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Dinero sin ruiseñor

El libro recuperado de Harper Lee tiene valor histórico y es entretenido, pero se desploma

Fotograma de la película Matar un ruiseñor (1961), inspirada en la novela homónima de Harper Lee.
Fotograma de la película Matar un ruiseñor (1961), inspirada en la novela homónima de Harper Lee.

“Las mejores cosas de la vida son gratis, pero puedes dárselas a pájaros y abejas”, canturreaba Barrett Strong para Motown. “El dinero no lo es todo, es cierto, pero lo que no puede conseguir no me interesa”. Fantaseo con gente alrededor de la octogenaria autora de Muerte de un ruiseñor, canturreando esa melodía. Porque la historia que lleva dentro la publicación de Ve y pon un centinela es cruel, divertida o triste a ratos, casi una novela.

Autora de una única novela, escrita en 1960 y ganadora del Pulitzer al año siguiente. Matar a un ruiseñor y el abogado Atticus, defensor de un negro acusado injustamente de la violación de una blanca en el sur profundo, son para los estadounidenses casi iconos entregados por la mano de Dios. Aparece una supuesta novela inédita. De hecho, es el primer borrador de la otra. Un manuscrito rechazado por 10 editoriales hasta que un experimentado editor de un pequeño sello vio algo que nadie había visto antes. Tres años de reescrituras no de la novela sino de uno de los flash-backs que nos retrotrae a veinte años atrás, a la historia que todos conocemos, en parte gracias a la película de Mulligan con un inolvidable Gregory Peck. Aquí entraría Stephen King. La señora Harper Lee, una anciana deseosa de contentar a todo el mundo —hace unos años entregó a un agente literario sin escrúpulos los derechos de Matar a un ruiseñor que solo los tribunales permitieron recuperar— y con una lucidez mental cuestionable, era protegida por su hermana mayor, Alice. Las ofertas de publicación de ese borrador eran rechazadas por mucho dinero que se ofreciera. Alice era un hueso duro de roer. Lo lógico indicaba que la naturaleza se llevase primero a Alice y así ocurrió, pero —y aquí entran Ethan y Joel Coen— ésta murió el pasado mes de noviembre a la edad de… 103 años. Pocos meses después Harper y su nueva abogada, Tonja Carter, exsocia de Alice, y que debía desesperar ante cada nuevo aniversario de ésta, deciden sacar a la luz esta novela supuestamente encontrada en 2014, que después se supo que lo fue tres años antes. Un lapsus sin importancia.

Evidentemente es mejor vender tres millones de libros que de escopetas recortadas, pero más allá del montón de dinero que se llevará alguien (esperemos que Harper Lee y sus amigas), la operación, aventuro, no hubiera agradado a la escritora que fue Harper Lee. El libro, como trabajo de estudio, tiene sentido y valor histórico y literario. Más aún cuando llega sin editar. Como libro de consumo, no. Un buen libro como Matar a un ruiseñor necesitó tres reescrituras y el trabajo conjunto de editor y autora para ser extraordinario. Ya puestos a saltarnos líneas rojas, es casi cínico no editar un best seller que en su último tramo se desmorona dolorosamente.

El argumento es el regreso de Scout, vecina de Nueva York, a Maycomb, su pequeña localidad natal. Poco a poco ha de enfrentarse con que el recuerdo que tenía de su padre y entorno familiar no tiene nada que ver con la realidad. Una realidad que va supurando por unas heridas no cerradas respecto de los derechos de la población negra y el rechazo al intervencionismo estatal. El trayecto del personaje de Atticus, de héroe divinizado a villano amigo de la supremacía blanca, es lo que dará más que hablar. En Estados Unidos la gente comprará el libro, miles se rasgarán las vestiduras—Matar a un ruiseñor es el libro en el que confían más los estadounidenses después de la Biblia— y se forzarán a olvidar Ve y pon un centinela como el Evangelio de San Nadie. Pero sin embargo ésa era la mejor baza narrativa que podía haber utilizado Harper Lee no cincuenta y cinco años después, sino cinco, diez, quince años después de la publicación de su obra maestra, en plenitud de su talento y su vigor competitivo. Una auténtica catarsis social y un tour de force creativo. Y el hecho de no hacerlo fue una opción de escritor y, por tanto, fuera de discusión. De ahí que el hecho de que sea ahora y de este modo, con tan poca enjundia, hace que esta publicación sea como mínimo criticable.

Con todo, el libro también tiene buenas noticias. Lee es una narradora de raza con claridad de página

Con todo, el libro también tiene buenas noticias. Lee es una narradora de raza con claridad de página. El planteamiento inicial de la novela es entretenido. Escenas y personajes. La voz de la joven Jean Louise Finch, Scout, es adictiva. La influencia del adolescente salingeriano que hacía pocos años había revolucionado la literatura se hace notar, pero Scout tiene personalidad propia. Nos atrae su desenvoltura, su independencia, su arrolladora confianza en la modernidad de la nueva América mientras la población de Maycomb es intransigente y anticuada. También lo es Atticus, la tía Alexandra, el tío Jack y el pretendiente siempre rechazado, Hank. Aguanta bien esa primera parte aunque los flash-backs sean excesivamente cinematográficos. Estalla el conflicto, goloso en el fondo pero mal cocinado. Toda la comunidad es, algo así, como parte de una secta de la Supremacía, nacida como freno a las imposiciones del norte. La novela deviene casi en una narración de The Twilight Zone sobre alienígenas que han abducido a terrícolas sureños —no es desdeñable: son los cincuenta de la Guerra Fría—, pero tiene la valentía de plantear que el conflicto racial y social es mucho más profundo y difícil de superar que desarmar al KKK. Pero ese arrojo se diluye en nada por la bisoñez de la escritura. Monólogos largos y reiterativos de Scout con unos y otros, argumentaciones ambiguas, embrolladas, el narrador que pasa de ser objetivo a subjetivo —la escena del café con las amigas—, un final abrupto, confuso y fallido, que hace despeñar la novela por el precipicio sin freno posible. En fin, abstenerse pájaros y abejas.

Ve y pon un centinela. Harper Lee. Traducción de Belmonte Traductores / Anna Llisterri. Harper Collins /Edicions 62. Madrid, 2015. 271 páginas. 19,90 euros.

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