Bibliotecas para no callar
Estas instituciones han dejado de ser templos del silencio para convertirse en espacios culturales llenos de actividades que ocupan edificios, de nueva construcción y rehabilitados, de gran valor arquitectónico
Un niño de cuatro años rompe el silencio con una carcajada mientras mira un libro en la sala de lectura de la biblioteca municipal Mario Vargas Llosa de Madrid. A pocos metros, un grupo de jubilados presta atención a la lección del profesor de informática, y un sin techo pasa la mañana mirando revistas. Fuera de este edificio acristalado, rectangular, que sobrevuela el patio de recreo del colegio público Isabel la Católica, en Malasaña, tres jóvenes en la veintena apuran sus cigarrillos antes de volver a la sala de estudio, donde no cabe un alfiler.
Las bibliotecas públicas, gestionadas por Ayuntamientos, comunidades autónomas y Universidades, se han convertido en puntos de encuentro para personas de todas las edades. "Están en plena ebullición", apunta Belén Llera, directora de Bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid. "La gente se siente protegida porque nadie te pregunta de dónde vienes y a dónde vas", añade. En las dos últimas décadas han pasado de meros lugares para el préstamo de libros a auténticos centros culturales enclavados en luminosos edificios de nueva construcción y en antiguas fábricas, iglesias e incluso zoológicos reconvertidos en templos de la lectura. No resulta extraño, por tanto, que sus salas de estudio se llenen incluso fuera de la época de exámenes y que el wifi, gratuito, vaya muy lento.
En 2014 las bibliotecas públicas españolas recibieron más de 206 millones de visitas, según el último informe del Instituto Nacional de Estadística (INE). Aunque no aporta cifras sobre la afluencia a las salas de estudio, basta con entrar en cualquiera para constatar la alta concurrencia de estudiantes, de todas las edades, que se concentran en sus apuntes. Su público más fiel. "Antes solo se abarrotaban en época de exámenes, ahora es habitual que se llenen durante todo el curso, sobre todo por las tardes”, asegura Marisa Rodríguez, responsable de las visitas guiadas a la particular biblioteca de Escuelas Pías, un centro asociado a la UNED, construida dentro de las ruinas de una antigua iglesia en el barrio de Lavapiés, en Madrid.
En mayo resulta difícil encontrar sitio para estudiar. "Tenemos que venir pronto, incluso antes de que abra para coger un puesto", comenta uno de los estudiantes que estaba fumando en la entrada. En los periodos de mayor afluencia (mayo y junio, agosto y septiembre y enero y febrero), estos centros cierran más tarde y abren todo el fin de semana. Antes incluso algunas funcionaban las 24 horas. "Ahora no hay tanta demanda", aseguran desde la Comunidad de Madrid, pese a que sus 16 bibliotecas recibieron 10.000 visitas más que el año anterior en 2016. En Barcelona, en cambio, varios centros municipales abren entre semana sus salas de estudio hasta la una de la madrugada.
Lectores del futuro
Durante las horas habituales de apertura, sin embargo, el trasiego de estudiantes, de asistentes a talleres, de lectores ávidos de nuevas aventuras literarias y de vecinos curiosos es constante. “Las bibliotecas crean adicción”, afirma Paloma Sobrini responsable de las bibliotecas de la Comunidad de Madrid. "Siempre hay algo que hacer, ver, leer", añade. Los niños disponen de espacios propios donde los libros se mezclan con los juguetes. "Formamos a los lectores del futuro", indica Sobrini. En ellos se programan cuentacuentos y talleres, como los del Ayuntamiento de la capital, para enseñar a los padres a narrar historias.
Los talleres de informática o de empleabilidad y las conferencias, las presentaciones de libros, los recitales de poesía y los clubes de lectura completan la oferta actual. "Antes de los años noventa casi no se realizaban actividades", recuerda Inmaculada Casals, directora de Can Casacuberta, la Biblioteca Central de Badalona (Barcelona), construida en las instalaciones de una fábrica de principios del siglo XX. Allí los clubes de lectura existen desde 1995. “Los hay de lectura fácil y para enseñar catalán e inglés”, agrega.
Mucho más recientes son las salas “ruidosas”. “Con el Plan Bolonia los estudiantes realizan más trabajos en grupo, por lo que nos reclamaban espacios donde poder hablar sin miedo a molestar”, apunta Isabel Calzas, directora de la Biblioteca Central de la UNED en Madrid.
Los vecinos también demandan espacios en las bibliotecas municipales. Enclaves de reunión en los que puedan organizar todo tipo de actividades comunales. "En los últimos presupuestos participativos, la creación de nuevas bibliotecas fue una de las iniciativas más demandadas", apunta Belén Llera. Los nuevos centros ya cuentan con este tipo de salas a disposición de los usuarios, mientras que en los más antiguos se intentan habilitar paulatinamente.
De esta frenética actividad social también se benefician los estudiantes. "Los jóvenes vienen aquí, se prestan apuntes, intercambian ideas, se motivan, se relajan e incluso ligan”, revela Paloma Sobrini. Esta socialización es un arma de doble filo para algunos. "A veces los descansos se te van de las manos y se alargan más de lo debido", confiesa María Ruiz, opositora de 33 años. "Tengo compañeras que prefieren no venir porque se distraen y no les cunde", comenta.
Entre lección y lección, además de fumar o tomar algo, los estudiantes tienen la posibilidad de hojear revistas, libros y cómics. Los espacios dedicados a los tebeos, conocidos como comitecas, ocupan un lugar importante en las bibliotecas públicas. Incluso existe una especializada en este formato, la Ignasi Iglesias-Can Fabra, en Barcelona. Más de 23.000 documentos llenan las estanterías de su primera planta entre ensayos sobre teoría del cómic, colecciones de superhéroes y series de autores hispanoamericanos, europeos y japoneses, además de revistas, fanzines y novelas gráficas. "En Barcelona las bibliotecas públicas están muy bien surtidas, aunque echo de menos alguna recopilación de cómic alternativo", opina David Agrio, dibujante de Barcelona, asiduo a esta sección. “Te permite descubrir nuevos títulos y leer algunos que en su momento no compré”, añade. Para Agrio, las instalaciones son tan acogedoras que atrapan al lector. "Es un gustazo pasar horas y horas en ellas, así que no sorprende encontrarse a todo tipo de gente por allí", dice.
En Madrid comienzan a ponerse las pilas en la oferta de tebeos. "Intentamos cuidar nuestras comitecas y adquirir todo tipo de títulos. También es una manera de atraer a nuevos públicos para que se aficionen a la lectura”, apunta Paloma Sobrini, de la Comunidad de Madrid. Su Red de Bibliotecas cuenta con 70.000 cómics.
Como en casa
En la Biblioteca para Jóvenes Cubit, hospedada en la antigua fábrica de azúcar de Zaragoza, no hay mesas ni pupitres. Los lectores descansan en sofás. Además, hay música todo el tiempo y los usuarios pueden jugar a la videoconsola. Así es el proyecto, impulsado por la Fundación Bertelsmann, con el que este centro, pionero en España, quiere atraer a los jóvenes entre 13 y 25 años. “No mencionamos la palabra biblioteca porque nos expandimos más allá de ese concepto”, explica su directora, María Cruz Acín.
El centro, inaugurado en 2010, apuesta por Internet, los cómics, la música y los videojuegos entre sus más de 15.000 títulos, y está muy presente en las redes sociales. "Nuestro objetivo es que los chavales se sientan como en su habitación", añade. El diseño arquitectónico, adaptado a la antigua estructura y con las dos chimeneas que recuerdan su antiguo uso, juega a favor de esta concepción. Las claraboyas permiten que la luz fluya a través de las plantas y los espacios comunes con sillones bajos fomentan la comunicación. “No hay salas específicas para estudiar, todo está conectado”, completa Acín. Un planteamiento distinto del de las demás bibliotecas, pero con el mismo fin: ayudar a los amantes de las letras a descubrir nuevos mundos y, sobre todo, contribuir a que los estudiantes se concentren y aprueben los exámenes.
Transatlánticos de ciudad
"La belleza de los espacios es algo nuevo en las bibliotecas", asegura Paloma Sobrini, directora de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid, donde conciben estos centros "como grandes transatlánticos, potentes y luminosos". La gran nave con frontal acristalado de la Rafael Alberti en Fuencarral; el edificio que evoca a una ballena de la Luis Martín Santos en Villa de Vallecas, o la caja rectangular instalada sobre el patio de un colegio que es la Mario Vargas Llosa de Malasaña representan una nueva manera de diseñar bibliotecas, con reminiscencias brutalistas.
Esta concepción adquiere un carácter social en los centros gestionados por el Ayuntamiento de Madrid. El Consistorio espera estrenar una biblioteca en San Fermín para 2018, en cuyo diseño han participado sus vecinos. "Queremos convertirla en un centro neurálgico del barrio", apunta Belén Llera, directora de Bibliotecas, Archivos y Museos. Con ese espíritu nació en 2013 la biblioteca Eugenio Trías en la antigua Casa de Fieras del parque del Retiro, el zoológico de la capital hasta 1972, que se trasladó a Casa de Campo. Donde antes había leones, ahora hay espacios acristalados con ordenadores.
Los ejemplos de espacios reutilizados abundan. En Barcelona, una antigua fábrica textil ha sido reconvertida en la biblioteca de Can Casacuberta (Badalona), y una azucarera zaragozana se ha transformado en el centro para jóvenes Cubit. La antigua Biblioteca Foral de Bilbao también destaca por su reforma. Los fondos descansan en un cubo acristalado que se ve desde la calle. "Los libros siempre han estado en sótanos, había que sacarlos a luz", explica Ana Fernández, técnico del centro. Arquitectos de todo el mundo acuden a ellas para conocer estas atractivas reconversiones. "A veces nos solicitan visitas guiadas", añade Fernández.
La biblioteca de las Escuelas Pías, un centro adscrito a la UNED, en Lavapiés, también despierta el interés de estos profesionales. Se encuentra dentro de los retos de una iglesia arrasada durante la Guerra Civil y abandonada durante más de 50 años, hasta que en 1996 comenzó su recuperación. Donde antes había imágenes y retablos, ahora hay libros y pupitres. La nave, el crucero y el ábside mantienen el carácter sacro del templo. La iluminación y el mobiliario, “de aspecto monacal, embriagan al visitante y fomentan la concentración de los opositores, los músicos e incluso los actores que allí repasan sus papeles”, asegura Marisa Rodríguez, encargada de las visitas guiadas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.