Historia del convulso continente
Revoluciones discutibles, reformas incompletas, renovaciones cosméticas…, la feria ha crecido en un agitado ambiente político y social
La evolución política en estos últimos 30 años de América Latina puede agruparse en tres categorías: renovación, reforma y revolución. La renovación se desencadena con el Consenso de Washington (1987), que impone un orden neoliberal, privatizador, exultante de fundamentalismo de mercado. Es la reacción contra la inflación galopante de la deuda externa de los años setenta; los años del reagano-thatcherismo, que glorifica la iniciativa privada.
La década de los noventa pone fin a los conflictos civiles, guerrilla indígena y campesina contra la oligarquía latifundista, que asolan El Salvador, acuerdos firmados en 1992 y Guatemala en 1996. Pero ello no impide que hoy, junto con Honduras, sean los países en tiempo de paz más peligrosos de la tierra, donde la vida humana no vale nada. Quiso ser revolución pero no pasó de reforma frustrada. Y como tomando el relevo en Chiapas (México) estalla una nueva insurrección. El autotitulado subcomandante Marcos proclama en 1994 una revolución más teatrera que militar, que se deshace como un azucarillo hacia el cambio de siglo. Coreografía revolucionaria pero que influye en un cambio de registro. La dictadura perfecta del PRI se suicida dando paso a un auténtico relevo político cuando el derechista PAN, comparsa del poder, gana unas elecciones competidas, y bajo la presidencia de Vicente Fox se instaura alguna libertad de expresión y juego político. Modelo clásico de reforma. Y ya solo queda la guerrilla colombiana de las FARC, aunque en declinación supina desde la firma en junio del acuerdo de paz con Bogotá, rechazado en referéndum el pasado 2 de octubre. Pudo ser revolución pero nadie sabe si llegará a reforma.
Hace un siglo largo ya, hicimos de la necesidad virtud: siendo norte y sur, Oriente y Occidente, estábamos obligados al cosmopolitismo
Pero el gran acontecimiento que pone a América Latina en la mira planetaria es la revolución bolivariana, con la victoria electoral en 1999 de un comandante venezolano, Hugo Chávez Frías, que proclamaba el “socialismo del siglo XXI”; una gobernación que no ha sido revolucionaria, sino simplemente autoritaria y asistencialista, de reparto entre las clases populares de las cuantiosas regalías del petróleo. La muerte del líder carismático en 2013 y la catastrófica sucesión de Nicolás Maduro, tras su clamorosa derrota en las legislativas de diciembre pasado, muestran hoy a un chavismo decidido a hacer todas las trampas necesarias para no perder el poder. Un espasmo revolucionario de futuro incierto por el despeñamiento del petróleo, que ha pasado de 120 dólares a 40 el barril.
Una alianza ocasional se anuda con la explosión del indigenismo boliviano de Evo Morales y en menor medida en el Ecuador de Rafael Correa. Ambos, en el poder desde 2006, llaman revolución a lo que es una recuperación de los ingresos del Estado, de naturaleza siempre asistencial. Y en el Cono Sur, la Argentina del matrimonio Néstor Kirchner-Cristina Fernández simpatiza con la izquierda bolivariana, pero nunca un argentino se pondrá a las órdenes de un venezolano, y en 2015, enviudada la presidenta, pierde las presidenciales ante Mauricio Macri, la derecha de siempre, aunque cautelosa.
En esa oleada de izquierdismos se inscribe el triunfo en 2003 de Luiz Inàcio Lula da Silva, que, tras un segundo mandato, cedía el testigo a su discípula Dilma Rousseff. El líder del PT se jactaba de haber sacado de la pobreza a 30 millones de brasileños, pero su canonización deberá esperar por la ofensiva de la derecha neoliberal que destituía este año a su sucesora y emprendía acciones legales contra el expresidente. Y similar es la renovación que la presidenta chilena Michelle Bachelet busca completar en su segundo mandato (2011) con la liquidación de los últimos vestigios del pinochetismo en la Constitución. Pero casos próximos de corrupción a la presidenta hacen que el reformismo pierda fuelle.
América Latina vive sobrecogida por la asunción en enero del presidente Donald Trump, que amenaza con deportar a millones de latinoamericanos y hacerle a México un muro que lo aísle de EE UU, que hoy, con una criminalidad disparada, está al borde de convertirse en Estado fallido; y Cuba solo aspira a preservar lo esencial de la normalización de relaciones lograda por Obama. Son los 30 años de un mundo en el que las revoluciones han sido discutibles, las reformas incompletas y la renovación un afeite.
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