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El hito discográfico del maestro griego engendra una experiencia estética y dolorosa a la vez

Una "Patética" realmente patética

Currentzis alumbra una sobrecogedora versión de la "Sexta sinfonía" de Tchaikovsky

La asepsia de la tecnología dificulta en ocasiones una percepción física, "material", de la música. Y no estamos reivindicando aquí la coreografía de la aguja arando el surco del vinilo, sino cuestionando los preservativos que aíslan el placer de la experiencia discográfica cuando se perciben en ella los guantes de látex y hasta la atmósfera de un laboratorio. Tanto perfeccionismo y escrúpulo técnico establecen una barrera que rara vez consigue flanquearse.

Lo ha conseguido, por ejemplo, Teodor Currentzis en su versión de la Patética de Tchaikovsky. La ha publicado Sony. Y no es un CD convencional de una sinfonía hipergrabada, sino un acontecimiento cultural, más allá de la fonografía misma. Un impacto. Una experiencia que sobrecoge, conmueve y termina proporcionando al oyente un desenlace pavoroso.

Parece la carta de despedida de un suicida. Un desgarro que Currentzis traslada desde una concepción telúrica. El primer movimiento ya presagia el viaje hacia la oscuridad, pero es el último el pasaje más inquietante y angustioso. La estridencia del viento evoca a las trompetas del Apocalipsis. La madera se oscurece como si fuera la última noche. Los contrabajos percuten -literalmente- en la sincronía de una música patibularia. No termina la sinfonía. Agoniza. Se despide de la tierra. Se consume. Y hace mucho frío cuando la vela se apaga,

No recuerdo haber escuchado una Patética tan patética como la que ha concebido Currentzis con la comuna de Musica Aeterna. Y digo patética en la acepción más profunda del adjetivo, lejos de las connotaciones peyorativas que predomina en el uso común.

Es una Patética en la más grave definición del “pathos”, un estado de trance y de ánimo que explora los límites de la tristeza, de la pasión. Y que nos habla del sufrimiento de Tchaikovsky desde una crudeza y una honestidad que terminan agitando las entrañas.

Currentzis se ha vestido de Caronte. Nos lleva al otro lado de la orilla. Notamos la corriente oscura que nos mece. Y se produce una extraña sensación de dolor y placer estético. Hiere la versión de Currentzis, como si nos diera un candelabro en el funeral de Tchaikovsky.

Y se le oye hasta jadear al maestro griego. Griego y ruso. No ya porque ha instalado en Perm, la antigua Molotov, su taller de hechizos y alquimias, o por la comunión de la cultura ortodoxa entre Atenas y Moscú, sino porque era un niño cuando asistió a la versión de la Patética de Mravniski con la entonces Filarmónica de Leningrado. Imprimió carácter el trance, le inoculó el “pathos”. Y Currentzis ha creído que era ya el momento de subirse al púlpito. Descansemos en paz.

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