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entrevista

Julian Rosefeldt: “Vivimos en una época de masturbación cultural”

El artista alemán presenta su versión del final de 'L'âge d'or', de Luis Buñuel, en la galería Helga de Alvear de Madrid

Julian Rosefeldt, retratado en Madrid.
Julian Rosefeldt, retratado en Madrid.bernardo pérez

Si en L’âge d’or (1930), el motivo del amour fou había servido para criticar la moralidad burguesa, la Iglesia católica y el establishment político, en Deep Gold Julian Rosefeldt (Múnich, 1965) crea un alegato feminista a modo de inserción ficticia dentro de la cinta original. La película se exhibe en la galería Helga de Alvear y emerge como parte de un collage colaborativo de cadáveres exquisitos (cadavre exquis).

PREGUNTA. Deep Gold retoma una estética surrealista muy europea, incluso abunda en el carácter narrativo de la obra de arte, pero a la vez la pelícu­la es impactante, se exhibe en pantalla gigante con la música de Wagner y los tambores de Calanda. El surrealismo siempre vuelve, como método libertario o, al contrario, como una construcción histórica fetichizada.

RESPUESTA. Para mí el surrealismo es, antes que un capítulo de la historia del arte, una forma saludable para equilibrar lo que llamamos “realidad”. Yo suelo ver y pensar en imágenes surrealistas. En Deep Gold, un título que cruza Deep Throat (Garganta profunda ) y The Golden Age (La edad de oro), había reunido muchas, pero no sabía cómo articularlas. Una noche me senté y decidí seguir el método de “escritura automática”. Una hora después, mi guion estaba listo y eso es exactamente lo que filmé. El surrealismo siempre está ahí. Y apuesto a que no solo en la mente de los artistas.

P. El asunto del amour fou, que con Buñuel tenía un carácter pulsional que podía ser destructivo, aparece en su obra modulado por el discurso feminista y queer. Las femme fatale triunfan y hay un momento en que la cantante de cabaret repite como un mantra Lust is the force, o la escena donde un dirigible con el acrónimo SCUM recuerda el manifiesto que Valerie Solanas publicó en 1967 como respuesta al complejo de castración de Freud.

R. Creo que la imagen que nos da Buñuel de la mujer libre en su deseo sexual es maravillosa y muy feminista. En L’âge d’or me impactó particularmente la escena donde la protagonista abandona de repente a su amante desesperado y comienza a besar a un anciano. Decidí convertir ese momento en el punto de partida de mi trabajo, que puede perfectamente formar parte de la película original si imaginas que se inserta entre la última escena con las plumas blancas de la almohada y el epílogo con el castillo cubierto de nieve del Marqués de Sade. Gaston Modot, después de enloquecer en su habitación, se precipita a la muerte —o a un sueño— y se encuentra en un mundo lleno de mujeres poderosas. Las palabras de la cantante de cabaret son citas de dos manifiestos de la poeta futurista Valentine de Saint-Point. Y sí, están Valerie Solanas, las Femen, las Redstockings, Josephine Baker… Ellas son sexualmente activas y fuertes, una provocación contra esa idea que tenemos en Occidente de que una mujer ha de emanciparse y comportarse como si fuera un hombre o decidir entre tener éxito profesional o ser madre, ser inteligente o sexy. Yo veo a las mujeres más allá de la división entre sexo e intelecto, deseo y poder. El goce es, sencillamente, otra encarnación del poder.

P. La identidad es una constante en todos sus filmes. En Asylum (2001-2002) trata el tema de los inmigrantes y los clichés a los que les sometemos: el paquistaní que vende rosas, los lady-boys tailandeses que se prostituyen, los chinos con sus productos obsolescentes. ¿Qué posición asume el arte en el proceso de homogeneización cultural? ¿Acabará integrado en los mecanismos de control ideológico, la publicidad y el entretenimiento?

R. Está claro que acaba acoplándose perfectamente a la mecánica del mercado. Es más, si lo comparamos con el potencial dinamitador que tuvo en el pasado, parece que estamos viviendo en una época de masturbación cultural. Y aquí surge el dilema: el artista políticamente comprometido se dirige a una audiencia que no necesita ser convencida porque seguramente coincide con sus ideas. Los museos tienen un filtro invisible: la educación. Sin educación uno no siente el deseo de visitar un museo un domingo por la tarde o viajar a Kassel para ver la Documenta. Observando o coleccionando el arte políticamente comprometido blanqueamos en parte nuestra conciencia. Así que en lugar de sorprendernos, el arte a menudo provoca lo contrario: nos hace sentir bien. Nos olvidamos de que este es un privilegio de las clases educadas que no ayuda mucho a los desprotegidos.

P. En sus películas los actores no suelen ser profesionales, pero en Manifesto (2015), la actriz australiana Cate Blanchett protagoniza los 12 personajes de cada historia. ¿Cambió aquella experiencia su forma de trabajar?

R. En absoluto, y soy muy consciente de que su celebridad es algo que entusiasma a espectadores y críticos. Pero si trabajas con “una estrella” te olvidas de ella incluso antes de que la cámara empiece a rodar. En un plató cinematográfico hay que estar pendiente de que todo esté organizado y funcione bien. Manifesto fue una experiencia algo diferente porque el principal foco se ponía en una sola actriz que además es increíblemente buena en lo que hace. Y, voilà, he descubierto que tengo un nuevo rostro digital. Si uno busca mi nombre en Internet, aparecerán las diferentes caras de la bellísima Cate por todas partes.

P. Eso me recuerda lo importante que es la estética en sus obras, hechas con complejas instalaciones multipantalla. ¿No hay un exceso de artificio? Para un mundo relativista como el del arte contemporáneo, ¿es difícil para el artista encontrar el medio correcto?

R. Werner Herzog decía que el cine tiene estratos de verdad más profundos, son verdades poéticas, misteriosas, elusivas, y solo se pueden alcanzar a través de un trabajo conformado por la imaginación y la estilización. No puedo estar más de acuerdo. Si uno va al Louvre y se siente abrumado por La balsa de la Medusa, no es un problema. Entonces, ¿por qué debería serlo cuando situamos los temas que nos afectan socialmente fuera del ámbito de la corrección política? A veces me gustaría que hubiera más diversidad y coraje estético en las bienales. El arte es lenguaje. Y habla en muchos dialectos.

‘Deep Gold’. Julian Rosefeldt. Galería Helga de Alvear. Madrid. Hasta el 29 de abril.

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