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La soprano albanesa se ensimisma en la obra de Puccini como si muriera de verdad

¿Llorar en la ópera es cursi?

Ermonela Jaho convierte "Butterfly" en una feliz epidemia de llantos, suspiros y emociones

27/06/17 Madama Butterfly, producción del Teatro Real con dirección musical de Marco Armiliato, dirección de escena de Mario Gas, escenografía de Ezio Frigerio, figurines de Franca Squarciapino e iluminación de Vinicio Cheli. En la imagen Ermonela Jaho, soprano (Cio-Cio-San) Foto: Javier del Real
27/06/17 Madama Butterfly, producción del Teatro Real con dirección musical de Marco Armiliato, dirección de escena de Mario Gas, escenografía de Ezio Frigerio, figurines de Franca Squarciapino e iluminación de Vinicio Cheli. En la imagen Ermonela Jaho, soprano (Cio-Cio-San) Foto: Javier del RealEL PAÍS

¿Debe emocionarse un artista? ¿O hacerlo puede convertirse en un camino de perdición? Se hace uno estas preguntas después de haber asistido a la revelación de Ermonela Jaho como protagonista de Madama Butterfly en el Teatro Real. Y no hablo de revelación en el sentido de sorpresa, sino en la mejor acepción del misterio.

Misterio quiere decir que la soprano albanesa dio la impresión de ensimismarse en el papel de Cio Cio San hasta trasladarnos la sensación de que estaba amando, sufriendo y agonizando de verdad. Ni siquiera resultaba relevante la atmósfera nipona. O el vestuario. O la efectista ambientación cinematográfica de Mario Gas.

Percibíamos la tragedia como si estuviera ocurriendo. Y como si los suspiros y las lágrimas de los espectadores aspiraran a llegar al escenario  en un abnegado esfuerzo de solidaridad o de empatía. No digamos cuando aparece el niño prohibido en los pasajes tremendistas que Puccini sabe colocar entre la demagogia y la catarsis.

Daban ganas de personarse en el escenario para levantar acta del cadáver de Ermonela Jaho una vez inmolada. Testificar a su favor en presencia de la autoridad judicial, tentaciones todas ellas innecesarias cuando la cantante aparecía resurrecta. Todavía bajo los efectos del drama interiorizado, pero felizmente viva. Y abrumada por esas ovaciones y clamores compensatorios con que el público se libera  a su vez del dramón pucciniano. Una ópera de pañuelo.

¿Se emocionaba Ermonela Jaho? Creo que sí. La hipótesis contraria no desluce la competencia profesional, el oficio -todo lo contrario-, pero cuesta trabajo aceptarla. Porque su pasión y muerte se perciben desde la platea como un fenómeno que le está afectando y concerniendo. No hasta el punto de desequilibrar la actuación en una suerte de terremoto sentimental, pero sí hasta el extremo de liberarse de cualquier artificio. Ni siquiera percibimos que está cantando. Prevalece la naturalidad, la sensibilidad. Sobrepasa Ermonela la discusión de la idoneidad vocal. Ella es Butterfly antes que una soprano lírica o dramática. Ella experimenta delante de nosotros, como si no estuviéramos, el viaje de la crisálida a la mariposa atravesada por un alfiler.

Se implica la cantante albanesa consciente de que no puede desbordarse, pero también sabedora de que no puede distanciarse de la tragedia a semejanza de un cyborg. Y es probable que Alfredo Kraus, de estar vivo, acudiera al camerino a rectificarla. Le diría: "mire usted, si el artista quiere emocionar, no puede emocionarse". Quizá sirva el consejo para los papeles belcantistas de gran presupuesto técnico. O para los colegas asépticos que logran abstraerse del sentimentalismo. Decía el maestro canario que el cantante debe cantar con los intereses sin tocar el capital, pero no me parece que Puccini sea un compositor idóneo a la especulación financiera. Y sí me parece que Ermonela Jaho encuentra una suerte de camino intermedio entre el control y el descontrol, entre la mesura y la entrega, entre la cicatería y el derroche.

Ha sido conmovedor escucharla. Ha sido sobrecogedor implicarse en el oleaje de emociones y de texturas que el maestro Armiliato ha sabido concebir en las corrientes del foso. Butterfly necesita un timonel más dotado que Pinkerton. Y Armiliato ha representado la misión de marinero en tierra con afinidad estilística, tensión dramática y plena sumisión contemplativa al vuelo trágico de la mariposa. Nunca pensé que mis rudimentos en el conocimiento de la lengua albanesa, adquiridos, por cierto, en la cobertura de la guerra de Kosovo, pudieran servirme para agradecer la actuación de una soprano oriunda de Tirana que parecía la primera mujer de Nagasaki. Shumë faleminderit!, Ermonela.

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