El exilio de vuelta
Los editores han contribuido a que la comunidad iberoamericana sea una realidad, decía Javier Pradera en 1998, en una intervención que ve la luz ahora
El gremio editorial, tanto en España como en el resto de los países iberoamericanos (especialmente Argentina y México), ha contribuido de manera significativa a que el proyecto de una Comunidad Iberoamericana de Naciones deje de ser un mero enunciado retórico y empiece a convertirse en una realidad. No cabe infravalorar, desde luego, los factores políticos e institucionales que están operando sobre un substrato histórico común de cinco siglos para hacer posible esa Comunidad Iberoamericana. (…) Solo el terreno ganado a las dictaduras desde el arranque de las transiciones a la democracia iniciadas en Portugal y España a mediados de los setenta y proseguidas en América Latina (Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay) en los ochenta está permitiendo la construcción de esa realidad transnacional, al estilo de la Commonwealth anglosajona.
(…) Los editores españoles y latinoamericanos han hecho una contribución básica a ese proyecto: el establecimiento de las estructuras industriales y de las redes comerciales que posibilitan una cultura común y compartida, resultado colectivo indirecto de la producción y comercialización de libros y publicaciones. (…) Con independencia de que buena parte de los editores hayan emprendido su negocio no solo para ganar dinero, sino para llevar a cabo un proyecto cultural, el altruismo no es una condición indispensable para que operen como agentes inconscientes de la construcción de esa Comunidad Iberoamericana: así como el infierno está empedrado de buenas intenciones, así el ánimo de lucro, el deseo de hacerse rico, puede a veces empedrar el cielo.
Ese “viaje de ida y vuelta” expresa esa interacción de editores, distribuidores y libreros a uno y a otro lado del Atlántico que ha terminado por crear un solo mercado. Ciertamente, todavía subsisten trabas para la libre circulación de los libros y para el establecimiento de editoriales con capital no nacional en determinados países. Pero los que hemos vivido y padecido la censura para la importación de libros, los cierres de fronteras por razones comerciales o políticas, el bloqueo de divisas para el pago de facturas pendientes, la vida semiclandestina de las sucursales de editoriales españolas en América o de las sucursales de editoriales americanas en España podemos estar satisfechos de la situación actual y sentirnos optimistas hacia el futuro.
Ese mercado unificado editorial está promoviendo la homogeneización de los gustos de los lectores de los diversos países. Y esa relativa homogeneización de la demanda, a su vez, está contribuyendo a unificar el mercado de la oferta; esto es, a que los autores españoles, argentinos, mexicanos, colombianos, nicaragüenses, paraguayos, cubanos, peruanos, chilenos, venezolanos, ecuatorianos, uruguayos o costarricenses sean leídos en los restantes países como propios. En el campo de la narrativa, seguramente los latinoamericanos son los más favorecidos: creo que ningún novelista español contemporáneo ha sido tan leído en los últimos 30 años en España como García Márquez, Borges, Vargas Llosa, Cortázar, Rulfo, Carpentier o Fuentes. Pero el camino también está abierto para los españoles en América Latina, como demuestra, por ejemplo, la excelente recepción de Fernando Savater.
Al concluir la guerra civil española, en 1939, el exilio republicano enriqueció con capital humano el mundo editorial americano
Voy a trazar de manera muy esquemática las cuatro etapas de construcción de ese mercado unificado.
A) La prehistoria, (…) que arranca con la independencia de las repúblicas latinoamericanas en el siglo XIX y que podríamos cerrar con la guerra española, está marcada por los editores españoles, a causa de su mayor tradición, sus mayores recursos y su mayor mercado. Hasta 1936, el mundo editorial latinoamericano permanece en estado embrionario. (…)
B) Ese acontecimiento terrible que fue nuestra Guerra Civil (…) tuvo desastrosas consecuencias para la industria editorial, castigada por el deterioro del parque de artes gráficas y de las fábricas de papel, por la implantación de la censura, por el exilio de la flor y nata de los intelectuales y escritores españoles, por el adoctrinamiento reaccionario de la posguerra y por la caída de la capacidad adquisitiva de la población. Pero nuestra guerra produjo consecuencias (…) favorables para América Latina como consecuencia de dos factores complementarios: el exilio republicano enriqueció con capital humano el mundo editorial americano; y el debilitamiento de la oferta editorial española (…) promovió la oferta sustitutiva de los latinoamericanos, especialmente argentinos y mexicanos.
(…) En el terreno editorial, hay que recordar, en Argentina, a don Gonzalo Losada, creador de Editorial Losada; a don Antonio López Llausás, creador de Sudamericana; a los dos españoles que fundaron Emecé, una gran editorial luego reflotada por la familia Del Carril. Y en México, a Juan Grijalbo, fundador de Editorial Grijalbo; a Rafael Giménez Siles, creador de las Librerías del Cristal y de Ciapsa; a Antonio Fernández, creador de Editorial Hermes, réplica mexicana de la Sudamericana argentina; a Neus Espresate y Vicente Rojo, creadores de Ediciones Era. (...) Tanto o más importante fueron las aportaciones de los exiliados en trabajos relacionados con la programación de colecciones, la búsqueda de originales, el diseño industrial, la preparación de manuscritos y la traducción. El Fondo de Cultura permite estudiar ese proceso gracias a que ha sido objeto de dos monografías históricas
El Fondo de Cultura había sido fundado en 1934, pero hasta 1939 su producción apenas rebasaba la docena de títulos. Fue tras la llegada a Veracruz del Sinaia con los exiliados republicanos acogidos por el presidente Lázaro Cárdenas cuando el Fondo, reforzado por intelectuales, profesores, escritores, traductores y técnicos editoriales republicanos, inició su segunda navegación. Daniel Cosío Villegas, director del Fondo de Cultura, había promovido en 1938 la creación de la Casa de España para que sirviera de ayuda a los refugiados. Esa Casa de España, convertida luego en el Colegio de México, sirvió de think tank, de “tanque de pensamiento”, para el Fondo de Cultura. (…)
A partir de los años cincuenta, algunos sellos latinoamericanos como el Fondo de Cultura y Sudamericana instalan sucursales en España
Esos mismos años cuarenta son los años de construcción de una potente industria editorial argentina, en la que los exiliados colaboraron igualmente.
C) A partir de la década de los cincuenta se producen tres cambios:
— Los editores españoles reconstruyen las redes de distribución en América Latina con nuevas sucursales y la venta directa a distribuidores y libreros latinoamericanos. (…).
— A comienzos de los cincuenta, los importadores españoles comienzan a introducir los libros editados en América Latina, desafiando las sanciones de la censura.
— Algunas editoriales latinoamericanas empiezan a instalar en España sucursales y distribuidoras propias, como hizo el Fondo de Cultura y también Sudamericana con Edhasa.
D) A partir de los setenta. La cuarta y última etapa, posibilitada por el desarrollo tecnológico, es el paso del comercio de libros impresos en el país de origen al comercio de prototipos, impresos luego en cada país receptor, y a la creación de editoriales españolas en América y americanas en España.
Este texto forma parte del volumen ‘Javier Pradera, itinerario de un editor’. Al cuidado de Jordi Gracia, lo publica Trama la semana que viene.
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