Tejedoras
Los tejidos trenzan en un orden nuevo que habita Teresa Lanceta, cuya delicada exposición se puede visitar en La Casa Encendida
Volver la mirada hacia los tejidos es una forma radical de poesía —que es tanto como decir de revolución—, sobre todo porque lo relacionado con la aguja —cardas, husos, palilleros, urdimbres, bastidores, telares, hilos, lanas, peines, cuchillos, tijeras…, trabajo paciente de la mano, en suma— es en nuestra cultura la casa de lo menor, tradicionalmente morada de las mujeres, donde el nombre propio se borra irremediable y con él la posibilidad última de asentarse en la historia.
O se diluye más bien el nombre propio, ensimismado en un juego complejo de nuevos y precisos códigos, donde lo profundo se desvela ante los ojos ávidos mientras el trabajo se expande. Se trata de una tarea obstinada, con tiempo por delante, emprendida por quienes no aspiran a pasar a la historia, mal pronunciada suena a histeria, sino a construir un relato quebrado, ese relato que termina por tener mucho de fábula de Sherezade: el cuento sigue fluyendo mientras se teje. Es un trabajo que, no siendo colectivo, se desarrolla en comunidad y siempre en gerundio: hacer haciendo —de eso sabemos mucho las mujeres—.
De manera que las tejedoras, absortas en sus quehaceres atávicos, entretejen las narraciones del mundo y el orden de las palabras y las cosas. Y en cada cenefa se ornamenta una subversión que pone en entredicho al arte mismo como fuera. Regresa entonces, en un juego de manos, el arte antes del arte y las cosas se transforman en los museos, en las galerías —contra todo pronóstico, los tapices de Hannah Ryggen o Goshka Macuga llenaron la documenta 13—. Los hilos cobijan y envuelven: nos trenzan en un orden nuevo en el cual es preciso volver a inventar cada palabra.
Es el orden que habita Teresa Lanceta, cuya delicada exposición comisariada por Nuria Enguita Adiós al rombo se puede visitar en La Casa Encendida. Es un orden que Lanceta habita, además, desde hace décadas, cuando en los años setenta se planteaba —como otras mujeres— la posibilidad de construir un modo alternativo de proponer un arte que interpelara la condición impuesta del arte, trabajando sin dibujos preparatorios; pensando desde los ligamentos, los pespuntes y las suturas; investigando esas formulaciones ancestrales que las mujeres han elaborado como modo de vida a través de los hilos.
Quizás por eso las mujeres nómadas del Atlas Medio han sido para Lanceta una suerte de ovillo mágico, la fuente del aprendizaje donde el oficio, el ritual, la belleza, el ornamento… se entrelazan con la vida, pues el tejer es el vivir para ellas. En Adiós al rombo, las creadoras nómadas la acompañan, además, desde unos vídeos donde se habla de migraciones y de olvidos. Lo poético se hace, así, político —o todo lo contrario—. Ocurre a menudo con las artistas y tejedoras.
Adiós al rombo. Teresa Lanceta. La Casa Encendida. Madrid. Hasta el 18 de septiembre.
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