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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La derecha, las derechas

El instinto conservador, en esencia, sirve para frenar la velocidad de los cambios, pero jamás ha resultado eficaz para fijar nuevas metas

Hace algo más de 50 años, Friedrich A. Hayek concluyó su muy conocida obra Los fundamentos de la libertad con un certero post scriptum: “Por qué no soy conservador”. Allí denunciaba el grave error implícito en la presentación de las diferentes opciones políticas a lo largo de una línea, donde los conservadores se situarían en un lado, la izquierda en el contrario y los liberales en algún punto intermedio entre ambos extremos. Frente a esa simplificación, el gran autor liberal justificaba la necesidad de distribuir las ideologías en torno a un triángulo en cuyos vértices habría que situar a cada una de las tres grandes ofertas políticas: conservadores, liberales y socialistas.

El conservadurismo, en opinión de Hayek, cumple una importante función cuando alivia los errores socialistas, pero resulta insuficiente y escasamente atractivo cuando lo que se necesita es transformar una situación de grave deterioro político, económico o social. La política conservadora, por su propia naturaleza, jamás ofrece alternativas propias, y en eso se distingue de la disposición reformista de los liberales. La posición conservadora viene siempre definida por las ambiciones de otros y por eso se muestra incapaz a la hora de ofrecer alternativas propias. El instinto conservador, en esencia, sirve para frenar la velocidad de los cambios, pero jamás ha resultado eficaz para fijar nuevas metas.

La política conservadora,
por su propia naturaleza,
jamás ofrece alternativas propias,
y en eso se distingue de la disposición reformista de los liberales

La voluntad común de contrarrestar las dinámicas más intervencionistas de la izquierda y la necesidad electoral han aproximado durante décadas a conservadores y liberales, junto a los democristianos, a lo largo de toda Europa. España no ha sido una excepción. La derecha así entendida, como síntesis entre esas tres familias ideológicas, ha sido una opción mayoritaria en las sociedades occidentales cuando ha sabido equilibrar internamente sus posiciones y presentarse ante los votantes sobre bases comunes y objetivos ambiciosos. Los principios aglutinadores son de sobra conocidos: defensa de la dignidad del ser humano y de los derechos y libertades que le son inherentes, imperio de la ley y equilibrio de poderes, respeto a la propiedad privada y confianza plena en la economía de mercado como fundamento de la creación de riqueza, garantía de la igualdad de oportunidades y vocación europeísta.

Como sentenció un gran publicista, las campañas se ganan cuando se dispone de un buen producto, organización y estrategia de comunicación, “exactamente por ese orden”. En ese sentido, cuando las derechas han sabido integrar de manera sólida y coherente en una única oferta esos rasgos principales, la sociedad les ha otorgado su plena confianza. Cuando los acentos agudizan las diferencias y se percibe la división, la izquierda toma el mando.

Gabriel Elorriaga Pisarik es diputado del Grupo Popular en el Congreso.

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