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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La caja lista

La televisión nos familiariza con los mismos programas, no ya por la ubicuidad del fútbol, sino por la homogeneidad de los concursos y el patrimonio común de las series

Representación de 'Ein Fest fuer Boris' en Salzburgo.
Representación de 'Ein Fest fuer Boris' en Salzburgo.HERWIG PRAMMER (REUTERS)

La gran paradoja de la globalización consiste en habernos uniformado a los occidentales. Zara nos viste, Ikea nos amuebla la casa y la televisión nos familiariza con los mismos programas, no ya por la ubicuidad del fútbol, sino por la homogeneidad de los concursos y el patrimonio común de las series.

Era un exotismo antaño encender el televisor en el extranjero. Y puede que aún lo sea hacerlo en Austria, cuya cadena pública, la ORF, emite teatro y óperas en horario de prime time. Ocurre ahora con el Festival de Salzburgo e impresiona el despliegue logístico. Hay más cámaras que en un estadio y tantos telespectadores como en un partido de fútbol, otorgando la razón a Claudio Abbado cuando definía la ecuación de la instrucción y la prosperidad: no es la riqueza la que engendra la cultura sino la cultura la que engendra la riqueza. Montoro nos ha enseñado lo contrario en la trastienda avariciosa del país iletrado. Los recortes se han aplicado a la cultura porque se considera entretenimiento. Y porque las artes forman parte de la vida superflua. Y porque se ha inducido un discurso demagógico según el cual no puede ayudarse a unos titiriteros mientras haya enfermos sin una cama digna en un hospital.

Urgiría un cambio de mentalidad. Empezando por que la educación y la cultura no estuvieran en la marginalidad del debate político, sino en el eje mismo. Más instruido es un país, más posibilidades tiene de prosperar. Lo decía Abbado. Y lo descubrió al marcharse de Milán a Berlín, consciente de que la hegemonía alemana proviene de su fortaleza cultural. Y no ya en la implicación presupuestaria, sino en la noción de una responsabilidad de Estado compatible, lo demuestra Francia, con una concepción económica y hasta industrial -el libro, el cine, el museo- del fenómeno cultural.

Hay pleno empleo en Austria. Y me parece que semejante evidencia guarda una relación implícita con el hecho de que la ORF proponga a sus espectadores en la franja del prime time una ópera de Wagner o una tragedia de Shakespeare

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