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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La vivienda

Como muestra 'El pisito', la picaresca es un arma cargada de presente

Ángel S. Harguindey

En 1958 dos jóvenes inexpertos en las cosas del cine decidieron juntar sus talentos para llevar a la pantalla la novela corta de uno de ellos: Petrita y Rodolfo son novios desde hace 12 años pero no se pueden casar porque no tienen ni piso ni dinero. Madrid es una ciudad en blanco y negro. Los cafés están abarrotados porque en las casas no hay calefacción. La picaresca es un arma cargada de presente. Petrita tiene una idea: que Rodolfo se case con la anciana Doña Martina para heredar, previsiblemente pronto, el contrato de alquiler del piso a bajo precio. Doña Martina sobrevive algo más de lo previsto y fallece dos años después del enlace. Finalmente Petrita y Rodolfo se casan pero ya nada será lo mismo. Una cierta tristeza lo embargará todo.

El pisito, de Marco Ferreri y Rafael Azcona, se estrenó en junio de 1959, el año en el que se lleva a cabo el Plan Nacional de Estabilización. La autarquía del franquismo tocaba a su fin. Aumentaron las reservas de divisas y la inversión exterior, se redujo la inflación y llegaron los primeros turistas, aunque a Petrita y a Rodolfo todo eso les sonaba a chino. Azcona tenía en la calle su fuente de inspiración. Tanto es así que le hicieron su primer abrigo en las aceras de las noches de la Gran Vía. El sastre le tomaba las medidas y días después se hacía la primera prueba. En el tercer encuentro ya tenía un abrigo para envidia de los que compartían la pensión. El BOE le quedaba lejos.

Ferreri venía de un país en el que diez años atrás se había rodado Ladrón de bicicletas. El neorrealismo ya era un hecho. Azcona fue su ancla y su biblioteca callejera. Esa unión produjo una de las obras maestras de la cinematografía nacional que La 2, en su serie Historias de nuestro cine, exhibió el pasado martes, Día de Difuntos. Nunca sus autores estuvieron más vivos.

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