Juan Larrea en el nuevo mundo
'Diario del Nuevo Mundo' es obra de un poeta que encarna la dimensión más visionaria y dramática del exilio español
El poeta Juan Larrea entendió su vida como la espera de la revelación de su sentido. Fue un heredero de las corrientes gnósticas, al igual que fue un creyente de las abstracciones cíclicas de la historia y, en el fondo, un epígono nostálgico de las religiones reveladas. Creyó que todo esto era una personal arca de Noé que le permitiría transitar lúcidamente por un mundo convulso y autodestructivo. Y a ese ideal ofreció muchas renuncias: la de su propia lengua, para escribir en francés; la de la poesía, al preferir a la postre el diario íntimo y el ensayo visionario; la de sus derechos de primogenitura, al convertirse en exégeta de su compañero de exploraciones líricas, César Vallejo; la de su Europa originaria, para descubrir en América la tierra del futuro. El exilio de 1939 agudizó en algunos escritores una tendencia neomisticista y milenarista; Larrea era ya, antes de 1939, un exiliado voluntario.
Dos de sus mejores conocedores, Gabriele Morelli y Juan Manuel Díaz de Guereñu, han escrito los clarificadores preliminares de este inédito Diario del Nuevo Mundo (1940-1947), que complementa el importante Orbe (escrito entre 1926 y 1934), del que conocíamos una antología de Pere Gimferrer (1990). El Diario de ahora no tiene la riqueza de entonces, pero sí la misma convicción obstinada de hallarse ante las “señales de una vida honda, verdadera”, como dice la primera anotación de 1940. Las circunstancias de la existencia personal adquieren dimensión de augurios, ya se trate de la operación quirúrgica de Guite (su esposa, Marguerite Aubry), ya sea la grave encefalitis de la que se repone su hijo Juan Jaime, o un raro sonido que le despierta el 1 de enero de 1944, con la sensación de que va a ser un año decisivo… Las páginas de Orbe detallaron su revelación del Perú incaico y las de ahora, escritas en México, ratifican que “América tiene un destino. Amor. Crisol al rojo vivo donde se ha de fundir el nuevo hombre. Sin clases”.
La guerra que incendia el mundo es sólo la confirmación de un cáncer europeo, que aqueja sobre todo a Alemania, y le conmueve menos que le irrita el fracaso de una discusión que ha organizado en Cuernavaca para saludar la aparición de los dos volúmenes de su ensayo Rendición de espíritu. Cuando en 1947 escribe sus últimas notas, le importa más saber que, por fin, el MOMA de Nueva York le va a publicar su conferencia sobre el Guernica, de Picasso, que el hecho de que su esposa le haya abandonado para regresar a Francia.
La figura de Larrea —como la de León Felipe, María Zambrano o la del último Sender— representa la dimensión más visionaria y dramática del exilio español. El poeta encarnó el grito de la rebeldía contra un destino; la pensadora y el novelista lo convirtieron en el umbral de una redefinición de su vida espiritual; Larrea creyó hallar en el destierro un camino distinto. Vale la pena volver sobre estas páginas ansiosas; la obra intelectual del exilio español, una vez más, es un tema inagotable.
Diario del Nuevo Mundo. Juan Larrea. Introducción de Gabriele Morelli y Juan Manuel Díaz de Guereñu. Fundación Banco Santander. Madrid, 2015.188 páginas.10 euros.
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