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Trampas de Internet

Vivimos con la absurda creencia de que todo está en la Red

Estrella de Diego
Gorka Lejarcegi

Vivimos con la absurda creencia de que todo está en la Red. Cada dato, cada imagen, cada historia, cada idea, cada texto… se sueña encapsulado en ese gran bosque mágico, el lugar donde todo se encuentra impasible y sin jerarquías. A través de las redes sociales la gran noticia convive con el evento banal, contado todo con la inmediatez perversa de un eterno presente que después, cuando se convierte en pasado, regresa de pronto martilleante, igual que un viejo remordimiento, en el instante menos oportuno. La resaca de una noche larga, aquella que nos hizo escribir el mensaje comprometido, engañados por el onanismo de la pantalla casera, vuelve en un momento fuera del tiempo y echa por los suelos los buenos propósitos. ¡Cómo se enardecen las palabras frente al ordenador, amparados por la falsa intimidad de esa luz rectangular que resplandece en la soledad del cuarto casero! Porque todos las escuchan, nadie las oye. Como todo vale, nada cuenta, hasta que otra mano invisible decide subrayar lo desjerarquizado para que, como en Sherezade, vuelva a brillar —el relato no se termina de acabar nunca—.

Es la idea soñada hace 30 años: construir un mundo sin jerarquías, las de la Ilustración, borradas por completo para democratizar la cultura. Y sin embargo, lo planteó la artista norteamericana Barbara Kruger, "protégeme de lo que quiero": esa falta de jerarquías, ese acceso inmediato y eficaz a Internet, puede correr también el riesgo de homogeneizar los discursos, de hacerlos no sólo fragmentarios y a veces incluso imprecisos, sino carentes de matices y diferenciación.

Piénsenlo un momento. Si todos leemos los mismos libros o, peor aún, si muchos deciden conocer un determinado libro a través de uno de los cientos de sinopsis que con mayor o menor fortuna corren por la Red; si todos leemos las mismas combinaciones de libros que alguien desde la tienda online hace por nosotros —"si le interesó antes este libro le pueden interesar estos otros"— , ¿cómo tener un repertorio original de ideas o de imágenes?

Esa falta de jerarquías, ese acceso inmediato y eficaz a Internet, puede correr también el riesgo de homogeneizar los discursos

Antes, para tener acceso a la información de una biblioteca, era preciso recorrer el viejo catálogo de fichas amarillentas, a menudo escritas a mano, donde iban apareciendo tesoros que de otro modo no se hubieran encontrado jamás, ya que uno busca, en el fondo, lo que conoce. Es la misma diferencia que existe entre comprar libros por Internet —a través de la búsqueda de palabras— e ir a una librería y mordisquear opciones: si la utilidad de la Red es asombrosa y nadie la pone en tela de juicio, debería quedar claro que se trata de un utensilio y no un fin en sí mismo. Todo está ahí, pero ¿hasta dónde está de verdad? ¿Qué nos está arrebatando Internet? ¿Cómo conciliar sus modos generosos y creativos de conocimiento con propuestas de auténtica heterogeneidad?

No hace mucho reflexionaba en este sentido un amigo, conocido historiador de la cultura francés, recordando ambos con nostalgia los años pasados en la Biblioteca Pública de París. Entonces, cuando hacía su tesis doctoral, había un libro con acceso muy difícil. "Ahora el libro está en la Red", comentaba, "pero ya nadie lee latín". Y es que el conocimiento está para usarlo, no para acumularlo, aunque igual me he puesto demasiado nostálgica como Bauman, cuando hace un par de años reflexionaba en este mismo diario sobre su reticencia hacia la sociedad de la ultrainformación: las posibilidades infinitas y a la mano eran lo que hubiera deseado de joven, pero con la edad no estaba tan seguro de que el exceso de información fuera peor que su escasez. Y es que el conocimiento debería ser mucho más que las acumulaciones desjerarquizadas en la pantalla.

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