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Columna
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Que la televisión ofrezca series tan propagandísticas de la política norteamericana como no deja de ser una excelente tribuna para la exportación del 'american way of life'

Ángel S. Harguindey
Kiefer Sutherland en 'Sucesor designado'.
Kiefer Sutherland en 'Sucesor designado'.

Un 21 de diciembre de 1959 el régimen franquista recibió una visita esencial en su anhelo de acabar con la autarquía. El Presidente Eisenhower abrazaba a Francisco Franco dándole la incipiente respetabilidad de la que carecía hasta ese momento. La visita, naturalmente, no fue gratis. Una de las consecuencias colaterales fue el visto bueno a la colonización cinematográfica española. Después llegaría la televisiva.

La serie de 2016 que ahora ofrece Netflix, Sucesor designado, con Kiefer Sutherland de estrella absoluta, es un ejemplo más de las ventajas de aquella visita. Si el ciudadano español pasa de media entre cuatro y cinco horas diarias frente al televisor, el que el electrodoméstico ofrezca series tan propagandísticas de la política norteamericana como es el caso, no deja de ser una excelente tribuna para la exportación del american way of life. Esquematismos ideológicos al margen, lo cierto es que no todos los productos audiovisuales USA. comparten esa visión aunque, todo hay que decirlo, las series estadounidenses -conservadoras o críticas- comparten una calidad narrativa indiscutible.

Kiefer Shuterland ya había protagonizado una estupenda serie de acción, 24. Un tiempo después vuelve a protagonizar otra serie de acción aúnque no es él quien reparte los mandobles. Se ha hecho mayor y resulta ser el accidental presidente de los Estados Unidos: un terrible atentado destruye el Capitolio en pleno discurso del Estado de la Unión. Más de mil muertos, incluído el Presidente y todo el Gobierno salvo "el sucesor designado", un alto cargo al que se le aisla y que ocuparía la Casa Blanca si desapareciera el Ejecutivo.

A partir de ese momento el FBI se encargará de investigar el atentado que, naturalmente, encuentra inicialmente en un grupo yihadista al principal sospechoso. Semanas intensas, crisis internacionales, multimillonarios protofascistas, islamofobia, racismo, conspiraciones internas, la serie tiene un punto inquietante de profética hasta que Shuterland supera todos los obstáculos con una honestidad y altura de miras inigualables. El mensaje está servido: ¡Qué grande es América!

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