Buitres
Jamás he logrado que mi corazón fuera cómplice de los textos que cantan determinados cantantes patrios a los que el pueblo idolatra.
En La mujer de al lado Truffaut ponía en boca del enamorado y sufriente Depardieu su arriesgada convicción de que las canciones populares, consideradas tópicas, repletas de lugares comunes y sonrojantes frases hechas, en el fondo hablan de la esencia de los sentimientos que nos atañen a todos. Aunque le he dado algunas vueltas a teoría tan revolucionaria, jamás he logrado que mi corazón fuera cómplice de los textos que cantan determinados cantantes patrios a los que el pueblo idolatra. Imagino que la tonadillera Isabel Pantoja narra inmejorablemente, para mucha gente, las pasiones y torturas del cuerpo y del alma, pero me siento incapaz de identificarme con su torrente emocional.
Tampoco me interesan los avatares cotidianos o excepcionales en la folclórica vida de la tal Pantoja, aunque me resulte imposible no saber que su hijo es un fenómeno paranormal llamado Paquirrín y que ella ha sido entrullada por ir de mangui en la ciénaga marbellí junto a un novio excesivamente hortera apellidado Muñoz. Y entiendo que esa dama está cumpliendo su condena, pagando su deuda con la ley, e imagino que ser privado de libertad debe de ser muy chungo. Lo suficiente como para que le invadan instintos homicidas hacia los que están haciendo permanente negocio con su desgracia.
Esta señora es el alimento diario de los chacales de Telecinco. Sin tregua. Con los motivos más dadaístas, recurriendo hasta a los profundos e inapelables testimonios de la sobrina de un primo de una señora que fue asistenta de la encarcelada. Y así. Flipas. También da grima. Pantoja ofrece material para veinte consecutivos Sálvame. Con ligeros complementos. Veo que el emperador Jorge Javier y su indescriptible ejército también ofrecen un curso de sexo anal. Le preguntan a una jovial entrevistada si introduce su dedo índice en los glúteos de sus amantes y si a ella le gusta que penetren su culo con un mortero. Qué graciosos. Son la bomba.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.