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OPINIÓN

Teresa, terapeuta

Al dirigirse a sus monjas, al escribir para ellas, conoce su desamparo y sus necesidades. Ella también ha logrado atravesar su propio sentimiento de abandono

Santa Teresa, vista por Sciammarella.
Santa Teresa, vista por Sciammarella.

"Teresa la Santa", como la llamaba Américo Castro, empieza a escribir el Libro de las Moradas con 62 años. Recién llegada a Toledo, anda agotada después de haber fundado el carmelo de Sevilla, es un mal momento. A Jerónimo Gracián, su confesor, se le ocurre mandarle que vuelva a escribir otra vez el Libro de la Vida, comenzado 15 años atrás y cuyas copias manuscritas u originales se han perdido o han sido censurados por la Inquisición. Su primera autobiografía, el Libro de la Vida iba oficialmente destinada a sus confesores. La nieta de un mercader judío que huyó a Avila, para esconder y borrar la humillación de haber tenido que recorrer con el Sambenito las calles de Toledo, heredera del peligro de su origen converso, manejaba mejor que nadie los códigos de la más pura retórica cristiana. El Libro de la Vida comienza bajo el signo de la obediencia, de la humildad y de la auto-acusación: "Pido por amor del señor, tenga delante de los ojos quien este discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin, que no he hallado santo, de los que se tornaron a Dios, con quien me consolar". "Caute", cuidado, decía Spinoza, otro pensador judío como ella. Teresa tenía mucho cuidado.

En cambio, en 1577, con la libertad y el aplomo que dan los años, las cosas han cambiado. La escritura de Teresa se ha transformado y la reformadora se subleva ante las órdenes de quienes le mandan escribir, aquellos que llama " personas de grandes letras". Con la cólera y el cansancio, este bloque compacto y difuso de hombres exigentes desaparece del prólogo de las Moradas. Cede su lugar a quienes poco a poco cobran vida, salen a la luz de detrás de las rejas de los conventos para convertirse en figuras de carne y hueso, sus monjas, sus compañeras. Ahora, Teresa se atreve tranquilamente a desobedecer a Gracián porque la cabeza la tiene mal, dice, y las cosas van saliendo en "desorden". Pero como el libro va a ser para sus hermanas "no importa". "Mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras [...] y por esto iré hablando con ellas en lo que escribiré". En roman paladino esto se llama una revolución silenciosa.

teresa, al dirigirse a sus monjas, al escribir para ellas, conoce su desamparo y sus necesidades

La escritora ya no acepta encargos, el libro que va a escribir será para quienes lo necesitan, sus destinatarias, sus hermanas, las mujeres que la quieren. Teresa, perspicaz, avisa que justamente por esta razón sus páginas tendrán una eficacia nueva: "con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese". Sin nombrar a sus superiores, advierte que a estas mujeres les llegará el pensamiento de una semejante, más que él de "ellos", y por lo tanto, calará mejor en estas mujeres lo que "ella" habrá de decirles. Teresa terapeuta sabe que para que surja la palabra tiene que haber una espera, una escucha, sabe que sin el vehiculo del querer, la palabra no puede llegar .Teresa escritora sabe que la escritura es palabra y que la palabra empezó siendo grito del niño al nacer, del niño que pide ayuda.

Al dirigirse a sus monjas, al escribir para ellas, conoce su desamparo y sus necesidades. Ella también ha logrado atravesar su propio sentimiento de abandono y no ha dudado mil y una vez en decirlo, en escribirlo, en quejarse a Dios de su ausencia. El Libro de las Fundaciones donde describe las infancias rotas de la mayoría de sus monjas muestra cuánto le interesaba la vida de sus compañeras. No dejó de recomendarles que más valía tener a Dios por marido que a un hombre - su propia madre había muerto cuando ella era niña de un mal parto después de muchos hijos. Eso sí, Teresa garantizó a las carmelitas la libertad de elegir a su confesor y abriéndoles las puertas sin pedirles pruebas de limpieza de sangre, solo les pidió saber leer y escribir. Quería mujeres listas. En las Moradas, el conocimiento de su propio dolor, vivido y experimentado con una libertad nueva convierte este relato en ficción, en viaje del alma, en libro de paradojas, de aventuras.

"Va mucho de estar a estar"

¿Cómo le es posible a cada uno, entrar en el castillo, entrar en su propia alma? Se ha dicho muchas veces que con Teresa nace en la literatura española el tema de la interioridad, pero esta interioridad de la que nos hablan las Moradas no es un espacio dado, sino ganado a las tinieblas, un espacio siempre inacabado pero construido, un espacio que, como escribe Teresa a sus monjas en El Camino de perfección, es invisible y está por descubrir: "es importante que nos imaginemos vacias en el interior". Al comienzo de esta aventura, el alma se encuentra rodeada de" sabandijas y bestias", encerrada, prisionera en las mazmorras del Castillo. El libro de las Moradas habla de las penalidades que el alma sufre hasta que conseguir entrar en sí misma y recorrer sus propias estancias , siempre múltiples: "Mas habéis de entender que va mucho de estar a estar: que hay muchas almas que están en la ronda del castillo, que es adonde están los que le guardan y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está dentro". A Teresa no le preocupan las paradojas ni la topología, al contrario parece que le gustan, como si supiera que de ellas nace la novedad del pensamiento.

¿Qué les pasa a estas almas tullidas, que sufren de "perlesía", de parálisis - cómo ella antes de meterse a monja? Almas prisioneras, incapaces de movimiento o sea incapaces de oración, dice la carmelita con sus palabras. Ya en el Libro de la Vida, se había interrogado mucho sobre el poder de la oración, en particular de la oración" interior", de la meditación sin palabras. Pero como este silencio interior no siempre es posible, por ejemplo, cuando la herida es demasiado grande, también se acercó, como se lo dijo en El tercer Abecedario Francisco de Osuna, a la dimensión tranquilizadora, calmante de las imágenes. En la oración con palabras, las imágenes son fundamentales sobre todo cuando amenaza el demonio, sinónimo de vacío, de ansiedad, de pánico, de esa angustia demoledora que arrampla con nuestros andamios. Como es lógico, su demonio es castellano, guerrero, nada cortés ni dubitativo como él de Descartes, actúa como un principio de cierre, de destrucción, de resistencia y se esconde ahí donde la imaginación ha quedado informe, huérfana, arrasada, bloqueada.

Se ha dicho muchas veces que con Teresa nace en la literatura española el tema de la interioridad, pero esta interioridad no es un espacio dado, sino ganado a las tinieblas

Teresa, igual que Goya cuando se retrata a si mismo rodeado de alucinaciones pero sujeto por su médico, el Doctor Arrieta, que le tiende un vaso de agua, sabe que en estos casos de soledad y de dolor extremos solo puede curar la presencia de un testigo, capaz de compartir las visiones y las voces que pueblan el vacío, la ausencia de un lugar interior donde estar y poderse mover. ¿Cómo aconsejar a sus hermanas la elección de un confesor para estos casos? El confesor supone un principio de alteridad y una presencia capaz de contener las visiones. Cuando no hay problema, con tal de que no sea "medroso", cualquier confesor basta, viene a decir Teresa. Pero en los casos agudos, recomienda recurrir a un "muy buen letrado, que son los que nos han de dar la luz, o, si hubiere, alguna persona muy espiritual; y si no lo es, mejor es muy letrado; si le hubiere, con el uno y con el otro". Estos consejos a sus monjas parten del fondo de su experiencia porque según cuenta, los que más daño le han hecho a ella, no son los confesores ignorantes, sino los pretenciosos, "medio-letrados espantadizos que me cuestan muy caro".

La diferencia entre letrados y medio letrados no es una cuestión de saber sino más bien de actitud. Los verdaderos letrados, o sea los que pueden sujetarnos en caso de pérdida de la realidad, estar al lado nuestro y tendernos un vaso de agua como lo hizo Arrieta con Goya, son los que no temen su propio miedo y aceptan lo impensable sin asustarse de los excesos de Dios: "Esto interior es cosa recia de examinar y los grandes letrados tienen un no sé qué y si no son derramados sino siervos de Dios, nunca se espantan de sus grandezas, que tiene bien entendido que puede mucho más y más". A diferencia de los "medio letrados espantatadizos", Teresa terapeuta se había buscado una buena escuela.

Mercedes Allendesalazar es psicoanalista, ha escrito "Thérèse d'Avila, l'image au féminin" Seuil, l'ordre philosophique, París, abril, 2002.

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