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Los sóviets al poder. La imaginación al poder. La imagen al poder. Esta secuencia se estira desde la revolución rusa hasta el desplome del comunismo, con su correspondiente escala en el mayo francés
Los sóviets al poder. La imaginación al poder. La imagen al poder. Esta secuencia de conminaciones se estira desde la revolución bolchevique hasta el desplome del comunismo, con su correspondiente escala en el mayo francés. Una travesía que, en su vertiente iconográfica, arrastra futurismo y agitprop, pop y posmodernismo, vanguardia y transvanguardia, el realismo socialista comandado por Alexander Deineka y el realismo capitalista acuñado por Sigmar Polke.
El caso es que se nos avecinan, en cadena, el centenario de la revolución soviética (2017), el cincuenta aniversario de mayo del 68 (2018) y los treinta años de la caída del Muro de Berlín (2019). Tres años en los que, presumiblemente, el siglo XX se precipitará sobre nosotros para ser escrutado a conciencia. Aunque sólo sea para comparar las alternativas de aquellos tiempos con el callejón sin salida de estos.
De momento, la Royal Academy de Londres ha abierto fuego con una exposición que cubre la época de Lenin y parte del mandato de Stalin. El título, Revolución, no deja lugar a equívocos en un proyecto que rastrea –entre 1917 y 1932- cómo la vanguardia se convierte en piedra, la creatividad en sospecha, el museo en mausoleo.
Se nos avecinan, en cadena, el centenario de la revolución soviética (2017), el cincuenta aniversario de mayo del 68 (2018) y los treinta años de la caída del Muro de Berlín (2019)
En esta línea conmemorativa, no es descartable que el 68 también tenga su revisión visual el próximo año. O que el siguiente -ese 2019 que evocará tres decenios desde el derribo del Muro de Berlín o el doble de décadas desde la revolución cubana- se aproveche para recapitular qué ha sido de la globalización en esta acelerada Era de la Imagen que empezó tumbando un muro que impedía salir y parece acabar con el levantamiento de los nuevos muros que impiden entrar.
“Todo el poder para los sóviets”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, “Transparencia, Reconstrucción, Solidaridad”. ¿Volverán a sonar estos eslóganes en las próximas efemérides o se mantendrán sepultados bajo el nuevo vocabulario de la eufemocracia? ¿Se posarán sobre un arte que ha llevado al límite de lo soportable la sublimación de una política de izquierdas bajo una economía de derechas, acomodado entre el mandato estético de la revolución y el mandato mercantil de la contrarrevolución?
La tendencia indica que los iconos de esas revoluciones serán reciclados, cómo no, en las próximas fechas. Es previsible, asimismo, que nos los despachen envasados al vacío. Listos para su congelación y consumo en el momento adecuado, justo cuando nuestro apetito radical lo exija para sostener su equilibrio proteico.
En eso consiste, precisamente, la digestión atropellada de esta época que empezó con Fukuyama proclamando el fin de la historia y parece cerrarse con Alexander Duguin exigiendo su reinicio. Ese es el vértigo de esta Era de la Imagen que va desde la caída del comunismo bajo el símbolo del deshielo hasta el fracaso de la globalización bajo la figura de la desecación.
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