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La batalla por los símbolos

La política cultural de Barcelona En Comú ha generado una bronca constante con el nacionalismo y la derecha

Dloros Miquel durante los premios Ciutat de Barcelona. FOTO: CONSUELO BATTISTA
Cristian Segura

La acción cultural del Ayuntamiento de Barcelona ha generado un rifirrafe constante, una batalla de fondo político que ha enfrentado la idea de la sociedad metropolitana que quiere proyectar la nueva izquierda con las del nacionalismo y la de la derecha.

Todo empezó en el verano de 2015 —pocas semanas después de asumir Barcelona En Comú (BEC) el poder municipal— con la colocación de unos urinarios portátiles empotrados en el Born Centro Cultural (BCCM) para mejorar la higiene en la vía pública. La extinta CiU, ERC y los sectores más reaccionarios del nacionalismo catalán respondieron escandalizados. El yacimiento de la guerra de 1714, efeméride mítica para el soberanismo, no podía ser ultrajado de esta forma; el Ayuntamiento rectificó rápido desplazando 50 metros los urinarios. El lance de los meaderos solo fue el aperitivo de lo que llegaría un año después: la exposición “Franco, Victoria, República”, en la explanada del BBCM, que pretendía denunciar “la impunidad de las administraciones catalanas con los grandes monumentos de la dictadura en Barcelona”. Se expusieron en la plaza una estatua ecuestre del Caudillo decapitado y la estatua de la Victoria —en recuerdo de la victoria del bando golpista en la guerra civil—, que hasta 2011 se mantuvo en el Paseo de Gracia. Franco a caballo fue vandalizado durante cuatro días con acciones legitimadas desde las redes sociales y los púlpitos mediáticos del independentismo, hasta que fue derribada de madrugada. En el interior del BBCM se expuso una revisión de la represión durante el franquismo que no generó polémica alguna, en parte porque no servía de munición para la política de gestos.

Más de lo mismo sucedió este 2017 cuando el Ayuntamiento instaló en el Fossar de les Moreres —otro espacio sagrado en el barrio del Born, “la tumba al soldado desconocido de Cataluña”, según el exjefe de prensa de Artur Mas— un trabajo artístico de estudiantes universitarios que, a partir de una cadena de carritos de la compra, querían denunciar la pobreza en Barcelona. El montaje fue retirado por grupos nacionalistas. Los mismos grupos que, con el apoyo del PDeCAT y de totems del independentismo, intentaron boicotear el pregón del escritor Javier Pérez Andújar en las fiestas de la Mercè de 2016, acusándole de haber ofendido al independentismo en sus crónicas en EL PAÍS. El consistorio eligió a Pérez Andújar como exponente de la cultura popular urbana y de la Barcelona de extrarradio que defiende su identidad.

Dos miembros del servicio de limpieza del Ayuntamiento retiran las carros de la instalación del Fossar.
Dos miembros del servicio de limpieza del Ayuntamiento retiran las carros de la instalación del Fossar.Joan Sánchez

Los símbolos han servido de arma arrojadiza en los dos años del actual gobierno municipal. La expulsión del monumentalismo urbano de nombres como Juan Antonio Samaranch, Juan Carlos I o Antonio López, Marqués de Comillas —acusado de esclavismo en un libelo escrito por su cuñado—, se entienden por motivos ideológicos frente a los que partidos de la oposición esgrimen el papel de Samaranch en los Juegos Olímpicos o el del Marqués de Comillas como mecenas de Jacint Verdaguer o Antoni Gaudí. Una de los primeras decisiones del equipo de la alcaldesa, Ada Colau, fue renunciar a utilizar el palco que el Ayuntamiento tiene en el Liceo como institución miembro, para funciones representativas. Algo parecido se ha producido con la reinterpretación de la tradición cristiana, que ha generado conflictos, aunque lejos de los acontecido con los uniformes de los Reyes Magos de Madrid en 2016 porque la revisión en Barcelona se ha ofrecido con muestras culturales de mayor valor añadido.

En algún momento los comunes han llevado la provocación al campo de lo chusco. Un ejemplo fue el poema que leyó la poeta Dolors Miquel en la sede del Ayuntamiento durante la entrega de los Premios Ciutat de Barcelona de 2016, una versión irreverente del Padre Nuestro que incluía versos como "sea santificado vuestro coño", "Hágase vuestra voluntad en nuestro útero" o "no permitáis que los hijos de puta aborten el amor y hagan la guerra, nos libres de ellos por los siglos de los siglos, Vagina". Miquel denunció que la selección de este poema fue una imposición del gobierno municipal.

El activismo en la igualdad de géneros ha tenido un ascendente importante en la promoción de actividades culturales pero también en la elección de altos cargos del consistorio. El fichaje de la videoartista y activista posporno Águeda Bañón como directora de Comunicación del Ayuntamiento causó un terremoto mediático que, dos años después, ha sido olvidado porque Bañón se ha ceñido a sus competencias, evitando conflictos. Valentín Roma, uno de los comisarios fulminados en 2015 por el MACBA por exhibir una escultura del rey Juan Carlos sodomizado por la líder sindical boliviana Domitila Chungara, fue nombrado por el Ayuntamiento en 2016 como director de la Virreina, centro de exposiciones fotográficas.

La gestión cultural está en manos del líder del PSC Jaume Collboni desde mayo de 2016 y su estrategia es más neutra y menos provocativa, aunque no le ha salvado de ser foco de críticas este mes de mayo por una campaña de promoción de la lectura, concedida por concurso a la empresa After Share, del publicista y showman Risto Mejide. La campaña, ya retirada, pretendía incentivar la venta de libros pidiendo a las librerías de la ciudad que mandaran un libro a Donald Trump “para abrirle la mente”. El mundo literario se ha rebelado contra lo que consideraba una artimaña de mercadotecnia basada en un progresismo frívolo que los comunes, más sesudos –y dogmáticos– en la batalla ideológica, probablemente no habrían planteado.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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