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Complejo de Napoleón

Florence + The Machine crean temas memorables. Pero en un álbum que se anunció íntimo todo se enseña y nada se sugiere

Xavi Sancho
Florence Welch, este mes durante un concierto en Chicago.
Florence Welch, este mes durante un concierto en Chicago.Josh Brasted (Film Magic)

El tercer trabajo de Florence + The Machine es el ejemplo perfecto de artista de éxito atrapado en su propia realidad creativa. La banda liderada por Florence Welch anunciaba en primavera que este iba a ser un álbum más calmado, menos bombástico, épico y melodramático que sus anteriores y extremadamente exitosos dos largos. Florence Welch, líder total del combo y mezcla casi perfecta entre Kate Bush, Annie Lennox y Marianne Faithfull, había sufrido un revés sentimental y una crisis de identidad. Eso, advertía, iba a resultar en una colección de canciones más íntimas y sencillas. Pues no. Este disco vuelve a ser una superproducción en la que todo se enseña, nada se sugiere. Lo que se dice, se dice bien claro. Lo que suena, no puede sonar más alto.

A diferencia de su segundo largo, Ceremonials, en el que la inglesa sí trató de adaptarse como buenamente pudo a lo que en su cabeza debían ser las modas del momento, en este, Florence se rinde —tal vez sin siquiera darse cuenta— a la evidencia de que es como es: una diva con una sorprendente capacidad para armar temas memorables y un talento casi igual de grande para enmascarar los que no lo son tanto. ‘Ship to Wreck’, en manos de cualquier otro, sería un medio tiempo pop inofensivo, algo que cantar en la ducha sin miedo a resbalarse. Con ella capitaneando, es la banda sonora de una batalla naval. ‘What Kind of Man’ podría ser un pequeño clásico garajero, pero Florence decide que donde no llega un riff de guitarra sí pueden acercarse unos coros tribales.

El resultado es fascinante en el modo en que Frankenstein lo es. Eso sí, en algunos pasajes del largo, la pelirroja recuerda su idea original, su búsqueda de la soledad y la paz crepuscular. Es allí, en canciones como ‘St. Jude’, donde atisbamos lo que hubiera sido este disco si la promesa de practicar la doctrina de contención no hubiera sido desbordada por el complejo de Napoleón. Tenía planeado quedarse en casa, pero al final decidió que, a pesar de encontrarse medio resfriada, iba a conquistar Rusia en invierno.

Ya sea acompañada por un simple piano o por una banda de 32 músicos, Florence siempre aspira a pulsar la tecla de la emoción. Porque si algo le sobra a la inglesa son sentimientos. A diferencia de las otras divas actuales, la pelirroja crea en pos de la empatía. No le sirve solo que la escuchen, o que la envidien. Ni siquiera que la admiren. Quiere que la sientan. Y que la comprendan. A veces, apetece hacerle un hueco en el sofá para que se acurruque mientras se le recuerda que, sea lo que sea, tampoco es tan grave. En otras, dan ganas de bloquearla en WhatsApp y que vaya a darle la chapa a otro.

How Big, How Blue, How Beautiful. Florence + The Machine. Ilsand/Universal

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Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

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