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Amantes

Melone representa a una pareja burlando al límite lo tolerado por la moral de la época

'Pareja de amantes', obra de Altobello Melone.
'Pareja de amantes', obra de Altobello Melone.

Hay un cuadro no excesivamente grande, de 52 × 71,5 centímetros, que suele llamar poderosamente la atención del visitante de la formidable colección de la Gemäldegalerie de Dresde, donde se exhiben obras fundamentales de algunos de los mejores maestros de la pintura moderna occidental. Poco reproducido, el mencionado cuadro, titulado Pareja de amantes, constituye, en efecto, una turbadora y estimulante sorpresa para quien no sea un especialista en la materia, sobre todo, porque al simple aficionado seguramente tampoco le suena el nombre de su autor, Altobello Melone, nacido presumiblemente en Cremona hacia fines del siglo XV y fallecido en la misma ciudad en 1543. Activo desde 1511, la obra conservada de Melone muestra las características más sobresalientes de esa fértil escuela cremonense de la primera mitad del XVI, cuyo estilo bascula entre los ejemplos de otros potentes enclaves artísticos de la Italia septentrional, como Venecia y Ferrara, trufados simultáneamente de elementos fantásticos y una factura de un realismo descarnado.

Lo maravilloso del cuadro de Melone es que supo captar, y cómo, el secreto de lo que llamamos amor

Como su título proclama, el cuadro de Melone nos muestra a una pareja de amantes, retratados en un primer plano de un interior, llenando perentoriamente sus respectivos bustos la escena, salvo en lo que se refiere a una ventana lateral, donde se aprecia un paisaje de fondo. Lo fascinante de este retrato doble es el aspecto de los amantes y su actitud, porque, aun sin saber más datos que el de su descarada presencia, el contemplador se percata enseguida de que se halla ante los protagonistas de un comercio carnal, siendo el varón un villano y la mujer, a todas luces, una profesional del sexo. Ambos todavía jóvenes y dotados de cierta hermosura, él nos mira de reojo, con cierta aprensión aviesa, mientras que ella, entornados los párpados y la cabeza ligeramente echada hacia atrás, lo hace con cierta despectiva altivez. La indisimulada sensualidad acre de los dos y el cariz cínico de su respectiva expresión fisionómica nos golpean más allá de lo que corresponde a la mera representación de una escena de sexo venal, quizás por la crudeza verista con la que nos muestran su impudicia. El propio Melone parece resguardarse de expresar cualquier tono de caricatura moralizante, como si se regodease en la presentación de esta lubricia o se limitase a tomar nota de ella.

Por lo demás, aunque no se puede afirmar que los retratos de pareja constituyesen una rareza en el momento en que pintó Melone el suyo, tampoco era algo habitual el hacerlo entonces y, aún menos, de esa desenvuelta manera con que lo hizo nuestro pintor. Es obvio, de todas formas, que lo compuso como lo compuso, porque el arte se estaba adentrando ya en ese territorio oscuro de explorar lo irrepresentable, algo más atávico y profundo que lo simplemente pornográfico. Atreverse a representar el envés palpitante de lo que pasa en la vida, incluso burlando al límite lo tolerado por la moral de la época, ha sido, es y será una de las misiones del arte, que aquí, gracias a Melone, nos revela lo que de apareamiento instintivo tiene la pareja, lo incontrovertible y peligroso del lazo erótico. Entre la mutua construcción y destrucción, entre el ideal y la depredación, se juega el destino en todos los órdenes de nuestra existencia mortal. Lo maravilloso del cuadro de Melone, uno de esos innumerables maestros antiguos poco conocidos por la dificultad de ponernos a su altura de miras, es que supo captar, y cómo, también en la inmunda minucia, el secreto de lo que llamamos amor, en el que todo falta sin sobrar nada, ni lo que tiene de instintivo el apareamiento, ni lo que comporta de menesterosidad una pareja.

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