La vida inesperada de Julio Bustamante
Pasó del folk al pop sin perder la chispa y la escena independiente se rindió a sus canciones. Ahora vuelve con 'La misión del copiloto'
"Bienvenido a mi casa de barrio obrero”. Julio Bustamante —de civil, Julio Balanzá— abre la puerta, baja el volumen de la música y ofrece asiento en la sala de estar de un piso luminoso pero espartano cerca del Parque de Marxelenes, en Valencia, la ciudad en la que nació en 1951. En el sofá, la guitarra. En las paredes, fotos, pinturas y la carpeta de su primer álbum, Cambrers, de 1981, para muchos algo así como el eslabón perdido entre el folk comprometido de la década recién terminada y el hedonismo pop de la recién estrenada. En las estanterías, más fotos, pocos libros, muchos cedés y un puñado de cuartillas fijadas con una pinza al original que dibujó él mismo para la portada de La misión del copiloto (El Volcán), su nuevo disco. El título, explica, se debe a una broma surgida espontáneamente durante un viaje de Barcelona a Valencia. Su hijo, que toca el bajo en el disco, conducía mientras él se dedicaba a liarle los cigarrillos. “La misión del copiloto es rular uno tras otro”, dijo el padre a la enésima operación. Y así se quedó.
El nuevo LP también tiene un origen particular. Surgió del reto que, después de mucho tiempo “sin relaciones”, un “pequeño gran amor” planteó a Bustamante: escribirle una canción cada mes. No le costó, dice. “Siempre estoy haciendo canciones. Nunca pienso en un disco como tal. Yo me veo sobre todo como eso, un escritor de canciones. De hecho, empecé como compositor a los 27 años. Si me puse a cantarlas yo fue porque aquí no había mercado”. Y sonríe.
Como músico debutó en directo con 16 años, nada raro en una familia marcada por la figura del padre, Antonio Balanzá, batería de jazz. “La historia de mi padre”, cuenta, “sale en la Wikipedia. Mis dos hermanos tocan la batería. ¡La herencia! Todos hemos respirado jazz. En general, es lo que escucho cuando estoy en casa. Me sigue gustando mucho el de los años 40 y 50. Me hace sentirme arropado por la familia. También la clásica. Me descarga y me da ideas porque fuera estoy muy sumergido en el pop y el folk. Supongo que la mezcla se nota en los discos”.
Discos fundamentales
Cambrers (Blau, 1981). El nexo entre la movida y la cançó fue una música hecha en Valencia y que fue bautizada como pop mediterráneo. Un concepto que queda muy bien plasmado en las siete canciones de Cambrers. 'Senyoreta X' es una buena síntesis de tan seductora filosofía: el placer de vivir hecho música.
Sinfonía de las horas (El Europeo, 1996). El editor Borja Casani es el artífice del primer disco madrileño de Bustamante, integrado en la exquisita colección de discolibros de El Europeo. La producción le acerca a un rock sofisticado y los arreglos le llevan tanto por territorios mediterráneos como caribeños, el que quizá sea su disco más latino.
Maderita. Vivir para creer (El Volcán, 2009). En 2008, Bustamante conoce al grupo indie Ciudadano. Junto a tres de sus miembros crea este ejercicio de folk mediterráneo que transmite la placidez del mejor pop acústico. Vivir para creer hace que el country huela a pinada y que el folk se tiña con los colores de la Malvarrosa.
La misión del copiloto (El Volcán, 2017). Alternando de nuevo castellano y valenciano en un repertorio que también se perfuma con esencias italianas y francesas ('La misión del copiloto', 'Superulls del rodalíes'), Bustamante da forma a una de sus mejores obras. 'Mès enllà de les paraules' y 'La palabra cepillo' explican perfectamente su personal universo.
Lo que se nota en el nuevo álbum es que surgió de una historia de amor. El tema más trillado del mundo le obligó a estar alerta. “Se ha escrito no demasiado, más que demasiado sobre el amor. En mis primeros discos no traté el tema, hacía más canción-relato o canción-denuncia. Con la edad, me di cuenta de que no debía tener miedo a los sentimientos. Eso sí, uso un tono a veces impersonal. Como todos hemos sentido lo mismo, los demás ya saben de qué estamos hablando. Eso te permite la distancia, el humor. Si al final te va a salir lo que llevas dentro… No hace falta sobreactuar. La letra y la partitura están ahí y todo lo cambia la interpretación. Es como rodar una película en color o en blanco y negro. El guion no cambia, pero la historia puede cambiar mucho”.
Bustamante siempre empieza las canciones por las letras, sea en castellano, en catalán o, como en este disco, mezclando ambos. Les da tanta importancia que su carrera paralela como escritor —el año pasado publicó el libro de relatos y artículos Los sentimientos prestados (Jam)— no es más que “una disciplina” para hacer canciones. “Cada letra es como una pequeña película, no busco para nada el ‘estilo Julio Bustamante’. Todo lo contrario, prefiero irme de vacaciones con el texto”.
No le importa además recurrir a otros autores si se identifica con ellos. La misión del copiloto se abre, de hecho, con ‘La doble’, una letra sacada de Crónicas de motel, de Sam Shepard, fallecido en julio pasado. “No es un homenaje póstumo. La primera versión de la canción es de hace 10 años. La hemos ido puliendo, pero siempre tuvo ese espíritu entre rock y jazz. Se había quedado fuera del disco de Maderita”, dice refiriéndose al grupo que formó en 2008 junto a algunos miembros de Ciudadano, banda indie valenciana. La fusión, que dio como resultado el disco Vivir para creer, le ganó la admiración de sus colegas más jóvenes. En el “año de gloria” de 2013, la revista Rock De Lux le dedicó un disco tributo mientras Xesc Cabot y Pep Garrido estrenaban el documental Bustamante Perkins. Siguiendo con la conexión generacional, Nacho Vegas canta la mitad de ‘Iratxi’ en La misión del copiloto.
Julio Bustamante está en su salsa, dice, colaborando con otros músicos o adaptando a otros escritores: “Ni siquiera necesito partir de un poema”. Si ‘Atención encandilada’, de Vivir para creer, es un “resumen” de su lectura de Metales pesados, el célebre libro del poeta valenciano Carlos Marzal, ‘Pasear’, de Con tal de volar, surgió del ensayo narrativo Deseo de ser piel roja, del filósofo barcelonés Miguel Morey. Tiene cajones llenos de libretas con notas propias y citas ajenas. Algunas llevan tiempo engrosando un libro de ensayos en el que trabaja ahora: La vida insospechada. “Es la vida que podíamos haber llevado y nunca llevamos”, cuenta Bustamante, que se licenció en Filosofía y se declara devoto de Giorgio Agamben y Simone Weil. Al lado del sofá ha dejado un ensayo de la pensadora francesa, La persona y lo sagrado: “Es el único que tengo, pero hay muchas cosas suyas gratis en Internet. Además, tengo una amiga socióloga que me presta libros. Yo no soy de acumular. Ni libros, ni nada”, explica barriendo con la mirada un piso que podría pasar por el de un estudiante.
La misión del copiloto se cierra con la delicada ‘El cel de les cançons’, un lugar que no necesita manifestarse físicamente más allá de la voz de Montse Azorín, tan importante en el disco como la de Bustamante, cavernosa sin perder la chispa. ¿Quién está en ese cielo? “Pregunta traidora. Muchos: Dylan, Van Morrison, Françoise Hardy, Battiato, Antònia Font, Golpes Bajos… Me interesa la música que produce sensaciones y te conecta con la realidad, no con una lectura de la realidad”, explica el artista añadiendo nombres a lo largo de la conversación. Cuando termina, acompaña al redactor y a la fotógrafa. Va a la biblioteca pública a consultar el correo electrónico. “Esta es una casa decente”, dice mientras cierra la puerta. “No tiene Internet”.
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