Prefirió no hacerlo
El Reina Sofía despeja la nube de silencio sobre Lee Lozano, una de las artistas más radicales de la escena neoyorquina de los años sesenta
Hay pocas cosas que el museo no tolera, es más, lo engulle prácticamente todo, es un dios veleidoso y autoritario, un bricoleur de cosas tiradas, un asaltatumbas. En el museo no existe la paz eterna para el artista desencajado, el insobornable, el visionario, el pornógrafo y el del mal gusto. Todas esas cosas era Lee Lozano y en muy pocas se las arregló bien. Cuarenta y cinco años después de retirarse de la actividad artística, su obra resurge del olvido en lo que parece serán tres meses agotadores de resistencia a la inevitable entropía institucional. El Reina Sofía exhibe el trabajo de quien Lucy Lippard dijo que fue “la figura femenina más importante y radical de la escena neoyorquina de los sesenta”.
Lozano repudió el éxito, la competición y el trabajo programado, todo lo que en apariencia es ahora su obra, que ha viajado en el tiempo desde el silencio sepulcral hasta la profundidad de la escena. El dispositivo del Reina es de una exquisitez cautivadora, como si los dibujos y pinturas de falos rebanados, senos seccionados y vulvas/bocas que mordisquean y vomitan palabras groseras fueran puro manierismo. Manuel Borja-Villel y Teresa Velázquez han hecho de su obra una noticia fresca y forzadamente compatible con la espesura y el sentimiento de desplazamiento que la acompañaron a lo largo de sus poco más de diez años de trayectoria creativa, entre 1961 y 1972.
Lozano rechazó la escena artística y el embrollo de egos que la rodeaba
Nacida como Lenore Knaster en Nueva Jersey (1930) y fallecida a los 69 años, Lee Lozano es al arte de los sesenta lo que el ornitorrinco al mundo animal. ¿Se puede reptar como un artista pop, nadar como un ave minimalista y ser un mamífero conceptual? La artista norteamericana participó activa y críticamente en las tres corrientes, pero no encajó en ninguna de ellas. Sus pinturas, dibujos y anotaciones ofrecían la revolución como respuesta a una sociedad fascinada por el progreso en los años de Vietnam, aquella América de los “hogares tan diferentes y atractivos”, con sus electrodomésticos de última generación y una maquinaria de guerra siniestra que además había acosado la imaginación del artista. Había que forzarla.
Lozano rechazó la escena artística y todo el embrollo de egos y mercaderes que la rodeaba. Consciente de que el sistema era capaz de apropiarse de sus enunciados transformadores y ponerlos al servicio de su propia perpetuación, decidió alejarse de todo. La expresión de su sexualidad fue la vía de escape y eje de su filosofía que predicaba la emancipación y la insumisión, unida a su interés por la ciencia y los fenómenos relacionados con la energía.
Prefería la compañía de artistas hombres (Carl Andre, Hollis Frampton, Richard Serra, Sol LeWitt), se enzarzó en la dialéctica feminista e incluso llegó a boicotear a las mujeres, con las que se negó a hablar. No fue una “trabajadora”, sino una “soñadora del arte”, como le gustaba definirse, actitud que nunca abandonó desde sus primeros dibujos de factura infantil, en los que cruza textos e imágenes de zonas erógenas del cuerpo y herramientas de trabajo, como martillos, armas y enchufes, engendrando híbridos que se retuercen y doblegan. A mediados de los sesenta, su obra viró hacia formas geométricas y abstractas, detalles sobredimensionados de contornos definidos que aún retienen una lejana referencia mecanicista y sexual y anuncian un giro hacia la abstracción y el minimalismo. Paralelamente a las Pinturas de energía y las Pinturas perforadas, Lozano redactó sus Pieces, textos con instrucciones autoimpuestas (muchos de ellos ejecutados bajo los efectos de las drogas) que derivaron en Dropout Piece (Pieza de la deserción), encadenamiento final de su vida y arte. La gran obsesión de Lozano fue encontrar la cuarta dimensión en el acto creativo, en la transición del tiempo y el movimiento evocados por la mente. Lo logró en su Wave Series (1969), impecablemente desplegada en una sala oscura del museo.
La última vez que Lozano se implicó en una exposición de su trabajo fue en 1972, cuando la Lisson Gallery le propuso presentar su serie de textos, pero, una vez más, la artista se mostró resistente y acabó exponiendo una sola obra que consistía en un metro cuadrado de arena esparcida sobre el suelo, que los visitantes podían utilizar a modo de pizarra. Meses después abandonó todo, incluido su nombre, que redujo a una única letra, “E”.
‘Forzar la máquina’. Lee Lozano. Museo Reina Sofía. Madrid. Hasta el 25 de septiembre.
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