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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Rastreando a Shakespeare

Este verano he visto The Hollow Crown: The Wars of the Roses, la segunda temporada de la fenomenal serie de la BBC

Marcos Ordóñez

Este verano he visto The Hollow Crown: The Wars of the Roses, la segunda temporada de la fenomenal serie de la BBC. Tras Ricardo II, las dos partes de Enrique IV y luego Enrique V, que se emitieron en 2012, llegó esta arriesgada opción, porque la Guerra de las Rosas no está precisamente entre lo más apreciado de Shakespeare: que si la trilogía de Enrique VII es embrionaria y mal cosida, que si imitó descaradamente a Marlowe, que si no vale la pena reponerlas.

Para mí ha sido un placer, de entrada, ver a grandes actores, ahora más conocidos aquí por su trabajo en series. Hugh Bonneville, el señor de Grantham en Downton Abbey, interpreta a Humphrey, el leal duque de Gloucester. Adrian Dunbar, el jefe de asuntos internos en Line of Duty, es Ricardo de York. En el rol del guerrero Warwick reconozco a Stanley Townsend, a quien descubrí en The Nether, de Jennifer Haley, en el West End. En las tres piezas arrasa Sophie Okonedo como la despiadada Margaret d’Anjou, y se me echan los años encima porque la vi debutar hará casi veinte en Troilo y Cressida, dirigida por Trevor Nunn en el Olivier, y este verano ha triunfado en Broadway como Elizabeth Proctor en Las brujas de Salem, el montaje de Van Hove. Y, por supuesto, no hay que olvidar a esa bestia actoral que es Benedict Cumberbatch, robando todas las escenas en el rol de Ricardo III, que cierra el ciclo. Hay, por cierto, una idea sugestiva de Ben Power, el adaptador, y Dominic Cooke, que firma las tres direcciones: subrayar las semillas de la psicopatía del futuro rey, desde la escena en que se convierte en testigo mudo y acobardado de la muerte de su hermano pequeño.

Es verdad que Enrique VI tiene una cierta sobrecarga retórica, y que la primera parte (escrita después de las otras dos) está un tanto deshilvanada, pero en las tres asoman ya con toda claridad las alas y las garras del Bardo. Ben Power le ha dado lo suyo al hacha: ha dejado a Juana de Arco en dos apariciones (ahí se pasó un tanto el maestro: bruja y puta, aunque con mucha fuerza), y se ha cargado la conjura de Jack Cade, otro animal furioso. Ha fusionado las tres partes en dos capítulos, para que le quepa luego Ricardo III, y, pese a los tajos, el ritmo y los engarces funcionan de maravilla.

Lo más sugestivo para mí ha sido seguir los rastros de la autoría de Shakespeare. No cuesta ver en la sensibilidad doliente de Enrique VI (Tom Sturridge) un borrador de Ricardo II, que escribe poco más tarde, y de qué modo la escena de su vagabundeo lírico y delirante anticipa rasgos de Timón de Atenas y, claro está, del rey Lear. Y ante la tremenda escena en que Margaret d’Anjou comanda la tortura a Ricardo de York es imposible no pensar en dos sucesivas reencarnaciones: Tamora en Tito Andrónico, escrita tres años después, y, sobre todo, Regan en el pasaje de la ceguera de Gloucester en Rey Lear, en 1605. Cuanto más Shakespeare veo, más compacta y llena de puentes, ecos y recurrencias me parece su obra.

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