Un Eros cerebral
Quizá 'El primer hombre malo' es la obra más arriesgada de July, pero no la mejor
Es casi imposible leer la primera novela de Miranda July (Vermont, 1974) sin olvidarse de que es la musa del hipsterismo. Su obra se relaciona íntimamente con su vida y, a la vez, su vida se despliega como obra de arte, ya sea en películas como Tú, yo y todos los demás (2005), cuentos, discos, exposiciones, etcétera. Esto quiere decir que sintoniza con unos tiempos que han transformado la mística del artista en una gestión de la imagen del autor como marca, que ella misma no se siente cómoda en una obra completamente emancipada de su presencia como personaje (y la protagonista de El primer hombre malo tiene su edad y otras coincidencias biográficas) y que es fácil encontrar en cada proyecto suyo unas manías distintivas: personajes inadaptados, humorísticos, disfuncionales…
La narradora de El primer hombre malo, Cheryl Glickman, es una cuarentona que trabaja en una organización sin ánimo de lucro dedicada a la creación de vídeos y sistemas de defensa para mujeres. Algo nerd, superviviente de depresiones y bultos nerviosos en el cuello, enamorada de un hombre feo de 60 y meticulosa en su caos, debe alojar en su casa a la hija de sus jefes hasta que ésta encuentre trabajo. La hija es Clee, una veinteañera republicana a la que le gustan las armas y disfruta intimidando a su anfitriona. Cuando Clee comienza a marcar su territorio con violencia, ambas descubren que esto les excita y la novela se convierte en una peculiar historia de amor.
A July le gusta llevar al límite el mito de la bella y la bestia: diferentes en edad, clase social, gustos o creencias religiosas, sólo al relacionarse desde su extrañeza inarmónica se vuelven humanos. Y les vale cualquier excusa para ese contacto casi siempre sexual pero no siempre carnal. En El primer hombre malo, y en gran parte de la obra de July, lo mental arrincona a lo erótico. Su Eros es pornográfico en el sentido de lógico y despersonalizado. Es cerebral, hiperintelectual, humorístico, subversivo y algo aburrido a la manera de los juegos de azar. Así, la narradora Cheryl justifica su pasión por una joven republicana con un ejercicio de abstracción: “¿Sería que todo lo palurdo tenía algo místico?”.
Las peores páginas son las dedicadas a la maternidad, un tema que sobrevuela con más gracia otras obras de la autora. “Escribirás una novela y tendrás un hijo”, comenta en los agradecimientos. Entonces, ¿debemos entender la atípica maternidad de la protagonista como una sublimación de la maternidad de la propia July?
Quizá El primer hombre malo es la obra más arriesgada de July, pero no la mejor. A pesar de la eficacia de su estilo y de su humor, no termina de despegar. Son los límites de su autorreferencialidad, de su mundo. Es probable que hasta los incondicionales de la autora se cansen del ensimismamiento.
El primer hombre malo. Miranda July. Traducción de Luis Murillo Fort. Random House. Madrid, 2015. 272 páginas. 20,90 euros
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