La Balada sigue sonando
El MoMA muestra la obra autobiográfica sobre dependencia sexual que encumbró a Nan Goldin
En las largas y adictivas noches del ya legendario Mudd club del bajo Manhattan, arrullada por el estruendo del underground neoyorquino de finales de los setenta, presentó por primera vez Nan Goldin (Washington D.C., 1953) su 'balada'. Una balada compuesta por 700 diapositivas, que acompañada por la música de The Velvet Underground, Maria Callas, o James Brown, entre otros, ponía rostro al desencanto de la cultura urbana en una época en la historia de América. Las sesiones se repitieron durante los años ochenta en distintos lugares, conservando su formato, pero aumentando el número de diapositivas a medida que la autora continuaba fotografiando su vida. Han pasado ya más de 30 años y La balada de la dependencia sexual es ya un clásico de la fotografía, comparada a Los Americanos de Robert Frank en su potencial narrativo. Si bien la fotógrafa, no estará allí manejando el proyector, la serie de diapositivas podrá verse en su integridad en el MoMA, a partir el día 11 de junio.
Los diarios escritos de Goldin son privados. No lo son, en cambio, sus diarios visuales. “La Balada es el diario que permito que la gente lea”, escribía la artista. Así la cámara se convirtió en una extensión de su mano, que le permitió, de forma natural, retener todo aquello que ocurría dentro de su círculo de amistades. Con frecuencia todo ocurría en su loft del East Village, donde convivían en ocasiones más de diez personas. En aquel ir y venir de su tribu donde nada quedaba oculto; ni el vicio, ni el odio, ni el amor, ni la violencia, ni el sexo. “Transgredíamos las normas sociales, pero no éramos gente marginal”, subraya la fotógrafa en un vídeo dirigido por Emma Reeves. “Éramos parte del mundo. No nos sentíamos marginados porque no nos importaba nada lo que la gente convencional pensará de nosotros. No teníamos tiempo para ellos, y ellos no aparecían en nuestro radar de acción. Éramos muchos los que vivíamos así, dentro de ese estilo de vida”.
Las historias pueden ser reescritas, pero la memoria no. Convencida de que la fotografía encierra en sí un potencial de mostrar una verdad que nadie pueda alterar, Goldin quiso contar su vida: “La balada es algo que hice para mí, y el porqué tome estas imágenes fue la prueba de lo que viví. Y esto es algo que nadie podrá revisar”, escribe en el prólogo del libro que recoge su obra. Mostrar siempre la realidad en toda su crudeza o esplendor, sin alterar ni un solo detalle del encuadre, ha sido su lema. Fue el suicidio de su hermana, y la tendencia de su familia a alterar la realidad de los hechos lo que desencadenó su aversión hacía la idealización o glorificación.
Quizás en una época como la nuestra, donde el espectáculo de la intimidad forma parte de lo cotidiano, la exposición sin pudor de los momentos que nos hacen más vulnerables, es algo que ya no llama tanto la atención. Pero dentro del ámbito de la fotografía, a finales de los setenta, solamente Larry Clark, en su serie Tulsa, había hecho uso de su autobiografía de una forma tan explicita en obra. Goldin le siguió, con este diario visual destinado a convertirse en un referente de la fotografía documental por su crudeza y honestidad a la hora de tratar temas tan universales como atemporales
En el corazón de la Balada se encuentra el desencuentro. El conflicto que muchas veces subyace en las relaciones sentimentales; la lucha entre la intimidad y la independencia, entre el deseo y el dolor. Habla de la incomunicación, de la dependencia que uno puede generar de la persona equivocada. Del sexo como uno de los aspectos de esa dependencia: “El sexo no trata solo de un acto; sino de un tipo de comunicación basado en la confianza, en la exposición y en la vulnerabilidad, que no podría ser expresado de ninguna otra forma”, escribe Goldin. De cómo las relaciones generan ambivalencia y muchas veces incluso desembocan en violencia, como lo demuestra su autorretrato, realizado después de que su pareja le pegase una paliza que le dejó el ojo dañado en diez partes. Cuando se publicó el libro por primera vez este no tuvo una buena acogida, “en particular por parte de los hombres que no se lo tomaban en serio. Mucha gente me dijo que eso no era fotografía, pero a mí no me preocupaba la buena fotografía, me preocupaba la honestidad. Yo practicaba la fotografía para sentirme viva, como creo que todo artista debe hacerlo”, cuenta la fotógrafa en el vídeo.
Diez años después de que Goldin finalizará esta serie, se percató de que la fotografía no preserva la memoria de la forma que ella creyó. Muchos de sus protagonistas ya no estaban. El Sida acabó con ellos. Sin la voz, ni el olor, ni la risa, de aquellos que ya no estaban, las fotografías hablaban ahora de una pérdida. “Aún sigo creyendo en la verdad de la fotografía,” escribe Goldin al final del prólogo del libro, “lo que me convierte en un dinosaurio en estos tiempos. Aun creo que las instantáneas preservan la vida más que acaban con ella. Las imágenes de la Balada no han cambiado. Pero Cooki está muerto. Kenny está muerto. Mark está muerto. Max está muerto. Vittorio está muerto. De manera que para mí, el libro es un volumen de pérdida; pero aun así una balada de amor”.
The Ballad of Sexual Dependency, MoMA, Nueva York. Hasta el 12 de febrero de 2017
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