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Pies

La fetichización de una parte del cuerpo es considerada como una transacción psíquica de nuestra reprimida libido, pero su evocación artística la mantiene en vilo indefinidamente

El escritor japonés Junichiro Tanizaki.
El escritor japonés Junichiro Tanizaki.

Muchos de los relatos del gran escritor japonés Junichiro Tanizaki (1886-1965) se inician cuando su protagonista, sea cual sea su condición social u oficio, decide retirarse del mundo. A veces, siguiendo la pauta de la reciente selección, llevada a cabo por Carlos Rubio con traducciones al castellano de Akihiro Yano y Twiggy Hirota con el título Cuentos de amor (Alfaguara), un requerido maestro del tatuaje se aísla en su taller para llevar a cabo su obra maestra en el cuerpo de una hermosa geisha; otras, un refinado dandi, ahíto de los placeres sensuales vulgares, se retira a un templo, del que solo sale travestido como mujer; un viejo comerciante, minado por la tuberculosis y sintiendo próximo el aliento de la muerte, lo abandona todo para encerrarse en un apartamento junto a una geisha adolescente; o, en fin, un escritor, quizás el propio Tanizaki, busca calmar la melancolía realizando una excursión al santuario de Minase, en la prefectura de Osaka, donde, en un plenilunio, un personaje desconocido le confiará una sorprendente historia de amor frustrado…

A través de estos u otros relatos, el lector comprende que Tanizaki busca una iluminación: la de la revelación de un secreto íntimo. De todos modos, hozar en lo privado bordea casi siempre el peligro, aunque, como dijera Hölderlin, allí donde éste habita, se halla también la salvación, porque nuestra existencia mortal refulge en el envés de las apariencias. En cualquier caso, sobre este terreno resbaladizo encuentra su sentido el arte, que agita nuestros deseos y ocurrencias más peregrinos, poniendo a prueba nuestra capacidad de supervivencia. En el particular caso de Tanizaki, un erotómano perverso, el desafío consistió en escenificar sus obsesiones sexuales, pero, claro, no tanto o no solo por la declaración pública de sus manías fetichistas o sadomasoquistas, lo cual comporta un admirable descaro, sino por la sublime estetización de las mismas. Esta turbia exploración le pudo llevar, en Los pies de Fumiko, publicado en 1919, al comienzo de su carrera, a dedicar varias páginas a la descripción extasiada de unos pies femeninos, cual si éstos fueran el paisaje más hondo y emocionante que cupiera observar, volviendo sobre este mismo tema, casi medio siglo después, en 1961-1962, en Diario de un viejo loco, cuando un anciano con los días contados reclama de su nuera que deje la huella de sus pies entintados sobre un refinado papel para que luego sean impresos en su piedra tumbal.

La fetichización de un objeto o de una parte del cuerpo es considerada como una transacción psíquica de nuestra reprimida libido, pero su evocación artística la mantiene en vilo indefinidamente. Así, el camino de la perdición se transforma en el de la salvación. Y es que el arte no se puede permitir el lujo de despreciar nada de lo que nos pasa dentro o fuera de nosotros mismos. Esa es su justificación y su potencial de fuga ante una realidad que nos oprime con su estrechez de miras. En esta exploración, Tanizaki se inspiró al principio en los escritores occidentales decadentistas de fines del siglo XIX, pero como la mejor vía para acreditar el refinamiento extremo de la cultura japonesa, la más intrigante y entrañable de cuantas nos ha sido dado conocer. Por lo demás, para valorar su capacidad simbólica universal, en el caso de los pies femeninos, sírvanos el ejemplo de nuestro poeta Miguel Hernández, que describió los de su amada, como “la blancura más bailable”, el sostén de la danza y de nuestra menesterosa existencia.

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