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La reaparición del Asesino de la Catana

José Rabadán, que mató a su familia con 16 años, relata en un documental el asesinato y su reinserción

“No sé si la sociedad está preparada para mí”, reconoce José Rabadán, conocido como El Asesino de la Catana. El 1 de abril de 2000, cuando tenía 16 años, mató a sus padres y a su hermana pequeña, de nueve, con una espada japonesa. Fue condenado a seis años de internamiento en un centro de menores y otros dos de libertad vigilada.

“Levanté la espada, pero ahí sentí que ya estaba consumado (...) La espada bajó con mi brazo, pero bajó solo”, cuenta ahora en el documental Yo fui un asesino: El crimen de la catana, en el que intenta responder a una de las preguntas clave en el caso: ¿por qué lo hizo? DMAX emite esta producción de Discovery dividida en dos capítulos este miércoles y el jueves (22.30).

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El adolescente fue detenido 48 horas después del crimen en la estación de tren de Alicante desde donde pretendía huir a Barcelona. Ya en su declaración policial reconoció que él había sido el autor de los hechos. Quería comprobar cómo sería la vida sin su familia. A pesar de que se crio en un hogar de profundas creencias religiosas, se enfadó con Dios. No entendía cómo había permitido que su hermana naciera con síndrome de Down. Para el joven, ella era especial. En el relato que hace sobre su familia, en el que reconoce que su padre era muy autoritario y que su madre era como “su escudo”, solo se rompe cuando recuerda a la pequeña. “Culpé a Dios”, dice. La frustración de que su hermana hubiera nacido con ese síndrome le llevó a entrar en contacto con el satanismo y las artes oscuras. “Es una puerta que no tendría que haber abierto nunca y me llevó a tener una mentalidad distinta”, cuenta en el documental. Un mundo de fantasía que se alimentó además de videojuegos, artes marciales, armas y juegos de rol.

El diagnóstico de Rabadán fue un punto de discordia en el caso. Por un lado, algunos psiquiatras opinaban que era un psicópata, narcisista y sádico. Pero su defensa presentó un informe que explicaban que el menor padecía una psicosis epiléptica, lo que le provocó una evasión de la realidad. Fue la tesis aceptada. “El diagnóstico no habría cambiado en nada la condena”, dice Javier Urra, doctor en Psicología y Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid de 1996 a 2001. Fue uno de los expertos que participó en la redacción de la Ley del Menor que entró en vigor en 2001 y que se aplicó a este caso.

La sentencia conmocionó a la opinión pública por parecer insuficiente en comparación con los hechos perpetrados. En la última parte de la condena fue trasladado a la asociación religiosa evangelista Nueva Vida, donde creó los vínculos que le permitieron reconstruir su vida.

Hoy José Rabadán ha formado una familia. Vive con su pareja, Tania, la hija de un pastor evangélico, y su hija de tres años en Cantabria, alejados del ruido de la macabra historia. “Él está reinsertado en la sociedad y nadie sabe quién es. La decisión de dar la cara puede suponer un cambio en su vida. No ha sido fácil”, comenta Juan Ramón Gonzalo, director de contenidos de la productora Cuarzo. Para el director del documental, Juan Moya, la intención de Rabadán con esta aparición en la televisión ha sido aportar su granito de arena al debate social de la rehabilitación y la reinserción. “Él ahora está dentro de la iglesia y para ellos [este gesto] es importante. Realmente quiere ayudar y ser un ejemplo para otros”, explica.

¿Eres un sádico?

El psicólogo forense Javier Urra cree que aunque hay muchas personas que se rehabilitan, hay hechos que son inolvidables. Aún así, “hay que transmitir a la sociedad que no está bien tirar la llave y condenar a estas personas de por vida”, dice. Esta convicción le llevó a participar en el documental y entrevistar a Javier Rabadán para tratar de esclarecer qué le pasó por la cabeza la noche de los hechos. “¿Eres un narcisista?, ¿un sádico?, ¿estás curado de la enfermedad que padecías?”, le pregunta. Tras el cara a cara, el experto opina que Rabadán se explica muy bien, pero que no lo siente. Considera que el asesino tiene unas características psicopáticas claras y que estas no se cambian. El psicólogo valora de forma positiva que el condenado haya contado su historia en público como ejemplo de que la reinserción es posible. No obstante, señala que el satanismo que abrazó en su juventud es igual de peligroso que el evangelismo. “Tiene que haber algo más, quizás mostrar su culpabilidad y perdonarse”, valora Urra.

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