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Columna
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Salvación

El eterno debate sobre cómo educar a los hijos puede ser más edificante si los interesados lo acometen viendo juntos el docudrama 'Salvados por el miedo'

Juan Jesús Aznárez

El eterno debate sobre cómo educar a los hijos puede ser más edificante si los interesados lo acometen viendo juntos el docudrama Salvados por el miedo, que aborda el pedagógico encarcelamiento de un grupo de adolescentes indisciplinados y maltratadores. La serie difícilmente podría producirse en España, pero en Estados Unidos se renueva desde su arranque en 1978 con Scared Straight! sobre delincuencia juvenil.

La terapia de choque aplicada a chavales de 12 a 18 años que mortifican a sus padres y frecuentemente les agreden, consiste en tratarlos como a presos comunes durante varios días en una prisión federal, obligarles a escuchar los amenazadores gritos de internos y funcionarios, asustarles todo lo posible e inmovilizarlos cuando se ponen gallitos. Si lloran a moco tendido, muchísimo mejor porque significa que la cosa funciona.

La serie no se detiene en el análisis de las causas del comportamiento de los jóvenes, ni en el porqué de su ira y violencia, y casi todo es espectáculo ya que los guionistas procuran incluir en la cuerda de ‘reclusos’ a lloricas e irreductibles. Probablemente las estadísticas del programa sobre el número de adolescentes salvados por el miedo estén infladas pero no importa: sirven, al menos, como recordatorio del problemón padecido por cientos de miles de familias en todo el mundo, y cerca de 5.000 en España.

Los progenitores lo han intentado todo. Sólo les quedó autorizar que sus vástagos fueran uniformados con buzos de color naranja, esposados y amedrentados para que sientan en propia carne lo que les espera si no estudian, ni trabajan, roban, faltan al respeto y siguen perdiendo el tiempo en bandas y malas compañías.

Cada capítulo se acompaña de una entrevista con los padres. Observando la inmadurez e irresponsable trayectoria de muchos, poco sorprende su fracaso formativo. La serie es tan conocida que algunos de los adolescentes ingresan en la prisión asignada medio riéndose, tan asustados como quien a los 18 años escucha decir “¡Qué viene el Coco!”.

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