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Columna
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Nacionalismos

La serie ‘Occupied’ da algunos apuntes sobre la evolución ideológica de quienes optan por la lucha armada en la que, antes o después, el hipotético fin justifica todos los medios

Ángel S. Harguindey

Noruega sigue ocupada por los rusos, aunque se mantienen ciertas formas democráticas. El ex primer ministro Jesper Berg conspira en la clandestinidad con los nacionalistas de Noruega Libre para expulsar a los ocupantes. Es la trama de la segunda temporada de Occupied (Movistar), una excelente serie noruega basada en una idea del autor de novelas negras y economista Jo Nesbo que, además, contradice que “segundas partes no son buenas”. Es mejor.

En la primera temporada llega al poder el Partido Verde, pues las cuestiones medioambientales, sobre todo las relacionadas con la producción de petróleo, despiertan la sensibilidad de la ciudadanía. Al detener su extracción petrolífera, Rusia, que ve amenazado el suministro, invade pacífica y prepotentemente el país apoyada por la inacción de la Unión Europea.

En la segunda temporada, los rusos llevan ya seis meses en el país. Noruega Libre incrementa sus acciones violentas. Jesper Berg se fuga e intenta formar un Gobierno en el exilio. La ciudadanía se divide entre los partidarios de Noruega Libre y los que pretenden negociar una solución sin violencia. Naturalmente, esta ficción no es equiparable a ninguna otra realidad, pero sí da algunos apuntes sobre la evolución ideológica de quienes optan por la lucha armada en la que, antes o después, el hipotético fin justifica todos los medios. El comunicado de la disolución de ETA del pasado viernes —con más de 850 cadáveres a sus espaldas— es la comprobación del cinismo de los fundamentalistas poseedores de la verdad absoluta.

Series nórdicas como Borgen ya habían deslumbrado por su mirada profunda sobre la política y los políticos en un sistema democrático. Occupied muestra la hipocresía y el egoísmo de las potencias occidentales y el sórdido devenir de un nacionalismo inicialmente ingenuo hasta alcanzar el fanatismo totalitario.

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