Cuando Verdi estuvo en Madrid
El compositor italiano recaló para el estreno de "La forza del destino" y conmovió la ciudad
No ha habido en la historia del Teatro Real un acontecimiento parecido al que supuso la vista de Giuseppe Verdi en el invierno de 1863. Recuerda el acontecimiento una placa descubierta en el edificio donde residió el maestro. Que se ubica en la plaza de Oriente. Y que facilitaba la discreción, incluso la fama huraña, con que se se desenvolvía el compositor italiano, concentrado como estaba en el estreno de La forza del destino .
La ópera se había presentado anteriormente en la corte de San Petersburgo, pero Madrid aportaba la novedad “europea”. Rusia estaba muy lejos en la resonancia cultural. Y La forza no sólo recalaba en el Teatro Real con los honores de un estreno. También se concebía en su hábitat natural, pues Verdi había escrito la correlación operística de la obra teatral del Duque de Rivas -Don Álvaro o la fuerza del sino- y lo hacía dilatando hasta sus extremos el exotismo español y el mito romántico de la “fatalità.
Todavía perduraba en la sensibilidad de los hombres y mujeres ilustrados el impacto de Don Álvaro. Se había estrenado tres décadas antes, pero las reposiciones mantuvieron la obra de actualidad, incluso adquirieron una enorme repercusión continental. La propia biblioteca de Verdi en su residencia de Santa Ágata alojaba un volumen del Teatro moderno spagnolo del que formaba parte la pieza del duque de Rivas. Y que redundaba en una perspectiva tremendista, incluso folclorista, de la imagen romántica de España. Antes de visitar Madrid y de proponerse un viaje agotador, exhaustivo por Andalucía, Verdi conocía España desde la mediación de Víctor Hugo o de Voltaire, autor este último del drama que inspiró la primera ópera “española” de Giuseppe Verdi.
Se trataba del Alzira (1845) y proporcionaba al compositor la oportunidad de recrearse en la colonización española. No desde una perspectiva feroz, sino desde el contraste de civilizaciones que sobrentendía la obra embrionaria de Voltaire. Una ópera exótica y fallida que llegó a estrenarse en Barcelona, pero no en Madrid. Y no por falta de devoción verdiana. Que era extrema en la capital, cuando no militante. Y que ya conformaba un magma cultural enormemente receptivo al hito nacional y madrileño que suponía el viaje del carismático Verdi.
Tenía un aspecto imponente el compositor. Lo demuestran las sesiones de fotografía a las que se avino exponerse en Madrid, probablemente por la fascinación tecnológica que ejercía el arte emergente y por la reputación artística que había alcanzado el retratista francés Jean Laurent.
Nos describe la prensa madrileña a Verdi como “un hombre de 45 a 50 años, alto y fuerte de complexión (...) Su ancha frente, depositaria de esos deliciosos cantos que roba a la armonía, la viveza y energía de sus ojos, su poblada y negra barba, y la pronunciación de sus facciones, constituyen una fisonomía varonil e inteligente que no desmiente pertenecer a una cabeza en la cual tienen cabida las más sublimes concepciones musicales”.
La crónica de La Época se antoja elocuente de la sobrexcitación que había en Madrid a propósito de la visita verdiana. Y de la frustración que supuso el hermetismo del maestro durante su estancia en la capital. Estaba cansado de los viajes precedentes (San Petersburgo, París), le urgía remediar las incorrecciones de la partitura de La forza del destino y abjuraba de la mundanidad, aunque todas estas restricciones no impidieron que se dejara agasajar por la reina Isabel II en una recepción devocionaria ni que pudiera sustraerse al apasionamiento de los “tifosi” del Real en una función de Rigoletto que se había programado en el contexto de los homenajes y que Verdi trató de escuchar entre bastidores. “Habiéndose difundido entre los espectadores la noticia de la presencia del autor en el teatro, le llamaron al palco escénico deseosos de conocerle, y el entusiasmo rayó en el delirio”, describe una crónica aparecida entre las páginas de El mundo militar.
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