Rusia, eterno retorno de sangre
De los tiempos del zar Nicolás I a la guerra de Chechenia, el retrato literario del país de Pushkin sigue completándose
1. Érase una vez una mujer que sedujo al marido de su hermana y él se ahorcó (Marbot. Traducción de Ana Guelbenzu). Liudmila Petrushévskaia se siente cómoda en ese espacio en el que la realidad se vuelve fantasía. Poeta y dramaturga, cultiva el relato con elementos sobrenaturales y ha creado algunos de los paisajes literarios más sorprendentes de las letras rusas actuales. Al folclore eslavo y la textura oral, la autora mezcla aspectos grotescos y alucinatorios de la época tardo y pos-soviética. En estas “historias de amor”, como dice el subtítulo, lo más romántico que encontraremos es la mera supervivencia de un variado espectro de mujeres desesperadas en un entorno existencial opresivo.
2. Las andanzas del agente secreto Shípov (Automática. Traducción de Ricardo San Vicente). El poeta de origen armenio-georgiano Bulat Okudzhava, algo así como un Georges Brassens eslavo y mentor de los cantautores de la segunda mitad de la era soviética, ensayó una forma libre de novela histórica en que la realidad documentada se enmaraña con la ensoñación. Aunque el autor negara que su reconstrucción del pasado zarista tuviera que leerse en clave actual —“el hombre no cambia en ciento cincuenta años”—, es inevitable establecer elocuentes paralelismos. La policía secreta de Nicolás I está a la mira del proyecto educativo “revolucionario” del conde Tolstói, que aspira a erradicar el analfabetismo entre el pueblo llano, pero el fracaso de la misión está asegurado gracias al chapucero Shípov y al bulgakoviano Gyros.
3. Los millones (Ardicia. Traducción de Enrique Moya Carrión). Mijaíl Artsybáshev escandalizó a Rusia en 1909 con la novela erótico-nihilista Sanin. Con Tolstói y Dostoievski como referente, este escritor, que gozó de gran popularidad en su momento, sitúa a sus personajes en una desesperada búsqueda del sentido de la vida, y suelen ganar por egoístas, suicidas y alienados, razón por la cual se los tiene por predecesores del “hombre absurdo” de Camus. En Los millones, el “pobre” acaudalado Mizhúyev es incapaz de abrazar al amor o a los ideales, vive extrañado e infeliz, torturado por la conciencia del poder que el dinero ejerce sobre la gente. Su riqueza se revela impotente para evitar que su existencia se diluya en la “fría penumbra” del vacío.
4. La casa de hielo (Marbot. Traducción de Queralt Ciganda). Como ya hiciera en El botón de Pushkin, novela en la que reconstruyó los últimos días del poeta muerto en duelo, la especialista en literatura rusa Serena Vitale vuelve la mirada a la monarquía zarista. Cada una de estas 20 piccole storie ambientadas en los reinados de Catalina II y Nicolás I rayan en lo inverosímil, pese a ser fieles a la historia: muestran una realidad excesiva y despiadada propia de una imaginación desbocada. Como la que da título al conjunto, el palacio de hielo de 20 metros de altura que ordenó levantar la zarina Anna Ivánovna a orillas del Nevá en el invierno de 1739, donde se celebró una boda burlesca entre dos bufones de la corte.
5. Asán (Acantilado. Traducción de Traducción Yulia Dobrovolskaya y José María Mu- ñoz). Vladímir Makanin vuelve al Cáucaso, a la segunda guerra chechena. Sus sobrecogedores paisajes, inspiración para un buen número de autores rusos, son también el escenario de uno de los conflictos más exacerbados del Este. Asán es una divinidad con forma de pájaro a la que se invoca cuando el invasor acecha: “Asán ansía sangre”. En el caos de la guerra es un “comodín ancestral” que ordena toda la historia de violencia del pasado en un relato mitológico. Pero Asán también es el sobrenombre de Aleksandr Zhilin, el militar ruso corrupto que trafica con gasolina. A finales del siglo XX, Asán, además de sangre, también ansía dinero y petróleo, la cara menos heroica de esta guerra vista por el premio europeo de literatura 2012.
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