Para leer mientras llega el Gobierno
Al libro digital le cuesta ganar una batalla que antaño se previó rápida: seguimos rodeados de libros físicos de todas clases
Me quedé estupefacto cuando, medio dormido delante de la televisión (antes, “caja boba”) mientras pasaban la serie Hawai 5.0, le oí decir al personaje interpretado por Scott Caan —un bronceado madero bastante corto de estatura mental y física— una frase que pondría los pelos de punta al librero más avezado: “Nadie de menos de 30 años tiene ya libros”. Supongo que el episodio en que pronunciaba tan apodíctica sentencia se rodó hace tres o cuatro años, en la época en que parecía que el libro virtual iba a ganar de calle al libro de verdad, un proceso que —lo confieso— yo mismo pensé que sería mucho más rápido. Y eso que conozco a muchos jóvenes cuya copiosa biblioteca (a veces ilegalmente alimentada) cabe en el bolsillo de su chupa. En todo caso, y afortunadamente, seguimos rodeados de libros físicos de todas clases, tanto en las librerías convencionales como en las de lance y anticuarias, donde es posible encontrar muchas obras agotadas o que los editores —obsesionados por la novedad— han descatalogado. Eso mismo es lo que le pasaba a Celia en la revolución, el libro póstumo de Elena Fortún (nombre literario de Encarnación Aragoneses de Urquijo; Madrid, 1886-1952), que ahora reedita Renacimiento como pieza fundamental de su biblioteca dedicada a la autora, y que hasta la fecha sólo podía encontrarse —como pieza “rara” y, por tanto, cara— en algunas librerías de viejo. La novela, que se edita con muy útiles prólogo e introducción a cargo respectivamente de Andrés Trapiello (who else?) y de Marisol Dorao, biógrafa de la autora (y auténtica rescatadora del manuscrito, perdido entre los papeles que conservaba la viuda del hijo de Fortún en Estados Unidos), fue publicada en 1987 por Aguilar —el mismo sello de toda la serie de Celia— a partir de un manuscrito de 1943. Como señala Trapiello, Fortún pertenece a esa largo tiempo olvidada “tercera España”, demócrata, liberal y mayormente republicana “de orden” —alejada de la izquierda revolucionaria y de la derecha fascistoide—, que fue estigmatizada por ambos bandos durante la Guerra Civil y, más tarde, también sufrió lo suyo durante el primer franquismo. Casada infelizmente con un militar republicano que se suicidó en el exilio y, según parece, lesbiana en una época en que más valía no atreverse a manifestarlo, no fue precisamente una mujer dichosa. Supo ganarse la independencia económica muy pronto, colaborando en las páginas infantiles de los periódicos (de Abc, donde fue presentada por la escritora feminista María Lejárraga, esposa del caradura de Gregorio Martínez Sierra, a quien permitió firmar con su nombre obras suyas) y, más tarde, con el apabullante éxito de sus series de Celia, Cuchifritín y Matonkikí. Celia en la revolución es, más allá del carácter de su protagonista y de su condición de lectura juvenil, una novela sobre la Guerra Civil escrita desde una perspectiva liberal. A través de Celia, una muchacha de 15 años que aparenta bastantes más, lo que le permite mayor libertad de movimiento y viajar sola, visitamos (entre otros sitios) el Madrid de la guerra —con “sacas”, “paseíllos” y checas incluidos— y de las gentes que allí trabajaban, vivían y sufrían, y asistimos también al breve romance de la protagonista con Jorge, un joven comunista que intenta convencerla sin éxito. Y todo con esa mirada realista que la autora despliega sobre los más variados ambientes y personajes. Una novela para todos que viene bien leer y recordar mientras viene el Gobierno que no acaba de llegar.
Ginzburg
Estupenda idea la de Silvia Querini de “rescatar” en Lumen —en formato digno y con buenas traducciones— algunas de las obras fundamentales de Natalia Ginzburg (1916-1991) en el año del centenario de la grandísima escritora antifascista siciliana. Su prosa nítida, eficaz y siempre sabia, que se desliza a menudo desde la ternura hasta la ironía, constituye un buen antídoto para la apabullante epidemia de clichés expletivos (debo la expresión a mi amigo Pedro Álvarez de Miranda) y proposiciones huecas con las que estos días nos abruman políticos y todólogos desde el plasma más plasta. Los títulos elegidos para el relanzamiento han sido el volumen Las tareas de la casa y otros ensayos, que engloba piezas periodísticas breves, anteriormente reunidas en las recopilaciones Nunca me preguntes y No podemos saberlo (incluida ‘El Papa tendría que haber visitado a Franco’, escrita con rabia e impotencia en septiembre de 1975, bajo el impacto de las cinco últimas ejecuciones con las que se despidió el dictador); la impresionante Léxico familiar (1963; traducción de Mercedes Corral), una “novela” autobiográfica de juventud que considero un gran ejemplo de la literatura del yo en el siglo XX, y la novela Todos nuestros ayeres (1952; traducción de Carmen Martín Gaite). Los tres libros han sido prologados por Elena Medel.
Clowes
Cuando alguno de mis improbables lectores esté leyendo este Sillón de Orejas ya habrá empezado la gira “nacional” emprendida en Estados Unidos por el estupendo dibujante Daniel Clowes para promocionar Paciencia, su nueva novela gráfica (tras un silencio de casi cinco años), que aquí acaba de publicar Fulgencio Pimentel, una interesante editorial logroñesa cuyos libros prescinden de formato editorial y logotipo corporativo “para ser más guais” (ignoro si esa extravagancia les ayuda a posicionarse mejor en las librerías). Clowes (Chicago, 1961), uno de los dibujantes más premiados de Estados Unidos, y del que los aficionados españoles pueden disfrutar de casi toda su obra traducida, es uno de los autores gráficos que mejor han reflejado la alienación y el sinsentido de los ciudadanos de las modernas ciudades norteamericanas: recuerden, por ejemplo, la extraordinaria Wilson (Reservoir Books, 2010). En Paciencia, el protagonista es Jack, un tipo mediocre que se gana (mal) la vida distribuyendo propaganda y que está casado con una atormentada mujer —cuyo nombre da título al relato— con un pasado de abusos y fracasos. Tras su asesinato y el del hijo que esperaba, Jack emprende un obsesivo periplo en pos de venganza, y que, por medio de una máquina del tiempo, le llevará al pasado y al futuro, en un intento de atrapar al culpable y conjurar a los fantasmas que atormentaron a Paciencia. Y no les cuento más. Un álbum importante (aunque reconozco que prefiero Wilson o Ghost World, publicada por La Cúpula en 2013) en el que los colores planos y el dibujo terso de Clowes se ponen al servicio de una historia de amor (y soledad) un tanto existencialista en la que coexisten la realidad banal y la aventura épica de ciencia-ficción psicodélica.
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