La hora del lobo
Vuelve a gritar y a conmovernos el fantasma de Sarah Kane. Ahora en Barcelona, donde Anna Alarcón, a las órdenes de Moisès Maicas, interpreta '4.48 Psychosis'
Sarah Kane se suicidó en 1999, a los 28 años. Ahorcada, en el hospital, donde había ingresado dos días antes por una sobredosis de pastillas. Su última obra, 4.48 Psychosis, se estrenó unos meses más tarde, en el Royal Court. El título, Psicosis de las 4.48, siempre me ha parecido equívoco. En el texto dice: “A las 4.48 de la mañana, cuando la lucidez me visita, tengo la cabeza clara durante una hora y doce minutos. Justo después desapareceré de nuevo, títere hecho pedazos, loco grotesco”. Lucidez y no psicosis, a esa hora, pero también el lobo abriendo, de nuevo, sus fauces: el mundo otra vez ahí, la vida ingobernable como una pesadilla real y sin escapatoria. O por desgracia, sí, con una: la peor, la más salvaje.
Hay reiterados avisos de suicidio en su texto: “Ya hace tiempo que estoy muerta”. “Canto sin esperanza en la frontera”. “No me despedacéis para saber cómo he muerto, por favor. Os digo cómo morí: 100 lofepraminas, 45 zopliconas, 25 temazepanes, 20 melleriles. Todo lo que tenía. Devorado, cortado, colgado. Ya está”. Pero también dice: “No tengo ganas de morir. Ningún suicida lo ha deseado jamás”. Ganas de que se parase todo, sí, posiblemente. Y la penúltima frase: “Miradme. Miradme desaparecer”. Quizás exhibicionismo, quizás anhelo de ser retenida, recordada. Como Brando pegando el chicle bajo la barandilla del balcón en El último tango en París.
Cuando vi por primera vez 4.48 Psychosis anoté: “Una fisura atroz entre el cuerpo y el alma. Una desesperación furiosa y constante. La enfermedad de la muerte en vida, de la pérdida de sí mismo. Un texto hecho de fragmentos cortocircuitados. Una conciencia rota que intenta reatraparse”. Y sin embargo es una creación. Un extraño poema. Construido. La voluntad de construir, de hacer algo con todo eso. Un intento, también, de recordar la luz. Sarah Kane quería ser poeta y se decidió por el teatro porque “mantenía la esperanza de que alguien en una sala oscura me mostraría un día una imagen que ardería en mi mente”.
Cuando vi por primera vez 4.48 Psychosis anoté: “Una fisura atroz entre el cuerpo y el alma. Una desesperación furiosa y constante"
Blasted (1995), su primera obra, fue machacada por buena parte de la crítica londinense. La defendieron sus compañeros dramaturgos, sus hermanos, sus mayores: Martin Crimp, Edward Bond, Harold Pinter, Caryl Churchill. El Gate Theater le encargó una versión libre de Fedra (Phaedra’s Love, 1995), que aquí montó Marilia Samper. En 1998 estrenó Cleansed, todavía más feroz que Blasted, en el Royal Court, y en el Traverse de Edimburgo presentó luego Crave bajo el seudónimo de Marie Keveldon, quizás la más lírica, desnuda y desesperada de sus obras. Xavier Albertí la dirigió (Ànsia, 2000) en el festival de Sitges, en un montaje memorable. Es fácil y es falso decir que la mala acogida a sus primeros textos provocó su caída: en media Europa la recibieron como a un mito. Tras su muerte, Pinter recordaba la violencia y desnudez de sus textos: “No tenía corazas protectoras, no había diferencia entre su vida y su obra. Me aterrorizaban la hondura de su horror y su angustia, pero también recuerdo su risa. Y su fuerza”. Vuelvo a escuchar sus palabras y pienso en lo mucho que debía necesitar que la escucharan, que la abrazasen en el más amplio sentido del verbo (“Nadie me toca, nadie se me acerca”), y en cómo debieron atiborrarla de medicamentos (“lobotomía química”, decía ella), a juzgar por la cantidad de pastillas que tomó en su penúltimo intento de suicidio: como en la profecía, 150 antidepresivos y 50 somníferos, según The Guardian. Me vuelve el eco de Artaud, en el asilo de Rodez, poseído por la peste: “Amigos míos: lo que habéis tomado por mis obras no eran sino despojos de mí mismo, esas escorias del alma que los hombres normales rechazan”. Y la voz rota y alada de Alejandra Pizarnik. Y las voces de tantos que no tuvieron ni siquiera palabras para contar sus calvarios.
Es un reto muy alto lanzarse a montar e interpretar 4.48 Psychosis: no debe de ser fácil entrar y salir de esa lava cada noche. Isabelle Huppert nos visitó en 2002, en Temporada Alta, crucificada en una rueda invisible, poseída casi por Sarah Kane, guiada por Claude Régy. Luego se ataron a la rueda Leonor Manso (2007) y Beatriz Argüello (2012), que yo recuerde, y ahora lo ha hecho, lo está haciendo, Anna Alarcón, a las órdenes de Moisès Maicas, en La Seca barcelonesa, con estupenda traducción al catalán de Anna Soler Horta: Psicosi de les 4.48.
Es un reto muy alto lanzarse a montar e interpretar 4.48 Psychosis: no debe de ser fácil entrar y salir de esa lava cada noche
Tengo algunas dudas acerca de la puesta de Maicas. Menores, si se quiere, pero en este texto todo ha de sumar y no convienen distracciones. Me sobran movimientos, acciones un tanto obvias: no creo que sea del todo necesario dibujar garabatos obsesivos para mostrar la obsesión, ni armar en el suelo una especie de rayuela con los enigmáticos números que Sarah Kane anotó en su texto. O las palabras pintadas en su cuerpo: trivial. Creo que basta con el texto, la voz y la mirada de Anna Alarcón.
Está claro que es una pieza llena de peligros, y uno de ellos es dejar que la interpretación se deslice hacia lo falsamente delirante: caer en clichés, imitar una locura externa. Pero el delirio es uno de los afluentes del río, y el gran logro del montaje es evitar que el agua oscura llegue gritada, excesiva, incomprensible. Hay una limpieza y una elegancia sustanciales en el arriesgado y entregadísimo trabajo de Anna Alarcón. No crea una barrera entre Sarah Kane y nosotros: nos hace íntimo y próximo su dolor. Los diálogos con los psiquiatras, por ejemplo, son una cima de esa intensa claridad. Quizás todavía falte, para mi gusto, llegar a plasmar un temblor exhausto, una sensación de peligro abriéndose de golpe en la esquina de una frase, de un gesto. Pero lo más importante es que al recordarla me vuelve la mirada desolada de Lee Remick en Días de vino y rosas. Y, de nuevo, la voz antigua e insomne del rabino Cohen cantando su kaddish: “And we told her she was beautiful / and we told her she was free / but none of us would met her in / the House of Mistery”.
También he visto Ciara, de David Harrower, casi un texto de serie negra, dirigido mano a mano por Andrés Lima y Martí Torras Mayneris en el Teatre Akadèmia de Barcelona. Otra actriz sola y magnética llenando el escenario, a pulso. También hay que verla, escucharla, aplaudirla.
Psicosi de les 4.48 / Sarah Kane. Intérprete: Anna Alarcón. Dirección: Moisès Maicas con la colaboración de Iván Morales. La Seca. Flassaders, 40. Barcelona. Hasta el 4 de octubre.
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