Cuatro libros para amar a Sjöwall y Wahlöö, padres del noir nórdico
BCNegra 2016 está llena de grandes autores a lo largo de un programa variado y espectacular. Hay, sin embargo, dos ausencias que duelen. La primera, la de William McIlvanney, empeño personal del comisario Camarasa y que nos dejó a finales de 2015. La segunda, la de Maj Sjowall, que no se encuentra bien de salud.
Paco Camarasa me ha invitado a dialogar con él el viernes el Sala Bars a las 18.30 y homenajear a esta pareja que cambió la historia del género negro y a su personaje central, que no único protagonista, Martin Beck. Por eso recomiendo cuatro de los diez libros que escribieron, todos geniales y esenciales para entender tantas cosas. Elijo estos porque me apetece, porque algunos los he releído recientemente, porque creo que tienen claves para entender a los autores. Podría hacer el post con otros cuatro, cierto, pero es lo que hay. Por cierto, RBA las reeditará en breve.
De esta manera, completamos la serie de post previos de BCNegra en la que hemos dado pistas sobre el genial Camille Verhoeven, personaje de Pierre Lemaitre; repasado las obras de Peter May, una de las estrellas del festival que acaba de presentar la excelente Entry Island y contado con el entusiasmo contagioso de la editora Carmen Romero.
Les dejo aquí también el programa completo del festival para que no se pierdan.
Como les decía, elegir entre ese decálogo de novelas negras que entre 1965 y 1975 cambiaron la historia del género negro en los países nórdicos y de alguna manera en todo el mundo es complicado, pero vamos a ello. En todo caso he leído las ediciones de Serie Negra de RBA, con excelentes prólogos.
Roseanne (traducción de Cristina Cerezo) me parece una opción inevitable. Como dice Henning Mankell en el prólogo, se trata de “una historia convincente presentada con una estructura igual de convincente”. Hay que tener en cuenta que es la primera novela de la pareja, la primera de la serie, en la que se sientan las bases de mucho de lo que ocurrió después.
Desde la primera línea se respira ese deseo de rigurosidad, ese lenguaje desnudo. En la página 24 lo sabemos todo de Martin Beck, por gestos, por silencios, por frases cortantes hacia su mujer, por su actitud torpe con las armas. Lo fascinante es que no aparece hasta la página 19. Beck es un antihéroe en el sentido más desnudo del término. Tiene problemas de salud, un matrimonio que no funciona, dos hijos con los que no conecta y una afición tan anodina como los barcos. Pero es un buen policía. Es un policía excelente y un gran interrogador (ojo a cómo están desarrollados algunos interrogatorios).
La historia es sencilla: una joven es hallada brutalmente asesinada en unas esclusas. Nadie la conoce, nadie ha denunciado su desaparición, no hay pistas ni sospechosos. A partir de aquí tenemos un policial perfecto, en el que se respira el ritmo anodino de una investigación real, y por otro lado un retrato de la sociedad sueca de la época. Recuerdo la sensación, al releerlo, de saber que lo estaban haciendo, que Sjöwall y Per Wahloo la estaban liando.
El hombre del balcón (traducción de Martin Lexell y Manuel Abella) tiene un principio alucinante. Un barrio, descrito en su normalidad, con gente paseando, niños jugando y vecinos en las ventanas aprovechando el sol. Ahora, sabemos que estamos ante una novela negra, que el mal acecha, que el tipo de pelo lacio y mirada lasciva descrito casi al final de esta introducción no está limpio. Y da miedo.
La novela, la tercera de la serie, tiene una gran virtud. Kollberg, compañero de Beck, aparece aquí ya más desarrollado y la novela gana mucho. Es un personaje esencial para los 10 libros, digno, honesto, fuera de lugar en una policía en la que va perdiendo la fe. A través de él vemos a Martin Beck, al resto de compañeros, a la sociedad sueca. En un momento dado Beck le pregunta: “¿Qué te pasa?” Él contesta: “Lo mismo que a ti. Tengo miedo”. ¿A qué? Pues no a los criminales, ni a los peligros de su trabajo, si no a la naturaleza humana, al mal que existe, amenaza y obra y que en este caso se ha cobrado la vida de dos inocentes niñas violadas y asesinadas.
En El policía que ríe (traducción de traducción de Martin Lexell y Manuel Abella ) la pareja de autores suecos se desboca y lo que antes era una crítica social contenida se convierte en un espectacular torrente de reproches al Estado sueco. Jonathan Franzen, en un prólogo en el que aparte de hablar de sí mismo apunta con acierto algunas claves, asegura sobre esta novela y la serie en general: “Casan la satisfactoria sencillez de la novela de género y el aliento tragicómico de la gran literatura”.
Por último, El asesino de policías (traducción de Elda García Posada) es una maravilla policial, un procedimental perfecto y un panfleto al servicio de la creciente rabia antisistema de sus autores. En este caso no se libra nadie: los aeropuertos están hechos donde no deben y dan asco; la policía es vaga, cara e ineficiente; los criminales son violentos como respuesta a la violencia estructural del Estado; los jóvenes se drogan porque no tienen otra salida; la Sanidad es mala por la fuga de talentos; el Estado de Derecho lo es sólo por su nombre porque hace aguas por todas partes y así.
Sin embargo la novela funciona a la perfección. Vemos a un Beck ya divorciado y enamorado de nuevo, más vital, tan buen policía como siempre. Y a Kollberg en la máxima expresión de su descreimiento, de su lejanía de los valores que se supone tiene que defender. Además, aparece un personaje central de Roseanne, recuperado aquí como principal sospechoso de la muerte violenta de una mujer en un pueblo de la región de Escania. Los autores juegan con los prejuicios del lector, como ahora está tan de moda. Les suena, ¿verdad? Pues fue escrita hace 40 años. Lo he leído hace poco y no puedo parar de admirarme, de repetirme “qué cracks”, de preguntarme ¿Sabrían la que estaban liando?
Babelia
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