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El gran siglo otomano

Elif Shafak recrea en su nueva novela la extraordinaria figura del arquitecto Sinan, creador de innumerables mezquitas y obras públicas a lo largo del siglo XVI

Antonio Elorza

Elif Shafak ha ofrecido las claves para entender cómo sus novelas, unas redactadas en turco y otras en inglés, alcanzan grandes tiradas en Turquía, mientras en el exterior se multiplican las traducciones. Nacida en Estrasburgo, hija de diplomáticos, aborda temas de su país de origen sin eliminar el enfoque racionalista, propio de Occidente, pero resaltando al mismo tiempo los valores propios de una Turquía a la que considera necesaria para Europa. Es la doble herencia de su madre, y de su abuela, más enraizada en un mundo tradicional, hacia el cual ella se inclina sentimentalmente. Sus estudios de historia otomana hicieron el resto, hasta otorgar a sus descripciones un sesgo de sutil neootomanismo.

El más polémico de sus libros, La bastarda de Estambul (2007), la puso al borde de ser condenada por hablar del genocidio armenio. Shafak describió el drama de un pueblo trágicamente “reducido en número”, cuyos supervivientes en la diáspora se esfuerzan por mantener la identidad. Pero su intención es siempre conciliadora: “Mi intención es trazar un puente entre yo y los otros”. Insiste en la necesidad de atender a la tradición intelectual turca, cuya aportación espiritual desde el sufismo permite resolver problemas sin respuesta en Occidente. Es el caso de Las cuarenta reglas del amor (2010), en la que un ama de casa anglosajona encuentra respuesta a su callejón sin salida personal en la reflexión sobre la obra de Rumi, el más fascinante pensador religioso de la historia turca, y de su amado derviche Shams de Tabriz.

La revisión de los grandes personajes históricos persiste en su último libro, El arquitecto del universo. Encontramos a otra figura extraordinaria, el arquitecto Sinan, creador de innumerables mezquitas y obras públicas a lo largo del siglo XVI, y cuya tumba se localiza con justicia al lado de la más famosa —aunque no la más bella, ésta fue la Selimiye de Edirne— de sus construcciones religiosas, la mezquita de Solimán en Estambul. La obra y el carácter personal de Sinan son seguidos en el libro desde el espejo que proporciona la trayectoria biográfica de un supuesto colaborador suyo, Jahan, además mahout de un elefante, quien por añadidura vive un amor imposible con la hija del sultán. En el argumento intervienen la influencia atribuida a la obra de Sinan sobre la construcción del Taj Mahal, y tal vez la modificación de una historia real, de un elefante que desde Ceilán acabó en Viena hacia 1550, siendo llamado Solimán. El elefante era una figura emblemática para Rumi. Fue Jahan Shah quien hizo construir el Taj Mahal, y allí llega nuestro longevo protagonista, de nombre también Jahan, para confirmar ese legado.

La narración de Shafak es siempre ágil, con una notable fuerza visual respecto de la acción que convierte aquella en un extenso guion cinematográfico. Eso sí, salpicado de reminiscencias de relatos clásicos como las Mil y una noches, e incluso de las novelas bizantinas, con las andanzas de los protagonistas —Jahan y su elefante, historia de Sancha/Yusuf, reencuentros con el leal jefe gitano—, sobre el telón de fondo del gran siglo otomano. Todo ello con una celeridad que impide a veces abordar la creación sensorial del espacio que el tema de la novela invoca reiteradamente, para enmarcar la triste historia de amor o el complemento de thriller cuyos hilos finalmente se anudan en el desenlace.

El arquitecto del universo. Elif Shafak. Traducción de Aurora Echevarría. Lumen. Barcelona, 2015. 620 páginas. 22,90 euros

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