Divas...
Escribe uno estas líneas bajo el influjo o bajo el el hechizo de una sobredosis de divismo sopranil. En su acepción edulcorada, Renée Fleming. Y en sus connotaciones incendiarias, Angela Gheorghiu, protagonista de una "espantá" en la Opera de Viena porque le irritó el bis de Jonas Kaufmann en el desenlace de Tosca.
El vídeo ilustra la plenitud vocal del tenor alemán tanto como la audacia y simpatía con que resolvió el episodio. "Non abbiamo soprano", decía Kaufmann mientras Gheorghiu reconsideraba entre bambalinas el regreso al escenario.
Y nos acordábamos de Roberto Alagna, tantos años pareja artística y sentimental de la diva rumana. Evocábamos los melómanos el semi-corte de mangas que el tenor francosiciliano dedicó al loggione cuando protestaron en la Scala su versión de "Celeste Aida". Y se marchó de la escena soliviantado.
No se reincorporó Alagna a la ópera, de forma que los grandes teatros adoptaron cierta prudencia con la oportunidad de contratar a Bonnie and Clyde, que fue la manera de identificar a Roberto & Angela sarcásticamente, entre otras razones porque sus exigencias anacrónicas rebasaban la urgencia o el interés de contratarlos.
Ocurrió en Madrid que a la Gheorghiu no le gustó La Traviata de Pierluigi Pizzi. Y resolvió marcharse en medio de los ensayos, como hizo otras veces en el Met. Y como ocurrió cuando se cuestionaba la hegemonía de la diva. Por eso algunos maestros, Riccardo Muti entre ellos, se negaron a volverla a reclutar.
Draculette, llamaban a Angela, un híbrido que concentraba implícitamente el topónimo rumano y el tópico vampírico. Y que no contradice los méritos artísticos de la soprano. Un animal escénico. Una cantante de enorme personalidad que ha modulado hacia un repertorio dramático donde impresionan su color y su calor. Ya perdonarán la cursilería que edulcora o empalaga este vídeo:
También es Renée Fleming una diva. La hemos escuchado en Madrid como artífice de un recital bastante disparatado. No había hilván en el programa, ni falta que hacía, a juzgar por el entusiasmo con que los espectadores jaleaban las intervenciones de la soprano americana. Devoción y sugestión al servicio de un triunfo cantado.
Cantado porque Fleming supo ejercer el sortilegio de su carisma. E incendiar el graderío con alusiones al repertorio patrio, incluyendo pasajes de tanto embarazo como Estrellita y una irreconocible versión de La morena de mi copla que algunos espectadores acompañaron con las palmas. "Habéis creado un monstruo", reconoció la soprano de Pensilvania en una peligrosa deriva del concierto.
Se abanicaba la Fleming para gloria de sus hinchas. Guapa, le decían. Y condescendían con los problemas de afinación, con los aprietos del registro agudo, con el inicio desconcertante -"Porgi amor", de Las bodas de Fígaro- y con la amalgama de un repertorio -Schumann, Tosti, Massenet, Boito, Puccini- que tanto demostraba la versatilidad de la cantante como la superficialidad del recital mismo en un sindiós estilístico.
Y que transformaba al sobrio pianista Harmut Höll, compañero de viaje de Fischer-Dieskau, en una especie de animador de trasatlántico. No digamos cuando la diva proporcionó la propina de Summertime o cuando trató de convencernos, micrófono en mano, que Somwhere over the rainboiw es la canción norteamericana más bella del siglo XX.
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