maurit con el conjuro y Equipo Jeleton con el tarot. A la lectura llevaron sus cartas florales en Cale, Cale, Cale, Caale!, en Tabakalera de San Sebastián, en manos del comisario Juan Canela, quien vuelve a pensar ahora los poderes de la alquimia desde la la galería Travesía Cuatro, con la exposición When Animals Talked to Humans. Todos a vueltas con los temas de moda del pensamiento contemporáneo: el nuevo materialismo, el realismo especulativo, el black optimism y el afro-pessimism.
Lo oculto sigue siendo lo anti por definición y útil en tiempos de crisis. Un refugio mental alternativo al vértigo de nuestro tiempo
La lógica empuja. Con la guerra de Irak y los atentados terroristas, el periodo transcurrido desde el 2001 tal vez sea el primer momento tras la guerra de Vietnam en que se ha albergado una sensación global de tragedia. Ahí está el ánimo apocalíptico asociado al cambio de milenio y el temido “fin del mundo”, directamente conectado con el devastador momento económico y ecológico. Un mundo nebuloso sin límites, donde lo oculto sigue siendo lo anti por definición, y útil en tiempos de crisis. Un refugio mental donde hallar otro lugar singular de posibilidades, antiheroico e irracional, diferente a la normalidad y alternativo al vértigo de nuestro tiempo.
La luz negra. Tradiciones secretas en el arte desde los años cincuenta. CCCB. Barcelona. Hasta el 21 de octubre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.