Retratos cruzados
Los fotógrafos Alberto García-Alix y Nicolás Combarro conversan sobre el medio y su porvenir con motivo de PHotoEspaña, en el que el primero ejerce de comisario invitado
Se conocieron en el Cementerio de Bonaval de Santiago de Compostela, detrás del CGAC, una tarde de 1999. Nicolás Combarro (A Coruña, 1979) tenía 20 años y una curiosidad extrema. En su biblioteca, recurría a menudo a ese Canto de la Tripulación que tanto marcó a una generación y que él entonaba siendo adolescente buscando amplificar su laboratorio de ideas. Alberto García-Alix (León, 1956) tenía 43 y un buen apego al ron Negrita. Justo había ganado el Premio Nacional de Fotografía tras veinte años retratando lugares de los que no se vuelve. Algo pasó en aquel místico lugar convertido ahora en parque. Alberto se quedó fascinado por el concepto fotográfico que Nicolás traducía en cada cosa que veía. Y también Nico decidió meter el hocico en el mundo de Alberto, con distancia meridiana en la retina, como cuando coge la cámara de fotos.
Hoy les encontramos tras la puerta metálica de una antigua fábrica de insignias militares en el barrio de Cuatro Caminos en Madrid, donde Alberto tiene su estudio, entre libros, motos, vinilos y una larga cadena de proyectos en común. García-Alix tiene Carta blanca en PHotoEspaña para darle la vuelta a un festival que el próximo miércoles 31 cumple 20 años. A Combarro le ha invitado a colocarse como comisario de la exposición de Anders Petersen, uno de los seis autores sublimes y heterodoxos con los que Alix ensaya un nuevo susurro de La exaltación del ser. Ese mismo día, en la galería Juana de Aizpuru, presenta una nueva miscelánea de fotografías de los últimos años, una vuelta de tuerca a su manera de mirar. Nicolás está exponiendo en el Caixaforum de Barcelona su proyecto Arquitectura espontánea y prepara un libro homónimo que sacará a la luz este verano. Y para culminar este intercambio, ultima los detalles de un largometraje documental sobre Alberto realizado a contrapelo, incómodo, con el que abre la puerta al García-Alix más desconocido, como persona y como autor. Aunque para verlo habrá que esperar a su estreno en septiembre.
ALBERTO GARCÍA-ALIX. Nico se convirtió en mi ángel de la guarda en París, junto a Blanca Li y su marido, Etienne. Si no fuera por ellos, me hubiera tirado por la ventana. Porque realmente cuando nos encontramos el uno al otro, no de frente, sino por dentro, fue allí, en 2003. Llegué sin saber quién era, con una quiebra sentimental muy grande.
PHotoEspaña vive una paradoja. Se ha institucionalizado mucho la capacidad de riesgo y lo transgresor y revulsivo se ha perdido Alberto García-Alix
NICOLÁS COMBARRO. En París empezaste el tratamiento de interferón para salvar tu hígado y la cosa se puso dura. También empezaste a mirar de otra manera, mucho más introspectiva. Fue un momento catalizador. Yo también di un vuelco a mi mirada y empecé a emplear la fotografía desde el lado opuesto al tuyo, como medio más que como fin, mirando hacia fuera, buscando en la arquitectura elementos plásticos para reflexionar sobre la relación entre realidad y abstracción.
A. G.-A. Mi mirada hizo un camino de vuelta hacia adentro, una reverberación. En París aprendí a sentirme y a escuchar otras voces. Juntos empezamos a revisar todo el material de fotos de los setenta y ochenta, de donde salió la primera muestra que me comisariaste: No me sigas... estoy perdido, en la Fundación Canal, en 2006. Una exposición que mostraba una cara desconocida de aquellos años. A veces me tildan de “el fotógrafo de la movida”, pero no es cierto. Yo lo que fui es un aventurero, uno más de la pandilla, la punta del iceberg de los desastrados. Hoy lo veo todo con mucha ternura, y eso es lo que hay en mis fotografías. De lo único que me arrepiento es de no haber tenido conciencia, de haber anestesiado la mirada. Porque entré en la fotografía al mismo tiempo que entré en la heroína. Me gustaban las drogas y estaban en mi ADN cultural, en las lecturas de Jack Kerouac y William S. Burroughs. Aunque las drogas pueden con todo, con el amor, con el dolor y con el tiempo. Poco después, hablando con Ana Martínez de Aguilar, surgió la posibilidad de hacer una exposición en el Reina Sofía, De donde no se vuelve, en 2008. Tú hiciste el comisariado, y recuerdo que a la gente le llamaba la atención que eligiese a un comisario tan joven. Cuánto prejuicio y qué país más casposo.
N. C. Aquello fue mucho más que un comisariado; fue más bien una convivencia emocional. Soy un comisario ocasional y de procesos largos, y me gusta irme a las antípodas y dialogar con algo que no tenga nada que ver con lo mío. Mi forma de trabajar es diferente a la tuya, parto de un trabajo de investigación y archivo, y basándome en esa realidad adquirida establezco un diálogo abstracto a través de intervenciones directas sobre la arquitectura. Comisariando he aprendido de artistas de diferentes disciplinas, como Miguel Ángel Campano o Jannis Kounellis, y de autores más emocionales, como Anders Petersen o tú mismo, Alberto. Todos vosotros saltáis fronteras desbordando universos cerrados. Eso se puede ver en tu Carta blanca en PHotoEspaña. No hay límites y no hay miedo. Y sirve de hilo a una nueva generación de fotógrafos que han llegado con fuerza que se revela frente a los guetos.
A. G.-A. El momento actual de la fotografía es muy potente. Aun así, hay un exceso de querer intelectualizar el contenido del mensaje. Hay un “todo vale” que es negativo, aunque siempre lo ha habido. Digamos que hay exceso de fotografía, pero también hay más fotografía buena que nunca.
N. C. La fotografía española goza de buena salud creativa. Paradójicamente, la crisis que hizo que la institución se retirase provocó que los autores dieran un golpe en la mesa y buscaran otro modo de seguir. Se utilizó mucho el formato fotolibro y ahora se empiezan a hacer exposiciones. Y hay una red de apoyo y colaboración entre artistas, fotógrafos, editores, escuelas, diseñadores… Lo que está pasando es algo único. Fuera se habla del fenómeno de la fotografía española, pero en España se conoce menos, o se reivindica menos. Ocurre también que aquí se es muy dependiente del reconocimiento institucional, y la nueva generación ha pasado de ello por no sentirse representada. PHotoEspaña tiene una gran posibilidad y responsabilidad en saber incorporar a estos nuevos autores. Sabemos que está en un momento de impasse. Cuando empezó hace 20 años con tu exposición, Alberto, fue una revolución para la fotografía y aupó a toda una generación de autores. La importancia del festival es indudable, pero esa energía que tuvieron en su inicio deben tratar de recuperarla ahora. Quizá por eso te han invitado, para que les brindes aquella energía a través de tu propuesta, que no va a dejar a nadie indiferente…
A. G.-A. PHotoEspaña vive una paradoja. Se ha institucionalizado mucho la capacidad de riesgo y lo transgresor y revulsivo se ha perdido. A esas ideas vuelvo en esta Carta blanca con seis autores que entran dentro de los parámetros de lo sublime y lo heterodoxo, con obras que habitan fuera de las normas porque se nutren de lo más íntimo y pasional de cada autor. La obra de Antoine d’Agata nos convulsiona y agita. Sentimos vértigo. El desamparo es vital y el miedo constante. De Paulo Nozolino me interesa la pulsión de los paisajes y cómo hay en sus imágenes un todo destruido que nos habla y nos interroga. Con Pierre Molinier estamos ante la obra de un gran fabulador. Un independiente. Un individualista con lo femenino como obsesión y pertenencia. Cuando descubrí el Cafe Lehmitz de Anders Petersen me quedé fascinado, posee magia. Nos atrapa desde que traspasamos la puerta. Nos hipnotiza. Es una obra generosa de humanidad compartida. Un trabajo inolvidable hasta provocar las lágrimas. Soy testigo. Sobre la muerte, Teresa Margolles es la más brillante, y su obra grita al silencio y al trauma de la desesperación y su arbitrariedad. Por Karlheinz Weinberger siento fascinación, y de hecho va a tener una gran exposición en el festival de Arlés. La fotografía fue para él la llave de liberación de una vida opaca. Fue un gran tímido, autodidacta, y un mozo de almacén que solo era fotógrafo de viernes a domingo satisfaciendo su ojo de voyeur. Nos habla mucho de una época. Aquí, la emoción lo es todo y nos llenamos de resonancias. Estaba previsto también mostrar una serie desconocida en vídeo, un rito con la cámara retratando durante años a un chapero que iba por su casa cuando necesitaba dinero. Seguramente no son sus mejores fotos, pero sí un delicatessen para entendidos. Un ejemplo fulgurante de cómo la fotografía nos permite delinquir en el intelecto. Pero no se va a exponer. Al final siempre nos castramos. La opinión pública es más fuerte que el chispazo del ojo.
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