_
_
_
_
OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Que llore

'MasterChef' se agarra a la lágrima fácil. Cada vez más 'reality show' y menos cultural

Ricardo de Querol
El concursante Pablo lee una de las cartas en el último capítulo de 'MasterChef'
El concursante Pablo lee una de las cartas en el último capítulo de 'MasterChef'

¿Será que el público es cruel, que disfrutamos viendo a los semejantes sufrir? Los concursos se empeñan en hacer llorar a los participantes. Bien emocionándolos, por ejemplo con mensajes de sus seres queridos, bien humillándolos, como cuando les dicen que su plato es repugnante. El llanto tiene buena prensa en televisión. Se ve auténtico (al menos, difícil de fingir). Genera empatía. Se comenta en las redes, en los bares, en las oficinas. Vende.

Hace tiempo que en los concursos se incentiva la lágrima fácil: da igual si son de talentos, como La voz o antes Operación Triunfo, o de gente que no muestra talento alguno, como Gran Hermano o Gandía Shore; da lo mismo si los concursantes son anónimos o famosetes como en Supervivientes.

MasterChef es uno de los grandes fenómenos televisivos en muchos años, imitado con menor acierto, y un fabuloso negocio que incluye libros de recetas, juegos de cuchillos y cursos a distancia. Siempre jugó en el filo entre el reality show y lo gastronómico (y, por tanto cultural, lo que habilita a llenar el programa de publicidad en TVE). Si se tratara solo de ver cómo se manejan en la cocina los aspirantes no habría necesidad de encerrarlos y aislarlos. Pero si durmieran en casa no cabrían escenitas como las del martes pasado. En un cursi capítulo como de San Valentín fuera de fecha, los concursantes recibieron cartas de sus parejas (menos una soltera, de su padre) que leyeron en alto en un mar de lágrimas que, de caer en las ollas, habrían aguado los guisos.

Hasta los jurados se mostraron blandos esta vez. Quizás para rehabilitar su imagen después de que viéramos la furia de Pepe Rodríguez contra el autor del desdichado plato león come gamba, a quien, ya saben, vapulearon hasta el llanto. Se ha quedado un concursante, Pablo, que solloza a la mínima; sin embargo, otra (Mireia, la soltera de antes) se marchó sonriendo y con la frente alta pese a que la echaron (también) con malos modos. Su digna salida debió decepcionar a los buscadores de morbo.

La gastronomía sí es cultura. Esto otro no lo es.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_