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puro teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Todos los gatos se llaman ‘Muriel’

Tres mujeres. Tres generaciones. Tres soberbios trabajos actorales en 'Un tret al cap', una obra de Pau Miró que podría firmar David Hare

Marcos Ordóñez
Escena de 'Un tret al cap'.
Escena de 'Un tret al cap'.david ruano

Desde su debut con Plou a Barcelona (2004), la difícil supervivencia podría ser el eje de la amplia y poderosa obra de Pau Miró. A mis ojos, hay un hilo tonal ácido, melancólico y crepuscular que vincula las tensiones de las protagonistas de Un tret al cap, su reciente estreno en la barcelonesa sala Beckett (Festival Grec), con el pugilato entre el viejo director y el ambicioso alumno de Somriure d’elefant (2006); la peripecia de los sesentones adictos al peligro de Els jugadors (2012); las amigas luchando por “volver al circuito” en Dones com jo (2014), o los perdedores de la ambiciosa Victòria (2016), su penúltima pieza, ambientada en la huelga de tranvías de 1951.

Las tres mujeres de Un tret al cap (un tiro en la cabeza) pertenecen a tres generaciones. Pau Miró no les ha dado nombre: son la escritora, la periodista y la muchacha. La escritora (Imma Colomer), hermana mayor de la periodista, va para los 70 y ha vuelto a la casa familiar porque necesita ayuda y compañía. Su mundo está dejando de existir. Durante años subsistió escribiendo cuentos infantiles que ya no gustan a los editores porque “se han vuelto peligrosos: dicen que incitan a los niños a la irresponsabilidad”. Cuentos libres y salvajes, imagino, como los de Ana María Matute. Me recuerda mucho a la Matute esa mujer, muy dura y muy frágil. Un cruce entre la Matute y Ana Moix.

Estaría horas contemplando y escuchando a esas dos hermanas “difíciles” y lúcidas que no soportan los melodramas

La casa familiar se hunde, los recuerdos se difuminan. Solo los gatos son eternos y se suceden como cangilones de una noria por el sencillo expediente de ponerles a todos y todas el mismo nombre: Muriel, como en la película de Resnais. O quizás como homenaje a la olvidada Muriel Spark. La escritora ha terminado el que será su último cuento. Podría ser uno de gatos, pero parece que tiene otros planes.

La periodista (Emma Vilarasau) también vive en un mundo que ya no es el suyo. Una mujer en la cincuentena, socavada por el miedo de no seguir estando “a la altura”, por las miradas que se multiplican y acosan. Acaban de echarla del diario porque sale cara, porque no es dócil y, lo peor, porque ha dejado de ser imprescindible. Escribe en un blog por cuatro chavos, consciente de que es “como la metadona: para ir dejando la droga poco a poco”. También es adicta a la ansiedad y a la presión, le dice su hermana.

La muchacha (Mar Ulldemolins) visita a la periodista porque, dice, es la última esperanza de que su historia salga a la luz: trabajaba en una empresa de alimentación que está, literalmente, envenenando a la gente, pero nadie quiere respaldar su denuncia. Un regalo inesperado, una gran historia para un gran regreso: talmente como si hubiera llegado Erin Brockovich.

Mientras veía la función caí en la cuenta de que Vilarasau y Ulldemolins coincidieron en Victòria: la primera interpretaba a la empecinada protagonista y la segunda era una chica enigmática, justo como aquí.

Un tret al cap podría ser una obra de David Hare: el mismo olfato certerísimo para los diálogos, el humor y el drama, lo que se dice y lo que se oculta, lo que está sucediendo ahora y lo que viene de muy lejos. Miró también dirige. ¿Cuándo funciona una puesta? Cuando el público respira al mismo ritmo que los intérpretes. Cuando las pausas y las embestidas se producen en los momentos justos y duran lo que tienen que durar. Cuando reconocemos la verdad en una réplica, un silencio, un movimiento.

Qué placer ver a Emma Vilarasau e Imma Colomer en la cima de sus poderes: dos trabajos memorables e inmejorables. Hacía tiempo que no veía a la veterana Imma Colomer y desearía que a partir de ahora su presencia en los escenarios fuera más frecuente.

Estaría horas contemplando y escuchando a esas dos hermanas “difíciles” y lúcidas que no soportan los melodramas, que optan por la ironía (y por el bingo, la ginebra y los documentales históricos) para vencer el miedo y la desesperación, que se niegan ferozmente a convertirse en “dos mujeres en pijama”. Me interesa todo lo que les pasa y todo lo que cuentan.

Disfruté mucho también viendo cómo Ulldemolins defiende su personaje, pero tengo un par de problemas con el texto. No me creo la primera conversación de la muchacha con la escritora: se le ve un poco el trole, como se decía antes. Y el personaje no dejaría que se le viera, pienso. Tampoco me creo (soy del gremio) la decisión de la periodista, sobre todo después de lo que ha sucedido en la obra. Por supuesto, no puedo decir más. Me parece lo que suele llamarse “una idea de guion”, es decir, de las que encajan en un guion pero no en la vida. Una idea muy simbólica, muy de cierre, pero que si la piensas dos veces…

Insisto en que no es un problema de interpretación sino de texto. Solo esos dos puntos concretos: el resto es una maravilla. Y el relato que cierra la historia, y cuentan a tres voces, es una rotunda preciosidad. Me lo creo de cabo a rabo. Y desearía haberlo escrito, por cierto.

‘Un tret al cap’, escrita y dirigida por Pau Miró. Sala Beckett (Barcelona). Intérpretes: Emma Vilarasau, Imma Colomer, Mar Ulldemolins. Hasta el 30 de julio.

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