Las voces perdidas
Los ecos de Sorkin, Pasolini, Buero y Koltès resuenan en Madrid en la imprescindible Refugio, de Miguel del Arco, con un reparto sensacional
Todo, absolutamente todo, texto, puesta, interpretaciones, luz, música, escenografía, todo funciona en Refugio, lo nuevo de Miguel del Arco en el María Guerrero: enorme función. Los cambios de tonalidad son sorprendentes. Arranca a toda mecha, a la manera de Sorkin, con ecos de The Newsroom: la velocidad, el nervio cívico, el ir directo al hueso de lo que está pasando. La entrevista como teatro, como preparación para un interrogatorio, entre Suso Santisteban (Israel Elejalde), el político corrupto, y Ana (María Morales), la asesora de su partido, es toda una lección de virtuosismo actoral, un crescendo que avanza sin la sombra de un tropiezo hasta el estallido de rabia. No estamos ante una simple sátira: hay lucidez amarga en muchas de las cosas que Suso dice. Después conocemos a la familia del político. Tres generaciones con las manos manchadas de pringue, todos viviendo del cordero, todos perdidos.
Alicia (Carmen Arévalo) es la abuela amargada que luchó por la libertad (o eso dice) y se vendió luego, y malvive en el desamor, cercada por la edad. Amaya (Beatriz Argüello), la soprano que ya no puede cantar, la esposa alcohólica y dopada, vive en su bruma. Lola (Macarena Sanz) y Mario (Hugo de la Vega) son los hijos, malcriados y nihilistas. Sensación de que todo (familia, política, sociedad) va a saltar por los aires. “Crisis económica, incertidumbre, grandes dosis de miedo: la destrucción como refugio”, dice Suso. Pienso en Pasolini, en Bellocchio. Parece una historia de la Italia de los setenta, pero es de ahora mismo: crisis similar o crisis eterna. Anoto otra noción pasoliniana: la democracia como un imposible, un anhelo casi de ciencia-ficción, de civilización pasada o futura.
El texto es valiente y arriesgado por su voluntad de diagnóstico y la espléndida mixtura de géneros, y es la pieza más musical de su autor
A esa casa de cristal empañado llega Farid (conmovedor Raúl Prieto), un refugiado que ha perdido a su esposa y su hijo, y al que acogen por pura rentabilidad. Aflora un concepto central que le hubiera gustado a Buero: la pérdida de las voces. La voz juvenil e idealista de Suso (o eso quiere creer); la voz lírica de Amaya. La voz de Lola es ahora puro grito violento y sarcástico; la de su hermano Mario parece estar a un paso del fascismo. Farid no habla, pero escuchamos su monólogo interior, torturado por la culpa y por su extranjería radical. Y por la voz torturante de Sima (María Morales), el fantasma de la mujer muerta, con el hijo muerto en brazos, que no deja de resonar. Farid me pareció (voz, aura) un personaje koltesiano, solo, desgarrado, como el protagonista de La noche antes de los bosques.
Farid no comprende lo que se habla a su alrededor, pero siente la tensión y el asco: ahí está la escena en la que las voces de Suso y Amaya son brevemente reimaginadas por Sima y Farid, o cuando Suso y Farid, en la alta madrugada, creen comprender al otro sin entender una palabra: momento terrible y atravesado por un humor negrísimo, marca de la casa Del Arco. Escenas muy difíciles de sostener, pero los actores lo consiguen, galopando entre la prosa feroz y la alta poesía.
Refugio es un texto valiente y arriesgado, por su voluntad de diagnóstico y por esa espléndida mixtura de géneros, pero sobre todo me parece la pieza más esencialmente musical de su autor, estructurada en dúos, coros y grandes arias, algunas literales. Cuando comienzas a pensar que el personaje de Amaya tiene poco desarrollo, Del Arco alza un deslumbrante dúo de danza y ópera: en el sueño de Farid, Beatriz Argüello (más parecida que nunca a una joven Ornella Vanoni) mima el Liebestod de Tristán e Isolda sobre la estremecedora versión de Nina Stemme, quintaesencia de su anhelo de volver a encontrar refugio en la ópera, mientras Sima danza en lo alto de la casa como la gata de Así que pasen cinco años.
Hay otro dúo que corta la respiración: la preciosa escena en que Farid y Sima, bajo un cielo estrellado, evocan su última noche en la costa del Líbano, y él le relata el mito del rapto de Europa. Aquí es el momento idóneo para celebrar la extraordinaria iluminación de Gómez-Cornejo: siempre es un lujo, pero lo que ha hecho en Refugio (atentos también a los claroscuros del último tercio) es para llevarse todos los premios. Y lo mismo hay que decir de la perfecta y cambiante escenografía de Paco Azorín, ese cubo de cristal que se abre, se desestructura, que parece una pecera batida por el oleaje o el mismísimo fondo del mar: una descomunal máquina poética. Más monólogos: el solo de Hugo, su salvaje embestida tecleando el videojuego, su intento de hacer callar la voz emergente de Lola; el soliloquio (también muy koltesiano, que recuerda al de la madre en Retorno al desierto) de Carmen Arévalo, y el del imparable Israel Elejalde, que remata la jugada con un obituario donde está más Miguel Rellán y David Tennant que nunca. Esa sería una clausura de altos vuelos, pero Del Arco nos regala un gran bonus track: la potentísima imagen de la familia, corruptamente unida y en negro. Refugio es una obra necesaria, imprescindible.
‘Refugio’, escrita y dirigida por Miguel del Arco. Teatro María Guerrero (Madrid). Intérpretes: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Beatriz Argüello, Carmen Arévalo, María Morales, Macarena Sanz, Hugo de la Vega. Hasta el 11 de junio.
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