Malas cámaras
El libro 'Bañistas' recopila fotografías anónimas encontradas en mercadillos de hombres que posan en bañador en playas o ríos
La fotografía es (¿fue?) un arte de la memoria, del paso del tiempo, homenajes íntimos hechos para ser guardados en un álbum o en una caja de zapatos. Sí, siempre nos quedará Barthes. En la segunda parte de su Cámara lúcida, el semiólogo francés describe el impacto que deja en él la imagen de su madre —la foto del Invernadero— y que le hace reencontrarse con ella cada vez que la mira (“...Poco tiempo después de la muerte de mi madre no contaba volverla a encontrar”). ¿Resurección? Barthes escribe con tristeza, privado: “La Historia es histérica: sólo se constituye si se la mira (…) Necesito estar solo ante las fotos que miro. Y no puedo enseñar la foto del Invernadero porque existe sólo para mí. La fotografía repite mecánicamente lo que nunca jamás podrá repetirse existencialmente ”.
La fotografía tuvo un glorioso pasado, pero ¿tiene futuro? Los fragmentos del discurso de Barthes no son ortodoxos, más bien orillan el precipicio. “El principio de aventura me permite hacer existir la fotografía”, prosigue. En las copias en blanco y negro, el escritor encuentra los punctums (pinchazos, pequeños cortes emocionales) que opone al studium. En esa excursión altamente peligrosa, busca los agujeritos (lo que no está), las rasgaduras, el campo ciego que está fuera (“arrastra al espectador fuera del marco”, explica). Unas veces se encuentran en los detalles, otras en la repetición y la mayoría de las veces en la mirada y el deseo que la conduce.
En la serie Bañistas, que ahora revive en forma de libro después de haber sido expuesta en las salas del CGAC, Xosé Buxán selecciona temáticamente fotografías (casi todas en blanco y negro) encontradas en mercados de viejo. Representan hombres que posan en bañador en las posturas típicas, exhibiendo la musculatura, abrazados a amigos, en la orilla o sobre una roca en una playa o un río. Son auténtico material de studium, si las observamos como documento sociológico. Su punto de partida es el álbum anónimo, precisamente el formato de visualización y distribución fotográfica del siglo XIX y gran parte del XX que, tras su desmantelamiento y dispersión en mercadillos, ha acabado siendo rescatado en libros y exposiciones. Más allá de la mirada “homoerótica” de Buxán —no hay ni una sola mujer—, Bañistas es ante todo un ensayo antropológico cuando no un catálogo de maillots de bain. Si existiera un punctum, tendría que ver con la nostalgia de algo que casi no existe, cuando todavía era posible acceder democráticamente a los baños públicos de las ciudades y pequeñas villas de vacaciones sin sufrir aglomeraciones ni griterío.
Y sin salirnos de los ángulos ciegos de la fotografía, imposible no referirse a las imágenes robadas de Miroslaw Tichý (República Checa, 1926-2011). Durante toda su vida, aquel sereno clochard (Tichý significa en checo “tranquilo”) se dedicó a retratar a escondidas a las mujeres, la mayoría bañistas. Lo hacía con una cámara fotográfica que él mismo construyó con cajas de zapatos usadas y viejas lentes de plexiglás. Ensamblaba el cuerpo a partir de cartón y chapa, sellándolo con alquitrán y pintándolo después de negro. Con dos carretes de hilo vacío y el elástico de unos viejos pantalones compuso el mecanismo de rebobinado. Su lema era “hay que tener una cámara mala. Cuando se quiere ser famoso hay que hacer algo peor que todo el mundo, nada de belleza o cuidado en la elaboración, eso no interesa a nadie”. En el estudio, sus modos de posproducción incluían sentarse o dormirse sobre las fotos, cortar los bordes, mejorar la composición con un lápiz o utilizarlas como taco para la pata de una mesa. La imperfección era para él sinónimo de poesía.
Sus platós eran la estación de autobuses, una plaza junto a la iglesia del pueblo, el parque frente a la escuela o, su favorito, la piscina que había junto a él y que, a pesar de que se le había vetado la entrada, fotografiaba sin problemas desde el jardín a través de una valla de alambre. Allí encontraba a las modelos perdidas tras la prohibición del dibujo de desnudo al natural en la Academia. Aquellas fotografías le servían después como base de sus dibujos. Algunas mujeres que se daban cuenta del objetivo indiscreto no le daban importancia, convencidas de que ese aparato extraño que colgaba del cuello de aquel loco barbudo no podía tener ninguna película y que sólo simulaba hacer fotos.
Tichý tuvo un reconocimiento tardío. Sus fotografías toscas eran copias únicas, estaban completamente desenfocadas y manchadas de café y bromuro pero tenían la belleza de la despreocupación. Resucitadas junto a sus “malas cámaras”, hoy son objetos de coleccionista.
Bañistas/Bathers. Fotografía encontrada 1880-1963. Xosé M. Buxán Bran. Editado por la Xunta de Galicia.
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