Si usted está aquí, a esta hora y en este lugar…
'Al nostre gust', el nuevo espectáculo de Oriol Broggi, es una celebración de la palabra y el teatro
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El nuevo espectáculo de Oriol Broggi y su compañía en la cripta de la Biblioteca de Catalunya se llama, shakesperianamente, Al nostre gust. O sea, a su gusto: un collage de muy diversos textos que les apetece recordar y poner en escena, con dramaturgia de Broggi y Marc Artigau. Como si nos dijeran: “Vengan a escuchar las voces y las músicas de unos cuantos autores, de Sófocles a Mouawad, pasando por El Bardo, por Salvat-Papasseit, Ibsen, Fellini, abuelos, padres, y el tío Pinter, y el tío Chaplin, y Vinicio Capossela, y los Tiger Lillies, y muchos otros”.
No se trata de pasar un examen, no hace falta adivinar de quién es cada fragmento (rondando la cincuentena) porque aquí todos sus ríos van a parar al mismo mar: una celebración de la palabra, una celebración del teatro. Como decía el abuelo Zweig, también presente, asistiremos a la tempestad de las palabras, el mar infinito de la pasión que lanza al corazón sus olas sangrantes, incansables, alegres y trágicas, hechas a imagen del hombre. No hay argumento, claro está, sino trama entendida como trenzado o urdimbre, como viaje de los comediantes: Laura Aubert, Jordi Figueras, Toni Gomila, Montse Vellvehí, Ramon Vila, Ernest Villegas.
El espectáculo arranca con dos solitarios en la noche: el dealer y el cliente de En la soledad de los campos de algodón, de Koltès, quizás el pasaje más extenso, que comienza así: “Si usted está aquí, a esta hora y en este lugar, quiere decir que desea alguna cosa que no tiene y que yo puedo proporcionarle”. No cuesta ver al dealer como actor tentador, y al cliente como espectador ávido en busca de una emoción. El dealer es Ramon Vila, cada vez más sabio, más hondo; el cliente es Laura Aubert, revelada como brillante actriz de comedia, farsesca o agridulce, en la joven compañía del Lliure, y que en la cripta va a mostrar su no menos poderosa faceta dramática, trágica incluso, porque luego será una Antígona de alto voltaje, despidiéndose de su hermana Ismene, que corre a cargo de Montse Vellvehí. Del ardiente bosque parisiense de Koltès viajamos al de Arden, y al bosque interior de Elsinor, y al de Birnham, da lo mismo, porque los cómicos recorren una eterna carretera, con You’re Wondering Now, de The Specials, a modo de himno, y levantan su humilde carpa en cualquier lado, entre los árboles o en el fango donde nacerá el Globe, y siempre hay un niño o alguien que mira con ojos de niño y queda prendido, y escucha, y camina con ellos. Avanza la troupe y avanza la función, y las voces hablan de lo que nos falta para volver a ser, completos; esa frase que podría volver a dibujar los contornos de la ciudad perdida, donde las puertas de las casas se abrían al paso de los extraños; la ciudad reina que llevaba el nombre olvidado con el que una voz querida nos llamó, hace mucho tiempo, para que volviéramos a casa antes del anochecer. ¿Quién dijo eso? ¿Chéjov, Miquel Àngel Riera, Thornton Wilder? Da igual, lo escuchamos y sabemos que es verdad. A veces no recordamos quién escribió una canción: recordamos la canción y basta, un air qu’on retient. Nuestros antepasados son contemporáneos y futuros; Ramon Vila recita Tot l enyor de demà y es la voz de nuestro abuelo y nuestro nieto. Quiero celebrar la artesanía del trenzado de Broggi, la pasión y el talento de estos intérpretes. No conocía a Toni Gomila, se me escapó Acorar, su exitoso monólogo, pero siempre se acaba atrapando a los grandes actores, y he vuelto a encontrar la fuerza de Ernest Villegas, y la enorme delicadeza, la gracia sutilísima de Jordi Figueras, que fue marino varado en tierra y Jan Julivert Mon en aquel Adiós a la infancia con el que Broggi quiso rendir homenaje, hará un par de años, al universo de Juan Marsé.
Ahora Laura Aubert y Montse Vallvehí son Rosencrantz y Guildernstern (o al revés, da igual), siempre condenados y durante un rato aliviados por la llegada de los cómicos, como cualquiera de nosotros, como los soldados que, en víspera de ejecución, escuchan la canción de la muchacha rubia en Senderos de gloria, otra de las conmovedoras esmaltaciones de la noche. Y Villegas y Gomila vuelven a Koltès, guardianes de la prisión de Roberto Zucco, dos clowns estupefactos, como nosotros, y de repente, alrededor del fuego y frente al teatrito desvencijado y soberbio, brota la historia de la muerte de Eleuteri, que una mujer de Sinera le contó a Espriu, y el poeta nos lo contó a su vez para que su nombre no se perdiera, y ahora el muerto y el nombre resucitan gracias al encantamiento de Vila, de Villegas, de Vallvehí, y comienzo a ver cómo se forma el trenzado más profundo. El tercio final es pura maravilla: los enterradores que juntaron a Ofelia y a Yorik se convierten en maese Hueco y maese Silencio escuchando el recuerdo de las campanadas a medianoche, y luego Montse Vallvehí, sensacional, evoca la historia de la madre que cambió de rostro, y Laura Albert canta (y todos, a coro) una preciosa canción italiana con música de Paco Ibáñez, y luego llegan Villegas y Vila, o sea, Hamlet y Horacio, y traen nuevas palabras como palomas, frases de Nathalie Sarraute y de Pere Calders, y la despedida del padre en Fanny y Alexander, de Bergman, y Lear le da la mano a Próspero, y todo es la misma canción, y la certidumbre última: ¿de qué va la canción, de qué va Al nostre gust? De la vida y la muerte, siempre entretejidas.
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Otras dos estupendas funciones para ver en Barcelona, y espero que pronto en toda España: Conillet, la versión catalana de El conejito del tambor de Duracell, de Marta Galán (Espai Lliure). Un texto con verdad y sacudida y ritmo, retrato de una mujer llena de vida, de rabia, de estrés y melancolía; la descomunal interpretación de Clara Segura, cañón de actriz, una de nuestras fieras; la dirección, fluidísima, sin un bache, de Marc Martínez. Y Be God Is, en el Llantiol (solo los jueves). Me habían dicho que Espai Dual eran buenos, pero no creí que fueran tan buenos. Oriol Pla, un insólito hijo de Harold Lloyd y Bob Fosse, acompañado por Blai Juanet y Marc Sastre: clowns con energía a chorros y un control milimétrico de los movimientos, músicos, bailarines, acróbatas… Una inyección de alegría eléctrica en vena. ¡Cuantísimo arte!
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