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Plácido Domingo en la intimidad

Volvió a repetirse el ritual anoche. Domingo hinca una rodilla en tierra. Y evoca un pasaje de la ópera que cantará la próxima vez en el teatro del que acaba de despedirse. Será Macbeth, pero no importa tanto el título como la superstición. Y la superstición la repite allí donde canta. La reitera para estimular su regreso. En Madrid, en Londres, en Viena.

Y le ha funcionado. De otro modo, no hubiera cumplido 75 años en semejantes condiciones ni en parecida plenitud. Anoche volvieron a aclamarlo como artífice de I due Foscari, pero tiene más sentido aludir en este post a la conversación que mantuvimos hace unos días con el maestro en un curso de la Universidad Complutense. Tiene más sentido por la sinceridad y confianza con que se expresó el Domingo. Orgulloso de su gigantesca carrera, es verdad, pero frustrado, desconcertado, porque nunca ha llegado a cantar como pensaba que pudiera haberlo hecho.

Fue una confidencia que me hizo en Salzburgo. Habíamos estado en una función de Falstaff y le había impresionado lo bonito que cantaba Javier Camarena. Y entonces introdujo una reflexión estremecedora: "Ay, si yo hubiera cantado como he pensado que se puede cantar. En mi cabeza lo tengo clarísimo. Pero nunca he llegado a materializarlo. Nunca he llegado a la meta. Y no voy a llegar ya".

Lo dice el mayor recordman de la historia de la ópera. Un catálogo de 150 personajes. Una trayectoria de 3.500 funciones. Una asombrosa mutación de tenor a barítono. Ya le reprochan sus adversarios la "frivolidad" de esta evolución, pero Domingo ha ido a legitimarse en los teatros que autorizan o desautorizan el travestismo. De hecho, la temporada del 75 aniversario -del 75 cumpleaños- lo ha confrontado con los grandes estadios del Grand Slam: el Met, el Covent Garden, la Bastilla, la Scala y Viena jalonan el viaje de Domingo en su enésima iniciación, sin descrédito de otros teatros, Berlín, Valencia, Barcelona, Madrid, donde ha expuesto su compromiso.

Hablaba Domingo desde la intimidad. Y contaba al alumnado complutense que Verdi ha sido su compañero de viaje; que nunca ha podido interpretar personajes antipáticos (Yago, Don Giovanni); que echa de menos no haber podido coincidir con Maria Callas; y que no piensa cantar más de lo que deba ni menos de lo que pueda.

Un lema, un eslogan, que explica la insólita agenda del porvenir. Y que Domingo sigue rellenando sin impresionarle el umbral de los 80 años. Por eso ha decidido debutar en Viena el papel de Posa (Don Carlo) medio siglo después de su debut en la capital austriaca. Y por la misma razón, el desafío, tiene decidido incorporar a su repertorio el papel wagneriano de Amfortas, consciente de haber asumido como propio el lema olímpico del "Citius, altius, fortius", más lejos, más alto, más fuerte.

Un descomunal atleta ha sido Domingo. O un decatleta retratado en esa carrera gigantesca que le ha permitido cantar el repertorio universal. Y cumplir los años como si fueran una ficción. Anoche lo aplaudieron como nunca. Y no intervino ni la condescendencia, ni el fetichismo, ni la devoción. Se le aplaudió porque vimos a Verdi y lo escuchamos en las facciones de esa barba patricia, de esa humanidad, de ese prodigio.

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